37 ||INCIERTO||

588 61 45
                                    

Adirael Inferno;

Cuando regresé a la habitación del hotel no encontré a nadie. Por defecto, visualicé una nota escrita a puño por Zahara. Sentí el temblor con en el que la había escrito por razones obvias. El aura de esta habitación no era tan pura, y por ende, aquí había estado alguien más.

Ni siquiera me interesé en leerla.

Y sin embargo, pude percibir fuerzas que se colapsaron entre sí con mucha intensidad. La llama de la confusión triunfó en aquel entonces, persistente y endurecida. La falta de entendimiento de la situación hizo que me parara a analizarlo mejor. No existían razones por las que ella pudiera abandonarme.

¿A quién coño se le pasaría por la cabeza? No había suficiente fuerza de voluntad en esta humanidad retrasada en la inteligencia y en el tiempo que tuviera o debiera enfrentarse a mí de tal forma que llegara a rechazarme. Nunca se le decía que no a una raza superior. En este caso, la demoníaca. A la que yo pertenecía y a la que sembré desde siglos anteriores el anochecer de mis sentidos y el sistema de nuestra conducta.

Identifiqué que estas anomalías provenían del jardín, con cierta sospecha de que hubiera una pelea divina. No quise intervenir en esa cuestión ya que prefería que en la medida de lo posible no se hablara de las creaciones de Dios. Prefería vivir en la ignorancia a la repugnancia de imaginarme a los santos ángeles de mierda.

Escuché unos escasos susurros y bajé.

El panorama en el que me encontré dijo mucho de mi sorpresa. Abrí los ojos cual hechizado. Estaba abrumado ante el espectáculo que se dio a cabo en tan pocas horas. Había un círculo de personas, entre ellas, Zahara.

Tampoco imaginé los miembros adicionales que estarían presente en tal escenario. Dos de ellos mis queridos hermanos.

—¡¿Celebráis una reunión familiar y no estoy invitado?!—cuestioné al ver las caras de terror que nublaron todas las expresiones—. Hermanitos de sangre, pero no de lealtad.

—¿Y si te damos la bienvenida con un brindis y un abrazo?—propuso sarcásticamente Agares.

—Prefiero vivir la traición en la que me encuentro y así tener algo que contar cuando me pregunten porque os maté a los dos—sonreí—. Claro que omitiré factores externos.

—A mi no me metáis en vuestros líos—intervino Triel con la mirada vacía. Percibí en él una determinada nostalgia que no supe como interpretar. Echaba algo en falta.

Me acerqué a ellos.

—¿Qué coño ha pasado aquí?—cuestioné con autoridad.

En principio, nadie quiso responder a mi pregunta. No sé a que carajos esperaban sabiendo que podía obligarles a confesar y no de maneras correctas. Si quisiera hacerles temblar ya hubiera empezado por alimentar el miedo en cada uno de ellos, y ni siquiera me inmutaría y cedería al dolor que pudiera llegar a causar.

Los monstruos no se vestían de seda. Y por consecuencia, no eran refinados ni educados y tampoco intentaban aparentarlo.

La mirada de Zahara no me decía absolutamente nada. Sus ojos caramelo observaban a Agares con perseverancia. Había algo en su mirada que le pertenecía a él. Él le correspondía el roce de sus manos con las suyas, prácticamente, unidas.

Quise descifrar esa inquietud que me recorrió la espalda llegando a la nuca.

—Zahara...

|ENTRE CAÍDOS|©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora