32 ||LEYES SATÁNICAS||

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ADIRAEL INFERNO;

Zahara cayó entre mis brazos cual meteorito buscando aterrizar. Agarré su cuerpo con firmeza y maña, con determinación y fortaleza. Su peso fue atrapado por mis garras y al instante maldecí la tiranía del maldito entorno al que le había traído.

Tenía que haberme dado cuenta de que me iban a seguir.

Nunca entendí el hecho de tener la sangre tan caliente al punto de perder la poca sensibilidad heredada. La única forma de mantenerme cuerdo era inyectandome otra dosis de locura, solo así, llegaría al equilibrio mutuo entre las dos personalidades que poseía.

Me consumía el ego y las ganas del triunfo. A pesar de mi falta de respeto y educación hacia el resto, podía garantizar bastante seguridad a aquellos que tuvieran la más mínima pizca de tacto hacia mí.

No era un logro. Era un atributo que me mataba, y que ahora también la condena ella.

—Te vengaré—susurré, aguantando la rabia.

Ella se adelantó, llevándose las dos manos de inmediato hacia su lateral. Aulló y se desgarró como lobo enfurecido por falta de valor. Una mortífera y engañosa mirada se adueñó de sus penetrantes pupilas, dispuesta a recuperarse como sea.

Tuve que imprecar y condenar el día en el que no fui creado como ángel y no ser obsequiado con la cura de su sangre, ya que con esta le hubiera podido salvar la vida.

Nuestros cuerpos se presionaron ambos con suspicacia y vandalismo, atrayéndose como imanes. Aun así, ella se mostró pasiva, indiferente ante la situación.

No supe cómo interpretarlo.

Lo más curioso de todo era que no había visto sangre, ni siquiera parecía real lo que estaba sucediendo. No sé si fue la ceguera del enfado del momento o la propia realidad disfrazada por una mentirosa con aires de grandeza.

Entonces lo supe. Caí en mi propia trampa.

Zahara rió y se despegó de mí a carcajadas poco elegantes y disimuladas. Apartó la palma de sus manos de la supuesta herida y levantó los brazos como genia absurda e infantil. No había perforación. No se veía ni una salpicadura de sangre y yo no podía haber sido más idiota.

Se sacó de entre las mangas el botón de sonido con el que había provocado la situación.

Había aprendido muchas técnicas de engaño y seducción a lo largo de mi vida. De hecho, yo fui creando muchas de ellas por el camino. Me esforcé en convertirme en el diablo que soy a día de hoy y en el malnacido que se reía al ver tiroteos y sangre derramada de humanos miserables que, solo buscaban el asesinato como forma de vida para sentirse bien consigo mismos.

A mí nunca me enseñaron que la venganza se sirve fría porque de mí nadie nunca se quiso vengar. Sabían a lo que se enfrentaban y agachaban la cabeza.

Olvidé el detalle de que Zahara ni siquiera escondió y bajó la mirada de mis ojos alguna vez. Y eso, de cierta manera, me impresionaba y me hacía desearla aún más.

—Jaque mate.

Su boca se curvó en una endemoniada y rastrera sonrisa chantajista y malcriada.

—¿Te gusta creer que esto es un tablero de juego?

Di un paso hacia ella, invocando mis crueles pesadillas.

—Cuando la reina blanca mueve sus fichas contra el rey malvado, vence—dijo segura, con cierta diversión en su voz. Seguía manteniendo el apropiamiento del misterio en sus genes.

—Las reglas del juego te las has pasado por el coño.—Sonreí con picardía y me centré en sus movimientos, arqueando una ceja—. Para gritar jaque mate hace falta intimidar al rey y que se sienta amenazado. ¿Crees que el rey de fichas negras se siente inferior a la reina blanca y su séquito de imbéciles?

|ENTRE CAÍDOS|©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora