Zahara Evans;
Los sentimientos son crueles, hieren y perturban el alma de aquellos que se vuelven débiles ante ellos. Te dañan y te fortalecen, dependiendo de cuál sea tu suerte. Y es ahí cuando te das cuenta de que por mucho que ocultes aquellos sentimientos para poder frenarlos, la realidad te los devuelve con Karma, y es que la sinceridad sin piedad se convierte en crueldad.
Y ahí estaba yo, aceptando mi total y absoluta sumisión ante el diablo que tenía delante. El arma ya había llegado a mi desolado corazón, listo para el combate, un combate que ya había terminado en derrota hace tiempo.
Ahí es cuando decides seguir y arriesgarte o apartarte y huir.
Yo me incliné decidiendo la que más sensata resultaba, o al menos, la más tentadora.
Los besos de Adirael sobre mi cuello me abrasaron lentamente la piel, y sentí cual hechizo que me encadenaría a él por el resto de la eternidad.
Sus manos se volvieron a mis pezones, listos para él, como todo mi cuerpo desde hace tiempo. Apretaba estos con una furia delicada, una astucia asombrosa, un frenesí arriesgado. Fue tan adictivo su aliento recorriéndome la mandíbula que gemí hacia atrás y volteé la cabeza hacia un lado. Mis caderas lo querían, atraían su miembro hacía ellas, disimulando el gesto con roces espontáneos y sonrisas sinceras.
No recordé cuando mi ropa desapareció. Yo ya estaba contra la cama tirada mientras Adirael me embestía duramente. Yo sostenía mis gritos mordiéndome la lengua. El placer era cada vez más grande, al punto de la desesperación cuando apartaba sus dedos de mí unos escasos segundos. Y que satisfacción cuando lo escuché correrse dentro de mí.
Mis gemidos le sacaron una sonrisa.
Rió y gruñó en un ligero suspiro con autoridad, decisión. Él llevaba el control y lo sabía, lo sostenía como si no hubiera un mañana y se autodenominaba príncipe de las tinieblas del placer eterno que, con ansias, a mí me brindaba con total honor.
"Y qué honor el suyo complacer a semejante mujer"—Pensé con el orgullo que mi inconsciente me otorgaba, con cada latido seco que golpeaba dentro de mi pecho, antiguamente desolado y que ahora, amenazaba con reemplazarlo con ese asomo de victoria que Adariel planteaba oponer a las rodillas de mi cuerpo, expectante y furioso.
Me costaba respirar con naturalidad. Estaba tan excitada que todo mi entorno me resultaba asfixiante. ¿Cómo podía reaccionar decentemente, teniendo al creador de los orgasmos frotando la yema de sus dedos en mi vagina y con la palma de la otra mano agarrándome con fuerza la nuca?.
Toqué el infierno con el orgasmo más placentero de mi vida, para luego caer de nuevo. Y caer otra vez, hasta no encontrar hueco en la tierra donde no haya pisado y relajado mi paranoia existencial. Quien pudiera defenderse a tal ataque de pasión, a tal bombardeo de ardores que no se inmutan ante la figura del diablo.
...
La brisa tropical que empapaba el ambiente de una de las islas del archipiélago volcánico se mezclaba con la composición de ambos alientos, que se fundían entre sí y se convertían en una especie de conjuro divino con el que poder sobrellevar cualquier cosa. Nuestros cuerpos acurrucados se complementaban sobre las arenas de la playa a sus orillas. El agua salada inundaba nuestros dedos cuando la marea ascendía y bajaba.
Adirael se giró hacía mí y supuse que solo lo haría por el simple hecho de analizarme, de conectar sus ojos con los míos y esperar el momento de soltar cualquier tontería, pero me equivoqué. Sus ojos destilaban un brillo erróneo y peculiar, arriesgado... Algo en su mirada reflejaba cierta discusión en su interior.
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|ENTRE CAÍDOS|©
RomanceLucifer tuvo tres hijos que fueron enviados desde los cimientos del infierno a la tierra. Cada uno de ellos poseía la virtud del demonio. Adirael, Azatriel y Agares son egocéntricos y soberbios, mezquinos y groseros, con el atractivo de unos cuerpos...