ZAHARA EVANS;
El calentón se agarró con fuerza a través de aquellas manos, unas que moldeaban mi intimidad con una rapidez y una intensidad encogedora. Cada parte de mí se revolvía con una magnitud excitante, sobrepasando los niveles impuestos por la adrenalina.
Gemí desde las profundidades de mi garganta. Intenté no hacer demasiado ruido, eso provocaría curiosidad, atraería las miradas de los presentes. Estos cálidos juegos daban de qué hablar, y mucho más al estar en un lugar público.
La figura de mi cabeza se disparó hacia atrás cuando llegué al placer más inhumano y excepcional que había presenciado nunca. Fuegos artificiales nacieron en mi parte más íntima, causando que estallara en mil pedazos, creados a partir del deseo que formularon.
—Relájate—musitó Adirael, con el tono más bajo y sensual que había escuchado hasta el momento—. No tienen que verte nerviosa, les darías ventaja sobre ti.
—¿Cómo hago eso cuando tú y tu hermano me exploráis el coño?—inquirí un tanto alterada. Estaban meneando mis entrañas, cada vez cavaban más hondo.
Agares sonrió, negando.
—Observa al señor Vázquez—susurró el hermano menor, fijando su mirada en mí, agitándome de un lado al otro. Clavé la mirada en el empresario de cabello dorado. —Fíjate en su respiración... en sus ojos, esos con las pupilas dilatadas.
Lo miré de reojo. Tenía un pie sobre el otro, apoyado con bastante elegancia. Su estructura corporal se distinguía claramente. En su muñeca izquierda, brillaba un Rolex bañado en oro blanco de dieciocho quilates, mientras que la mano derecha sujetaba la copa de vino rosado de la que aún no había tomado ni una gota.
Estaba distraído, en otro universo paralelo acorde a sus pensamientos. Su mirada recaía en Azatriel, uno que mientras hablaba, él simulaba escuchar.
Apreté los labios al sentir como llegaba al orgasmo. Fingí terquedad y disimulé un grito ahogado.
—Tienes el pulso acelerado.
Adirael no mentía, era tan verdad que no se podía discutir. Moví más mis dedos. Ellos ni siquiera habían variado sus impulsos como reacciones, eran unos actores implacables.
—Está nervioso por tu presencia—agregó Agares—. Intenta no cruzar la mirada con la tuya, porque sabe que los ojos de Adirael ya estaban puestos en ti nada más llegar a la cena.
Adirael asintió serio, escuchando a su hermano.
—¿Y los tuyos?—pregunté, provocando.
—Bajó la guardia. No me ha notado por ahora.
—Por eso no te muestres ante él como una presa fácil—explicó Adirael—. Hará lo que sea con tal de encontrar tu punto débil. Después no le importará lo más mínimo que yo te haya echado algunas miraditas... Te deseará e irá a por ti.
Me quedé asombrada. Habían notado tantos detalles en tan poco tiempo que daba mucho que decir sobre ellos dos. Al parecer, se entendían a la perfección. Sabían cómo se relacionaban las personas y actuaban en consecuencia.
—No creo que eso sea verdad—negué confundida.
—¿Te lo demuestro?
El aire disminuyó entre nosotros. No quería que me demuestre nada, solo quería succionar todo de él. Quería sentirlo entero contra mí, revolviendo mi cuerpo centímetro a centímetro.
Se hacía llamar el diablo por algo.
Algo inusual percibí en el señor Vázquez. Tenía una marca en el cuello bastante escondida que tapaba muy bien. Las líneas del dibujo que cicatrizaba sobre su piel, eran una especie de orden que me impulsó a la intriga, sintiendo aún más la convencional atracción hacia el grosor y la densidad de unas manos que querían apreciarlo debajo de sus dedos.
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|ENTRE CAÍDOS|©
RomanceLucifer tuvo tres hijos que fueron enviados desde los cimientos del infierno a la tierra. Cada uno de ellos poseía la virtud del demonio. Adirael, Azatriel y Agares son egocéntricos y soberbios, mezquinos y groseros, con el atractivo de unos cuerpos...