𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐃𝐎𝐂𝐄

299 41 0
                                    



recuerdos latentes



𝐒𝐀𝐂𝐎 𝐄𝐋 𝐂𝐄𝐋𝐔𝐋𝐀𝐑 𝐃𝐄𝐋 𝐁𝐎𝐋𝐒𝐈𝐋𝐋𝐎 𝐂𝐎𝐍 𝐔𝐍 𝐂𝐇𝐀𝐒𝐐𝐔𝐈𝐃𝐎 y veo la pantalla repleta de mensajes de Azumi. Ella, además de mandar quinientas palabras por mensaje solo para decirme una sola cosa, escribe todo mal y desorganizado. Tras hacer un poco de esfuerzo intentando leer todo lo que ha estado escribiendo, logro entender que me está invitando a su casa por la tarde. El reloj marca las cinco exactas y, como no tengo nada mejor que hacer por el momento, termino aceptando ir.

Lentamente me encamino hacia el mueble en donde están las cajoneras con las prendas que uso con regularidad; hay una pequeña sección de cartas que he ido acumulando de todos los cumpleaños pasados que viví.

La caligrafía impecable de Kaori resalta entre las demás. También hay un cuadro al costado con una fotografía que Levi nos supo tomar cerca de nuestro segundo año de secundaria. Yo sonreía sin mostrar los dientes, y Kaori me abrazaba por los hombros con fuerza. Lo sé, porque al día siguiente recuerdo que me quedaron pequeñas marcas rojizas sobre la piel. Esa foto estaba tomada de tal forma en la que se podía ver un poco del recibidor de la casa de Fermín. Fue en una noche de verano, y nos habíamos juntado para poder jugar al juego de la botella junto con algunos compañeros al azar de nuestra clase. Fue una experiencia extraña, porque en realidad no era el clásico juego de besos, sino de retos inocentes.

Sin embargo, yo me negaba a dejar que terminara la ronda hasta que mi giro apuntase a Levi. O hasta que su giro me apuntara a mí. Pero eso jamás sucedió, no obstante, tengo la certeza de que hay algo tan vergonzoso o deplorable que sucedió allí, que mi mente terminó bloqueando el recuerdo por completo. Hoy, cuando intento recordar un poco de lo que ocurrió aquella noche, solo logro rearmar las imágenes del círculo mal hecho y las botellas medianamente vacías esparcidas en el suelo.

En la manzana que rodea la casa de los Yamada solo permanecen abiertas dos tiendas: el almacén de los licores Black Curse, que es el preferido de Fermín cuando sabe que pasará el día con ella, y un supermercado pequeño de emprendedores extranjeros. El almacén de licores tiene la peculiaridad de parecer siempre oscuro y vacío por el día, pero se reactiva por las noches cuando el encargado del lugar llega de su siesta y comienza a encender todos los carteles exteriores. A mí siempre me pareció un lugar extraño y deprimido, y a Fermín era eso justamente lo que le encantaba. Decía que el alcohol sabía mejor en soledad, aunque le molestaba que nadie quisiera acompañarlo.

—¿Puedo ayudarte en algo, anciana? Aquí no se reparte limosna, pero las iglesias abren los domingos desde las diez y tantas.

Saludo a Azumi con un beso tras reírme un poco. Parece que se ha pegado un baño, porque su cabello está húmedo. Cuando cierra todas las rejas vuelve a preguntar, un poco más fuerte:

—¿A dónde has estado esta mañana? Te has escapado.

—He ido a la casa de Erwin para hacer las tareas que nos han dejado.

—¿Ya les han dado tarea? Qué rápido.

—Han sido pocas cosas, al final no nos llevó más de dos horas hacerlo. ¿Ustedes no tienen nada?

—Resumir unas cuántas páginas de las primeras materias. Nada demasiado bochornoso, pensé que íbamos a sufrir como unos condenados, pero ha sido como el inicio de año en cualquier grado de la secundaria. Mejor así... Por lo menos, hasta que vayamos por la mitad del primer cuatrimestre.

—Mhmmm —digo yo.

