25 ||CARRERAS ILEGALES||

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AGARES INFERNO;

Sonrió al escuchar mis palabras.

La perversidad que quería transmitir, llegó a lo más hondo de una mirada totalmente furtiva ante mis encantos luciferinos. Estallando en un bucle sensual, miró de reojo mi cuerpo, intentando pasar desapercibida.

—Las serpientes también son animales.

Su voz fue un destello de la más ardiente crueldad en busca de la dinastía que ejercía como destino el linaje de sangre, al cual correspondía por nacimiento. Era una agitación del sistema endocrino, el cual estimulaba en su cuerpo gran parte de las hormonas que se estaban revelando en aquellos instantes de forma involuntaria.

—En ese caso, soy un animal—aclaré sin más.

Me observó un tanto efusiva, calmando sus nervios.

Acercó su mano derecha hacia mi rostro, en un intento de poder acariciarlo. No dejé que siguiera con el acto, cuando agarré tan rápido su brazo como rozaron sus dedos contra mi mejilla. No se sorprendió en lo absoluto, sabía que eso no iba conmigo... y lo había hecho, pretendiendo esta reacción en mí.

—¿Qué buscas?—inquirí en un tono duro, alertando mi consciencia.

Ella relajó el brazo, admitiendo que la fuerza de mis bíceps era superior.

—¿Y tú?—contestó decidida—. ¿Crees que incitando con tus palabras conseguirás que caiga a tus pies?

Eso ya lo había hecho desde el principio, recorriendo con la mirada cada centímetro de mi cuerpo.

Sonreí con poderío, burlándome de las idioteces que soltaba a cada rato.

—Creo que has desatado la otra cara del diablo al follarte a mi hermano.

Incredulidad, eso fue lo que adornó la facción de su rostro. Su más encendida mirada se apagó tan rápido como vino. Sentí la mirada de odio que se iba despertando en ella, recayó toda en mí al imaginar como me enteré de la barbaridad de sus acciones.

—¿Qué pretendes, Agares?—preguntó en aire acusador—. ¿Qué me arrepienta de lo que hice?

Enarqué las cejas, cabreado por las insinuaciones de mierda que creía saber de mí. Solté el brazo de un tirón, con bastante brusquedad, quedando a escasos centímetros del cabreo. Asesiné su mirada con la mía como pude, preguntándome de dónde había sacado tanta cabeza dura.

—Para que te quede claro—llamé su atención, señalando su persona con el dedo índice, con una furia inhumana—. Lo que hagas tú, tu entorno y todas las creencias de porquería por las que rezas, me importan tres rebanadas de mierda.

Sostuve su mirada con algo de repugnancia. El arrepentimiento era algo humano, tan traicionero como Judas, la presencia de este en un demonio estaba totalmente prohibida. Los demonios hacíamos lo que nos daba la gana sin llegar en ningún momento a arrepentirnos de ello.

—No sé qué coño sigo haciendo aquí parada—suspiró, dándose la vuelta y dirigiéndose a la salida.

No contesté, tampoco hice nada para impedirlo. Había llegado a un punto irracional en el que si cuestionaban mis intenciones, para mí, no había peor traición que esta.

Dio un portazo al cruzar el umbral de la puerta.

Reaccioné con un puñetazo que fue directo a la pared, uno que fue acompañado por unos ojos malévolos por lo rojos que estaban. No podía controlarlos, a diferencia de Triel que era el único con el cual, el autocontrol iba con él de la mano. Adirael y yo fuimos creados para el descontrol, creados para el caos, y aunque él algunas veces pueda mantenerse controlado de sí mismo, duraba muy poco.

|ENTRE CAÍDOS|©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora