12 ||PURA||

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ZAHARA EVANS;

Sus ojos se convirtieron en una especie de esfera roja que inundaba sus pupilas, ardían de forma cruel y se dilataron tanto que noté un escalofrío dentro de mí. Su piel estaba oscura de una forma descaradamente sobrenatural, roja granate, como si las venas se le quisiesen salir de la cara.

Tenía dos cuernos incrustados en lo alto de la cabeza, eran grandes y negros, parecían sacados del mismísimo infierno... Lo son, me corregí al instante. Capaces de degollar a una persona con tal solo una mirada, su aspecto era atroz, tan profundo e intenso que no pude evitar dar un paso hacia atrás, no podía respirar, era como si del impacto de este me hubiera quedado en un estado de shock eterno.

No tenía pestañas.

No podía articular una simple sonrisa, mi cara se negaba a hacerlo, estaba paralizada, así que lo hice para mis adentros, era jodidamente espectacular, cada parte que lo compone, cada rincón de su cuerpo, las alas... Todo en él era hermosura en su estado más puro, las alas blancas  que brillaban como si fueran hechas en el cielo, su cuerpo, sus manos, las garras de éstas y su rostro... No había visto nada semejante a aquello, era emocionante y peligroso, intenso y jodidamente bonito, era la reencarnación del deseo y de la lujuria desenfrenada.

Pero no pude hacer nada más que quedarme parada observando.

Estaba en la forma más pura, más real y alocada que había visto en toda mi vida.

Sus ojos se oscurecieron aún más, tenía la mandíbula tensa y su postura estaba rígida, estaba absolutamente fuera de control, estaba roto, lo veía en sus ojos, no pude dejar de lado el dolor que reflejaba, al hablar de su madre pensé en mil formas de imaginármela, pero no sé porqué, en algún lugar del más oscuro de mis silencios pensé que ella era como yo, humana.

—Di algo—el dolor de su expresión me produjo un impedimiento de las venas para que siguieran con la circulación de la sangre, su ritmo habitual ya no era el protagonista. Se había convertido en alguien totalmente diferente.—Por favor...

La desgarradora voz hizo que se me cayera el alma a los pies, le estaba haciendo daño mirándole así, le estaba mirando como si de un auténtico monstruo se tratase. Era la primera que veía a Adirael así, desde que vino y revolucionó mi mundo con su ego y egocentrismo, con su intimidante e intensa mirada, su sonrisa cínica y burlona... Ese Adirael que tenía delante era un extraño, un jodido desconocido que nunca había visto.

Negué con la cabeza con incredulidad, aún no me creía lo que estaba sucediendo.

Él apartó sus ojos de los míos y los desvió al suelo, aceptando mi rechazo, hizo que las alas que antes inundaban todo mi campo de visión se esfumaran como vinieron escondiendolas detrás de él, entonces di un paso hacia delante incapaz de saber si iba a poder continuar, me arrepentí al instante y solo pude volver a parar y mentalizarme de lo que realmente estaba viendo.

—Eres el diablo.— Afirmé en un hilo de voz con un suspiro intentando tranquilizarme.

Su respiración era lenta, agitada e inaudible, volvió sus ojos a lo mios y vi que estos ya no eran rojos, ahora eran negros, negros como el vacío, negros azabache como la oscuridad e intensos como un océano al punto del caos. Pero brillaban como ningún otro color sobre la faz de la tierra, unos negros tan brillantes como el oro recién comprado, como el más grande de los diamantes del mundo... Aunque era un brillo que se iba apagando a medida que lo miraba a los ojos.

El negro era sinónimo de dolor.

—Te dije que te alejaras de mí.

Me lo dijo si, pero no me había dado cuenta hasta que nivel de bipolaridad me estaba enfrentando hasta ahora, me decía que me alejara de él y lo hacía, pero siempre era él el que volvía a encontrarme, era un completo lío en el que no sabía muy bien cómo iba a escaparme.

|ENTRE CAÍDOS|©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora