20 ||REGLAS SEDUCTORAS||

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ZAHARA EVANS;

Descaro, en todos sus aspectos.

Él era descaro, liviandad y audacia. Una mezcla de insolencia, provocación y desvergüenza, un conjunto de sensualidad y arrogancia. No le temía a nada, no mentía sobre su realidad y con una mirada provocaba un infierno de gozo y regodeo, el placer que otorgaban los ojos al apreciar su atractivo; duro, firme y lujurioso.

Su cuerpo era un escándalo, escandalosos pecados hechos hombre. Le faltaba cordura, sensatez y prudencia, tanta, que me la estaba arrebatando a mi de un golpe, sin tener ninguna intención de devolverla.

Mente de diablo, retorcida y cruel. Cuerpo diabólico, ardiente y carnal.

—¿Cómo hemos llegado aquí?—cuestioné, sin saber ubicarme.

De un instante a otro, ya no nos encontrábamos en la discoteca.

Miré a mi alrededor, la noche cayó en un susurro sobre mí, la brisa de la playa acariciaba mis mejillas, haciendo así, que me arrancara una sonrisa. Mis pies descalzos jugaban con la arena, haciendo pequeños círculos con los ojos cerrados, escuchando el dulce sonido de la marea.

No recordaba cómo llegué a parar aquí, a escasos centímetros del agua del mar. Yo solo cerré los ojos, dejándome llevar por la tentación del momento, y cuando los volví a abrir, este lugar se me había hecho extraño.

Adirael no mostraba expresión facial alguna, solo admiraba lo que tenía delante, perdido entre sus pensamientos sin dedicarme ninguna mirada.

—Aquí fue donde caí.

Su voz, tan intrigante como siniestra y misteriosa, hizo que el vello de la piel se estremeciera, centrando toda mi atención en ella.

—Vine cuando mi madre me abandonó...desesperado y ahogado de ira—continuó, sin apartar la vista del agua—. Era el único lugar que no entendía, donde los pensamientos caían en un sueño sin fin. Donde el cabreo y las ansias del castigo mortal desaparecían lentamente... con solo observar—finalizó tirando una piedra al limpio y oscuro océano.

—¿Qué pasó, Adirael?

—Ese día, mis manos estaban empapadas de sangre...todo estaba repleto de sangre—el recuerdo no le atormentaba, hablaba con tanta indiferencia que no te hacía dudar que era el auténtico Satán—. Furia, alas y alcohol, la peor combinación del diablo.

—Adirael...

—No importa—aclaró con furor—. Eso no cambiará la realidad.

—Todos tenemos nuestros demonios.

Ladeó la cabeza hacia un lado, desvió sus ojos primero hacia abajo, para después levantarlos y dirigir su mirada hacia la miel de los míos. Eran un verde intenso y caliente, la misma frialdad y desafecto de siempre.

—Yo tengo miles, oscuros y tenebrosos, y cada uno de ellos me está matando.

¿A qué se refería?

Tragué saliva, intentando contener las preguntas, que se estaban formando dentro de mi cabeza de forma aleatoria, en esos instantes.

—Los juegos del diablo empezaron en este lugar—mi cara, entonces, se contrajo en una especie de mueca de sorpresa. No daba crédito a lo que estaba escuchando, ¿en una playa de Nueva York?—. ¿Sabes por qué mierda te cuento esto, Zahara?

Negué, con algo de asombro.

—No quiero que aceptes algo de lo que puedas llegar a arrepentirte después. Hay más reglas, los juegos de Lucifer son más peligrosos de lo que piensas.

|ENTRE CAÍDOS|©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora