𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐂𝐈𝐍𝐂𝐔𝐄𝐍𝐓𝐀

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❝el palacio del terror❞




𝐓𝐑𝐀𝐆𝐎 𝐌𝐈𝐒 𝐏𝐀𝐋𝐀𝐁𝐑𝐀𝐒 𝐇𝐀𝐒𝐓𝐀 𝐐𝐔𝐄 𝐎𝐂𝐔𝐏𝐀𝐍 un lugar hondo dentro de mis propios pensamientos. Con todo, me levanto del suelo y avanzo cojeando. Corrimos por todos lados durante estos días, y ya no siento los pies. Colocarme más de dos pares de medias con tal de apaciguar el doloroso roce de mi piel irritada contra los bordes filosos de los zapatos no seguirá siendo tan útil como al principio. Por ende, atravieso la habitación arrastrando los pies con el objetivo de llegar a la ronda de los muchachos. Discuten en voz alta.

—¡La policía no hace nada! —nos grita Jean—. ¡No hicieron absolutamente nada en este tiempo!

—El cadáver no está aquí; deberíamos haber puesto cámaras o algo —dice Erwin, caminando de un lado a otro.

Volvimos a las aulas abandonadas de la Ciudad Universitaria, pues olfateábamos que, quizá, podría haber algo aquí que nos ayudaría a dar con el paradero de Sasha. Ely desapareció. Destapamos el hueco moviendo el mismo trozo enorme de concreto para dar con la antigua mancha sucia que dejó su putrefacción. Percibía la lejanía de su sombra, el repulsivo olor a carne chamuscada, y la forma en la que su aspecto haraposo se asemejó a un traumatismo craneal en mí, inclusive si pensaba estar preparada para todo.

Pero descubrir la ausencia de un cuerpo que sabíamos bien que, tiempo atrás, estuvo ahí, fue mortificante. Es decir, estaba la posibilidad de que las autoridades hubiesen venido a retirar el cuerpo. Sin embargo, dividí esa opción en varias partes. Primero, ¿de qué manera la policía iba a saber la exacta ubicación del cadáver? Alguien de nosotros tuvo que haber dicho algo, pero en la interrogación llevada a cabo en la residencia Blouse ninguno soltó palabras referentes a las aulas. Segundo, el babélico sujeto que estuvo a punto de encontrarnos escondidos en el baño volvió para reclamar lo que él mismo dejó oculto. Eso último confirió aún más pavor.

—Pasaron dos días y... —Hange se calla. Atascarme con pastillas no evitará que mi corazón lata a un ritmo desenfrenado. Sin embargo, por hoy late tan lento que debo llevarme la mano al pecho para corroborar si, en efecto, sigo viva y no en un sueño.

—¿La computadora de Sasha? Tal vez habló con alguien estos días —supone Petra.

—La policía confiscó todo... Desmantelaron su casa en busca de pistas, pero no hubo nada. Sus padres también ayudaron a dar vuelta todo. Nosotros nos encargamos bien de borrar todas las pistas de nuestra investigación. Eso hubiese sido todo lo que se habrían encontrado de haber metido la pata.

Sasha está desaparecida y solo buscan en su manzana. Inútil. Desperdiciar tanto tiempo valioso en ocupar recursos donde cualquiera con dos dedos de frente sabría que la víctima no se encuentra, parece un chiste de mal gusto. Mantuvimos nuestro silencio ante la mención del bosque de Aokigahara. «Principales sospechosos», repetía en esos momentos, antes de evaluar qué tan responsable me sentía por la desaparición. Investigar ya no sirve de nada, pues nos hemos quedado sin tiempo. Mentalmente no podemos más. Podríamos seguir llevando nuestros cuerpos al límite, sobrevivir sumidos en el cansancio físico, pero si nuestra mente no funciona correctamente, entonces ¿qué nos queda?

—¡Te estoy diciendo que ella no habló con nadie sospechoso! ¡Siempre estaba con nosotros y si veía algo raro nos lo decía! —exclama Hange, inquieta. El silencio reina en el aula donde somos comidos por las sombras una y otra vez. Ojos como los de Hange, suplican una señal por más vaga que sea.

—¿Y a qué se referían los padres de Sasha con eso del campo? ¡¿Qué demonios vio dentro de ese puto sitio?! —le grita Auruo, con el mismo tono.

𝐇𝐎𝐖 𝐔𝐍𝐅𝐀𝐈𝐑 | 𝗹𝗲𝘃𝗶 𝗮𝗰𝗸𝗲𝗿𝗺𝗮𝗻Donde viven las historias. Descúbrelo ahora