—¿Fermín y Levi no han ido contigo y Erwin? —Entonces, ella enarca una de sus cejas delgadas y sé que me está cuestionando indirectamente por qué hemos decidido ir nosotros dos solos al departamento. Suspiro fatigosamente. Ignorando sus segundas intenciones, decido contestarle con el tono más natural que pueda salirme:

—Fermín se ha tenido que ir con Naoko. Me ha dicho que su padre tenía que decirles algo y no, no ha dado muchos detalles. Lo de Levi, es que mejor ni te lo explique porque ya conoces la historia de siempre. No hay cómo sacarle de la rutina de limpieza, a lo mejor Kuchel está ocupada con el trabajo y necesita la ayuda de su hijo.

—¿Decirles algo? Qué extraño. Seguramente nos lo contará mañana, ¿no?

—¿Tú crees? A Fermín no le gusta hablar mucho de su padre —pronuncio, dando por hecho que él va a tratar de evadir cualquier tema de conversación que incluyese a Adrien. Aunque, quizá podríamos hablar con Naoko. Él siempre fue mucho más liberal a la hora de hablar de esos temas en particular.

Al fondo de la casa de Azumi hay un pequeño corredor detrás de una puerta acristalada. Desde ahí se puede ingresar a su cuarto. Aunque, antes de ir rumbo a su cueva, ella hace una parada rápida en la cocina con una sonrisa para buscar algo que podamos comer. Azumi parece recordar poco a poco las cosas que han sucedido en clase a medida que revuelve todas las cosas. Cuando está sacando los refrescos de la heladera, gira a verme con los ojos exaltados y me dice todo lo que recordó de forma arrastrada.

—¿Qué ha pasado con Hinami? No te he entendido. 

—Se quiere aventar a la jungla como un puto mono hormonal. No sé cómo terminará esto, Reiko —Azumi exhala por la nariz con lentitud mientras caminamos en dirección a su cuarto—. En clase no ha parado de decir que quiere invitar a Suzuki a una cita.

—¿Ah? ¿Una cita? Es demasiado apresurado... 

—Lo sé —dice ella—. Pero tendrás que poner las manos en el fuego tú. Nosotros no hemos podido hacer nada.

—Intentaré hablar con ella mañana —Y no sé hasta qué punto mis intentos rendirán frutos, porque conozco a Hinami desde pequeña y sé que no es de las que dan el brazo a torcer cuando se encaprichan con algo.

—Suerte con eso. ¿De qué han hablado con Erwin por la mañana? Me gustaría conocerlo mejor, me ha caído bien. Me ha dicho que mi pelo le parece lindo

Cuando estábamos en uno de los últimos años de secundaria, yo caminaba por los pasillos con Azumi, Hinami y Kaori, mientras que en el patio principal del instituto estaba Fermín sentado en medio de su círculo de amigos. Cuando llegamos a su costado ellos dejaron de hablar, y todo fue un silencio tan incómodo que hasta había jurado oír la respiración de Levi, que estaba al lado de Fermín. Ellos desviaron la mirada y, cuando nosotras pasamos de largo, Fermín y Jean comenzaron a reírse junto con otros muchachos que no conocía.

Por un momento tuve el ligero pensamiento de que se reían de mí, pero luego supe que se reían del cabello de Azumi. No con malas intenciones, por supuesto. Cuando los vi ahí, sentados con otros chicos de los demás cursos, tuve la sensación de que había información de ellos que yo desconocía. Como si fuesen otro tipo de personas. Tuve miedo por un momento. Miedo de que tal vez se volvieran aquella clase de muchachos despreciables que viven para lastimar a otros con las palabras.

—Lo haré, aunque me dé demasiada flojera —termina de decir.

—¿Cuándo comenzarás?

—A mitades de marzo. La academia estuvo cerrada por unos pequeños problemas.

—¿Extrañas mucho bailar? —Sonrío y al instante me invade una sensación de nostalgia al recordar todas las veces en las que fui a las presentaciones de Azumi. Ella adora bailar y yo adoro verla.

—¡No te imaginas cuánto! —exclama.



𝐍𝐎𝐓𝐀 𝐃𝐄 𝐀𝐔𝐓𝐎𝐑𝐀

Este capítulo era muy largo, pero lo acorté, porque esto es lo justo y necesario para poder entrar al recuerdo del juego de la botella y, también, mostrar un poco de la relación que mantienen Reiko y Azumi.

𝐇𝐎𝐖 𝐔𝐍𝐅𝐀𝐈𝐑 | 𝗹𝗲𝘃𝗶 𝗮𝗰𝗸𝗲𝗿𝗺𝗮𝗻Donde viven las historias. Descúbrelo ahora