𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐓𝐑𝐄𝐈𝐍𝐓𝐀 𝐘 𝐒𝐄𝐈𝐒

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en lo más hondo




𝐒𝐈𝐆𝐎 𝐕𝐈𝐄𝐍𝐃𝐎 𝐋𝐀 𝐓𝐄𝐋𝐄𝐕𝐈𝐒𝐈𝐎𝐍 𝐇𝐎𝐑𝐑𝐎𝐑𝐈𝐙𝐀𝐃𝐀. El problema recae en que no sé qué esperarme de la investigación. Hay silencio en la sala, pero mucho más en mi cabeza puramente blanca. Antes, y quiero decir horas atrás, por esas rutas hundidas se trasladaban todo tipo de pensamientos, donde abundaban las dudas y se ahogaba la suposición. Había amanecido como siempre, en mi neutralidad matutina; poco a poco, todo se fue enfriando, mortificando y pudriendo.

—Con el arduo trabajo de los detectives y los médicos forenses se ha determinado que la causa de muerte de Alexander Schneider ha sido por ahogamiento. No hubo rastros de violencia física. Sin embargo, toda herida ha sido causada por la fuerza con la que lo arrastró la corriente del lago Willa.

Cierro los ojos fuertemente. Viajó por mis venas una petrificante sensación eléctrica al escuchar el nombre de Alexander. He visto su cuerpo sobre una camilla, frente a mis ojos abiertos y mis manos temblorosas. Se escucha como algo ajeno, muy privado e ilegal revivir ese recuerdo. Esta historia está escrita por alguien retorcido. Lago Willa... Lago Willa. ¿Qué estoy pasando por alto?

—¿Comerás más, Reiko? Dejaste casi toda tu comida.

—No, papá... Lo dejaré así. No tengo hambre —mascullo trémulamente—. Guardaré las sobras para comérmelas después.

Ryo arruga la frente. Su gesto de confusión es tan notable como el gusto amargo que llevo sobre la lengua.

—Has estado muy ausente estas últimas semanas, Reiko. ¿Volveremos a repetir la charla de aquella vez?

—¡No! —exclamo, subiendo la voz. Mi cuerpo se sobresaltó justo como si alguien me hubiese pegado un disparo en la rodilla—. Estoy bien y todo está bien. Es solo que... ya se acaba abril y en mayo tendremos la segunda oleada de exámenes... Eso es todo. Me estreso con facilidad. 

Papá pica otro bocadillo de su plato y se lo lleva a la boca. Mientras mastica con lentitud, asiente. No obstante, sus gestos no pasan desapercibidos. Le lanza pequeñas miradas a Fuyuka que ella recibe con indiferencia; me disculpo en voz baja antes de subir por las escaleras. Cada vez que la madera rechina, evoco en más recuerdos sofocantes. Tengo unos cuántos minutos antes de tener que salir de camino a la universidad; encontrarme con Levi, Naoko, Fermín y Erwin esperándome en el trayecto me otorga una ligera tranquilidad. Dejaré de mentir una vez sepa que el asunto no se corre por mis dedos. El silencio me devuelve una respuesta desagradable.

Me asustan las sombras inmóviles del pasillo. Aborrezco tener que correr las cortinas de la bañera. Detesto que mi hogar sea tan poco ruidoso; cualquier sonido podría tomarse como una alerta. Agarro lo necesario. Las trabas están puestas. Con la seguridad de estar próxima a la muerte, intuyo que ningún pestillo servirá para alejarme de lo ineludible. Averiguo que mi cuerpo ya no tiene más fuerzas al ver la cama vacía. Me desplomo sobre ella con los brazos abiertos. No obstante, me coloco el portátil sobre las piernas, incorporándome. Teclear palabras al azar me termina conduciendo a una página en concreto. Alexander Schneider es un fantasma que me acosa perpetuamente. Su manera de hacerlo es silenciosa y precavida.

Solía temerle a la noche hace un par de años. Me alegraba ver el sol, el cielo pálido o azul, o las cortinas abiertas. Era el momento justo donde los monstruos del armario o de la cama se desintegraban, y yo por fin cazaba la certeza de que había ganado la gran batalla contra la bruma. Hoy, durante este año repleto de piedras y muros, me enfrento cara a cara con un vestiglo de luz. Me siento alojada en un interminable túnel de niebla, donde a veces termino en esta habitación cuadrada, deslizando el índice por información repetitiva e inútil. «Guardias forestales han encontrado su campamento cerca del monte Kiyomori, por los límites de Tokio y cerca de la Prefectura de Chiba».

𝐇𝐎𝐖 𝐔𝐍𝐅𝐀𝐈𝐑 | 𝗹𝗲𝘃𝗶 𝗮𝗰𝗸𝗲𝗿𝗺𝗮𝗻Donde viven las historias. Descúbrelo ahora