1 ||ALAS||

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ADIRAEL INFERNO:

Estiré el cuello y ladee la cabeza ligeramente hacia un lado.

Escuché un crujido por parte de mis huesos e incluso en el abdomen, empecé a aletear las alas sin echar a volar y sentí el mundo a mis pies. Las grandes alas blancas dejaban rastro de esencia diabólica a donde sea que vaya, incitaban el pecado, removian las entrañas de placer y dejaban ciego a cualquier mortal que desafíaba su brillo y se quedaba observandolas.

Dejamos atrás todo lo relacionado con el fuego, dejamos atrás el infierno y los demonios, los castigos y el sufrimiento que les brindabamos a los pecadores, el placer artificial y las condenas eternas.

Los castigos que me encantaba proporcionarles a los mortales, una y otra vez, sin parar, sin darles tiempo para recuperarse.

El fuego era mi cómplice y yo era su dueño.

—La profecia habla de ángeles caídos, no de diablos caídos.

Azatriel, uno de los tres príncipes del infierno, hijo del diablo y compañero de sangre satánica, era el segundo hijo de mi padre, mi hermano mediano.

—Entonces, creo que haremos historia.—Solté una sonrisa burlona y acomodé el nuevo pelo que componía mi cabello.

—Me costará acostumbrarme a este cuerpo.—levanté la mirada al escuchar la voz de mi hermanito menor, para admirar la reacción de la querida facción de su rostro.

Tenía el brazo derecho a la altura de su cabeza, sus ojos se habían escandalizado al captar toda aquella dimensión. Estaba midiendo la fuerza que tenía.

Observé con cierta diversión. Nos habíamos acostumbrado a tener cuerpos celestiales, grandes y robustos, tan fuertes como ningún otro organismo sobre la faz del universo. Con desdén y mala gana, sonreí al notar tanta incomodidad proveniente desde lo más profundo de la oscuridad de su mirada.

Por naturaleza, a un diablo siempre le alegraba ver sufrir a otros, sin duda, sea quien sea. Era un instinto maquiavélico, determinado por la calaña asignada.

—Te sienta muy bien ese cuerpo.—Intervino Triel, mi hermano mediano. Siempre usaba ese diminutivo para referirme a su persona.

A él nunca le hizo mucha gracia, sobre todo cuando éramos más pequeños. La culpa de mis travesuras siempre se la llevaba él, aunque nunca me importó lo más mínimo haberle hecho la infancia imposible.

Sonreí con mala influencia, deslizando mis recuerdos por las mil y una diabluras, trastadas y sandeces cometidas, y que aún siguen cometiéndose.

—¿Eso era un cumplido, Triel?—inquirí en modo de acusación, con cierto entretenimiento en el tono de este. Unos ojos verdaderamente asesinos me aniquilaban—. Ya sabes que a padre no le haría tanta gracia.

Agares se miró el cuerpo, analizando cada recoveco que componía su anatomía, buscando en él la gloriosa atracción humana a la que tanta fama habían otorgado. Poco después, desvió la mirada a las grandes alas de mi hermano mediano.

—Y tus alas causan cierta aberración para mis ojos humanos.

No pude evitar la carcajada. Agares tenía una cierta piza de maldad entregada al vigor de su sentido del humor.

—Muy gracioso—recalcó Triel con aire orgulloso—. Estas alas me las hizo nuestro padre con sangre satánica procedente de la revolución contra Dios.

—Dejaros de gilipolleces pequeños diablillos. ¡Estamos en New York! ¡A pecar!

Miré a mi alrededor, sintiendo cada jodida inhalación del aire terrenal como la última. El aire se filtraba por mis pulmones fuertemente humanos, pero nada comparados con los anteriores. Levanté las manos con grandeza, una locura extravagante de miles de cumplidos que me recorrían la cabeza con asombro, intentando creer que el cielo siempre estará oscuro.

|ENTRE CAÍDOS|©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora