26 ||RECLAMACIONES MORTALES||

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AGARES INFERNO;

Ráfagas de viento, campos despejados y conductores a punto de firmar su sentencia de muerte. Toda aquella tensión no se podía cortar ni con una buena navaja afilada, metros de puñados de seres humanos adornaban la estancia, haciendo así, más difícil la salida.

Me había quedado mudo, incapaz de razonar el porqué de la situación. Ver a Zahara tan concentrada en el volante, observar la tranquilidad con la que estaba jugando y admirar perfectamente cada centímetro de su cuerpo en busca de peligro, me trastocó todo juicio cómputo que alardeaba de tener.

¿Cómo es posible siquiera que no viera el más mínimo signo de adrenalina en su cuerpo en todo este tiempo?

Su cabello era salvaje, alrededor de él, cubría una capa imaginaria llena de una complejidad de sustancias efusivamente adictivas, y era tan grande el frenesí de su impoluta vehemencia, que me resultó arrebatador lo encendida y apasionada que resultaba estar ella a escasos centímetros de la más disparatada y absurda muerte jamás admirada por ojos no celestiales.

Nunca me había parado a pensar el porqué de la tanta confianza en ella misma, jamás hubiera creído que la razón de esta verdad fuera la adoración al séquito de imbéciles que nombraron estas carreras como un arte aún no del todo descubierto.

—3, 2, 1...

Miré a la derecha, siguiendo la procedencia de aquella voz tan familiar.

Triel estaba sonriendo, con los ojos fijos en el circuito, uno en los que las ruedas ya habían empezado a rodar en cuanto terminó la cuenta atrás. Tenía los brazos cruzados, con las venas de estos tan marcadas que para muchos estaban a punto de explotar, era increíble la fuerza que tenía, aun siendo su hermano, me costaba creerlo.

Después recordaba de quién estaba hablando y se me pasaba.

Rodó los ojos al ver la cara de sorpresa que me inundó sin previo aviso. Le tiré una mirada venenosa, en busca de la poca gracia que, inevitablemente, él creía ver en esto.

—¿Qué coño haces aquí?—inquirí, drogado de confusión.

—Sabes perfectamente que esa no es la pregunta que te tiene trastornado—afirmó, con un tono tranquilo—. La pregunta es; ¿Qué hace Zahara aquí?

Apreté los dientes. Tenía razón.

—¿Lo sabías?

Me observó divertido.

—Yo lo sé todo.

No me detuve a interrogarle por mucho más tiempo. Clavé la mirada en el vehículo de cuatro ruedas que conducía Zahara. Las llantas del coche rodaban sobre el terreno a una gran velocidad. Aceleraba a un nivel increíble, casi no se podía distinguir quien lo manejaba.

El número siete encabezaba aquella carrera hecha puzle, una bastante desequilibrada porque al parecer, cada uno iba a su bola. Por detrás, el campeón de los cinco últimos eventos organizados para este fin, perseguía al segundo puesto en busca de adelantarle. Aquel Porsche relucía como poca cosa, y aún así, había logrado posicionarse en uno de los primeros puestos. 

Impresionante. Se escuchó un rugido del motor que advirtió lo que todos estaban esperando, de que lo que habían visto no era nada más que el comienzo. Edén chocó contra un Audi R8, creando un enfrentamiento entre ambos conductores. La sonrisa se plasmó en el rostro del demonio, enfureciendo al contrincante de piel oscura que manejaba el volante de marca alemana. Este no tardó en responder con los neumáticos, unos que al parecer estaban muy bien controlados por el poder mecánico.

De esas ruedas salieron unas navajas de punta afilada que adornaban gran parte de su resistencia. Salieron disparadas contra el vehículo que provocó toda esa mierda, haciendo así, que sus ruedas se pincharan y que la pintura se rayara a una velocidad fascinante y a la vez, catastrófica.

|ENTRE CAÍDOS|©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora