Zahara Evans:
La entrada de miles de miedos inundaron mi sarcástica mente. Aún no podía asimilarlo con plenitud. La cruel y salvaje madre de Adirael estaba a metros de la habitación del hotel, donde Miguel Ángel me tapaba la boca evitando que nos descubran.
Aunque eso ya no serviría de mucho.
—Manténgase tranquila—me susurró más de cerca—. No deje que sus miedos se dejen localizar. Ella aprovechará sus inseguridades y podrá encontrarla.
—¿Cómo hago eso?—inquirí con ligera ansiedad.
—Piense en algo que estimule sus sentimientos.
Al instante me vino a la cabeza el rostro de Adirael. Él era lo único en lo que podía pensar y el único ilegítimo e infame señor de las tinieblas de mi corazón. Él gobernaba dos infiernos, el suyo y el que ardía por dentro de mi alma.
Un pálpito de lo más maligno me advirtió de que algo grande estaba por llegar. Intenté seguir las instrucciones de Miguel Ángel, mantener mi compostura. Aunque resultara complicado, sabía que era lo más sensato. No quería ni podía llamar una atención que no me correspondía. Nadie quería enfrentarse a un ser tan poderoso como lo era la madre de unos hijos como los hermanos Inferno.
Nadie que mantuviera un juicio.
—Sígame—procedió a decir con distinción y cortesía. No le llevé la contraria. Esto dependía de mí.
Me aseguré de que la foto siguiera en su sitio. No podían descubrirla bajo ninguna costa.
—¿A dónde nos vamos? No creo que podamos huir muy lejos estando ellos tan cerca de nosotros—pensé con intranquilidad—. ¿Por qué no me sacas de aquí volando? Eres un demonio, después de todo.
Me aniquiló con la mirada.
—Me las cortaron hace setecientos años—manifestó, dudoso—. Cuarta ley de la constitución satánica; cualquier modo de traición, influencia divina, conspiración y/o sospecha de cualquier tipo en contra de la corona será condenado con la muerte misma o la pérdida de las alas como muestra de perdón y arrepentimiento a su rey todopoderoso.
Atraje su atención, fijándome en su espalda.
—Entonces, incumpliste una ley.
Curvó sus labios en una sonrisa donde perdía cualquier tipo de afecto.
—Ojalá hubiera sido solo una.
Sin hablar más, bajamos por las escaleras sin hacer caso a las miradas curiosas del resto. Preferimos evitar el ascensor por las dudas. El pánico y la angustia se complementaron entre ellos y despertaron con carbón para quemarnos con razón.
El aroma a césped recién cortado irrumpió en cada uno de mis sentidos al atravesar las puertas del hotel. Fue como estar en medio de un bosque del que nunca pertenecí. La oscuridad era el placer más irracional que dictó aquel momento. Aquel destino tan irreparable del que había sido sometida sin pedirlo.
Eran muchas las personas que aparecían a mi alrededor. Aquellas mujeres iban envueltas en elegantes vestidos largos mientras que sus hombres, vestían con clásicos trajes y una corbata perfectamente puesta. Me sentí diminuta ante tanta elegancia.
Una nube celestial apareció en mitad del cielo, llamando la atención de cualquier ente y persona allí presente. Mis ojos se encauzaron en aquella realidad poco común. Si para mi era de lo más impactante, ni me imaginaba lo que estarían pensando el resto de humanos. Estaban estupefactos.
Algo descendió a un ritmo sobrenatural de aquella esfera. Pude apreciar sus impresionantes alas a medida que se iba acercando. Eran doradas como el oro recién pulido. Brillaban como cual divinidad haya existido. El auténtico caos se formó en aquel jardín. El miedo quiso adueñarse de la pureza de aquellas almas inocentes.
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|ENTRE CAÍDOS|©
RomanceLucifer tuvo tres hijos que fueron enviados desde los cimientos del infierno a la tierra. Cada uno de ellos poseía la virtud del demonio. Adirael, Azatriel y Agares son egocéntricos y soberbios, mezquinos y groseros, con el atractivo de unos cuerpos...