29 ||CORDURA||

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AZATRIEL INFERNO;

Erguido bajo los dominios de mi espalda, respiré profundamente e inhalé el aroma que desprendía el porro que me pasó Agares.

Alucinando y con los ojos fijos en el humo blanco, cerré los ojos y eché la cabeza hacia atrás, apoyándola contra la pared.

—Adirael no ha aparecido en días—dijo él, bebiendo.

Estaba sentado sobre la barra de la cocina, con la mirada absorta en el cielo oscuro que se veía a través de la gran ventana. Sus músculos estaban al aire y su mentón bien bajo, repasándose el cabello con los dedos.

—¿Ahora te preocupas por él?

—Cállate.

Negó con la cabeza, harto de tanta mierda.

—A tus ordenes, animal.

Le hice una pequeña reverencia en forma de burla.

—¿Qué crees que le habrá pasado?

—Comparó a Zahara con Judas.

—¿Judas?—inquirí, incrédulo.

Recordé por toda la mierda que ese desgraciado nos hizo pasar. Durante décadas fue un obstáculo para Dios, pero, en definitiva, adorábamos su deseo de quebrantar las leyes de la lealtad.

Asintió.

—Pues sí que está jodido.

Una fuerte caída tuvo lugar el día en el que fue enviado al infierno. Desató una guerra psicológica en todas las mentes celestiales, en nombre de Lucifer.

—De todas formas, padre no es tonto—dijo cerrando los ojos—. Él sabe dónde está.

Tiré la maría al suelo, arrojándola sin piedad alguna.

—No pienso invocarle.

—Tú no lo harás—replicó en modo de poca vergüenza.

Se puso de pie.

Imbécil y testarudo, igualito a Adirael.

—Sabes que se acerca una revolución. Están intentando derrocar a Lucifer de su trono—declaró lo ya sabido—. Y algo me dice que mamá no se queda atrás.

—Madre está aquí.

Se cruzó de brazos en un acto involuntario. Tanto él como yo sabíamos que estaba en la tierra, y por lo que parecía, desde hace mucho tiempo.

—Lo sé—confesó.

—Pero Adirael no—aseguré, confiado—. Si se lo ocultamos por mucho más tiempo nos matará, literalmente.

—No me importa.

Parecía distraído. Su cuerpo estaba más tenso de lo habitual, al igual que sus pensamientos. Todo giraba alrededor de un limbo en su cabeza.

—¿Te importó que se dieran cuenta de lo que pasó en el restaurante?—planteé, al verle de esa forma—. Zahara está jugando con vosotros, idiotas.

Me miró con espanto, a punto de ahorcarme.

—Intento olvidarla.

¿Creía acaso que había forma de ello?

—¿No te das cuenta de que eso es imposible? Nunca podrás hacerlo—volví a cuestionar, presionando la palma de mi mano en mi pecho—. Lo que entra aquí dentro, dentro se queda.

¿Para qué negar que no teníamos corazón? ¿Sino, cómo habríamos dejado que dos personas insignificantes nos hicieran perder la razón?

—Siento que es como una enfermiza droga—comentó él, dando vueltas como loco—. En mi vida sentí algo así.

|ENTRE CAÍDOS|©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora