31 ||ISLAS GALÁPAGOS||

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ZAHARA EVANS;

La guerra de unas efectivas fuerzas chocaron con nuestra realidad. Un tira y afloja entre cuestiones relativas e infinitas.

Ardiendo y con las manos aún atadas, Adirael paró de un golpe todo ese subidón que se había formado en mí.

—¿A dónde me llevas?—cuestioné al no recibir ninguna respuesta de su parte.

Me observó unos cuantos segundos sin decir nada. No existía expresión en su majestuoso y atractivo rostro, por ende, no sabía con exactitud qué estaba sintiendo.

El milagro del año sería verlo por primera vez sin tendencias bipolares.

Con el pasamontañas en la cabeza, se levantó sin decir nada. Su postura era cuerda, no obstante, carecía de simpleza. Sus rasgos eran demasiado complejos para tratarse de algún humano normal. Se caracterizaba por ser una de los más bellos beneficios heredados genéticamente, pero, ¿cuál era el motivo de su cruel indiferencia?

—¿No piensas decirme nada?—inquirí en un ligero suspiro, ansiado algún tipo de reacción por su parte. Ya sea réplica o una simple seña.

Él volvió la mirada a mí.

—No—dijo con el mismo tono de suavidad. Eso no implicaba que iba a ser más blando.

Esperé un rato. Al percatarme de que sería un imposible recibir respuesta, pensé en decir lo evidente.

—Yo también te he echado de menos.

Le entregué mi corazón a manos llenas, arriesgando las obligaciones de mis valores y principios.

Respiró hondo y se acercó a mi posición. Se agachó flexionando las rodillas y quedamos cara a cara, separados por una escasa tela blanca. Sus brazos se dirigieron a sus muslos, cual inconsciente.

Al ver que no oponía fuerza bruta, me quitó las esposas con delicadeza y con una concentración asombrosa. Muchas veces parecía desinteresado. Pero me gustaba más esta faceta que sacaba de vez en cuando.

Se quitó de una vez el saco que llevaba en la cabeza, todo esto sin despegar sus ojos de los míos en ningún momento. Entonces, abrí la boca en forma de sorpresa, una incredulidad reprimió toda alegría consumida.

Tenía moretones bastante recientes a un lado de la cara. Aunque no fueran muchos, destacaban por encima de cualquier apariencia.

Me deshice en sus brazos. Ansiaba estar a su lado y respirar el mismo oxígeno que él. Lejos quedaba el mundo, lejos quedaban las tonterías de la vida. Ahora, en este mismo instante, sólo éramos él y yo, y al resto que le den. Me sorprendí al ver como me correspondía con tanta naturalidad.

Me tomé el atrevimiento de pasear mis dedos con un extraño afecto alrededor de las heridas. Él cerró los ojos y no necesitamos palabras para expresar el cariño que nos teníamos, fuera el que fuese. Hizo alguna que otra mueca sintiendo el dolor aun clavado en su piel, pero no contrajo mucho la cara. Se esforzó lo suficiente para que yo pudiera pasearme y determinar la gravedad del asunto.

Me relajé cuando vi que no eran heridas muy profundas.

Antes de que pudiera formular una palabra, él observó el suelo con dureza y claridad para soltar lo que me temía.

—Una pelea—dijo—. Yo me he dejado pegar.

Pestañee estupefacta. ¿Conociéndole, cómo había permitido que le pusieran un dedo encima?

—Te gusta el masoquismo.

No era una pregunta. Di por hecho que aquel que se dejaba lastimar a favor de su voluntad era precisamente porque le gustaba.

|ENTRE CAÍDOS|©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora