XVI.

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—¿Crees que tu padre me odie en estos momentos?— Pietro miró el cielo nublado, casi queriendo soltarse a llover

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—¿Crees que tu padre me odie en estos momentos?— Pietro miró el cielo nublado, casi queriendo soltarse a llover.

—No lo creo. —Ángela rio y miró al chico. —Creo que entiende que ya soy mayor y... también debo tener una vida a parte.

—¿A parte? ¿Sin poderes ni peleando por la paz?—

Ella rio y negó. —Esa es mi vida, nuestra vida. Me refiero a... estar sin él.

—Me sorprende de hecho, estar aquí es un gran avance.— Ángela recordó a su padre y por un momento deseó que estuviera bien.

—Él es mi todo.— Susurró pero Pietro vio como se quedaba dormida, lentamente hasta meterse en un profundo sueño.

No esperó a que la lluvia les ganara así que la cargó con el mayor cuidado, metiéndose al gran departamento.



Después de los eventos de la Guerra Civil, Wanda, Pietro, Natasha, Sam y Steve fueron fugitivos, al no firmar los Acuerdos de Sokovia y con la ayuda de Steve, escapar de prisión.

Ángela sabía que su padre también estaba en parte detrás de esto, pues el mismo cubría a Visión de irse con Wanda y evidentemente, a su propia hija de verse con su novio.

Ángela quería formalizar su relación. Quería un tiempo de paz con Pietro y aunque le costaba pensar en estar lejos de su padre, sabía que él también lo necesitaba.

Steve era un caso para la pequeña Stark.

No habían quedado en buenas condiciones a pesar de que la mayor parte del problema era con su padre. Sin embargo, eso no fue impedimento para que Pietro pudiera ver a Ángela, y Wanda a Visión.

Cada equipo tuvo sus acuerdos para que estas relaciones se pudiera concretar en secreto.

Y Ángela, realmente no podía estar más feliz.



—¿Realmente crees que Visión es apuesto?— Pietro rodó los ojos haciendo que Ángela riera, terminando de reportarse con su papá por teléfono.

—Son los gustos de tu hermana.— Le dijo y abrió la cama para que pudiera meterse con ella. —Es muy agradable, a su manera.— Ángela lo volteó a ver.

—Lo es. Es raro verlo... de humano.— Habló. —Espera, apagaré la luz. — Antes de que pudiera contestar, una ráfaga azul la hizo despeinarse, ver como desaparecía y aparecía en un milisegundo.

—Dijimos que nada de eso.— Ángela lo regañó.

—Lo siento, no puedo caminar lento.— Se excusó.

—Está bien. ¿Mañana iremos a cenar?

—Claro, puedes llevarte ese bonito vestido amarillo. —Pietro le sugirió.

ángela stark ; pietro maximoffDonde viven las historias. Descúbrelo ahora