𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐂𝐔𝐀𝐑𝐄𝐍𝐓𝐀 𝐘 𝐂𝐔𝐀𝐓𝐑𝐎

102 20 10
                                    



sufrimiento activo




𝐌𝐄𝐋 𝐅𝐀𝐋𝐋𝐄𝐂𝐈𝐎 𝐄𝐋 𝐏𝐀𝐒𝐀𝐃𝐎 𝐓𝐑𝐄𝐂𝐄 𝐃𝐄 𝐌𝐀𝐘𝐎 a las cuatro de la madrugada. Le dijo a Luna que, por favor, en cuanto me vea, me diga las siguientes palabras: "ReiRei. Gracias por salvarme, querida". He llorado hasta que sentí que mis ojos iban a explotar. Vi el cielo ennegrecido durante la madrugada y estaba tan enojada que no había manera de poder apagar el repulsivo fuego interno que crecía desde mis entrañas.

Sonó el teléfono a mitad de la noche. Contesté; era Luna llorando. Repitió una y otra vez: "Él se fue, Reiko. Mel se fue para siempre". Era incapaz de abrir la boca para responderle. Luna simplemente necesitaba un oído que la escuchara llorar y, una vez nos calmamos, intercambiamos un par de palabras. Sonaban huecas, aireadas, llenas de algo tan infausto que no se podía describir. Mel se hubiese burlado de Luna al escucharla llorando escandalosamente. A mí se me hubiese reído en la cara tras pedirme que vuelva a sonreír. Habría concluido otra de nuestras juntadas los días martes con la inocente pregunta de: "¿Ya te confesaste? El tiempo se pasa muy rápido".

Ese mismo tiempo se pasó entre flores y despedidas. Al día siguiente fui a su entierro y sepulté un gran trozo de mí con su cuerpo dentro de la caja. Cubrieron a Mel con mucha tierra húmeda. Su nombre deletreado por sus labios agrietados, se imprimió sobre la piedra de una lápida. Lloviznaba. Desde ese entonces el cielo es gris, el clima inestable, y mi mente una reminiscencia.

Estuve sentada en una banca desde hace horas. Quedó hedionda. Quedé hedionda. Me levanto sometiendo mi maquinaria pesada a la gravedad de mi energía en cero, e inhalo el mismo perfume de la tierra húmeda que sentí durante todo el velorio. Llovía a cántaros en el cementerio, justo como ahora, y creí que era el cielo el que lloraba junto con todos nosotros. Pesqué un resfriado enorme, pero eso fue lo que menos me importó.

—A eso me refería cuando los conocí, Reiko —me dijo Takaeda, ayer por la mañana—. Ser médico no se trata de salvar vidas en forma física. Ser médico también implica salvar las almas de las personas que están heridas internamente.

¿Por qué te he salvado, Mel? No he hecho absolutamente nada. Me lo pregunté una y otra vez. Entre medio de mi pesadilla realista, Hange me pasó el diario completo de Miyazaki. Pasó las seis fotos que le mandé en limpio a otro archivo, y escribió todo en la computadora. Leí todas sus palabras en silencio, permitiéndome sollozar. Llegué a las últimas líneas de esa página número seis, y me zambullí en la conclusión de que ambos nos parecíamos más de lo que me imaginaba.

Camino por el espejismo de la calle y, a medida que avanzo, mis zapatos se mojan. Quedan sepultados por el barro suelto, las hojas caídas, y el césped cortado. Paso por el tiempo con solo una mitad. "No fue tu culpa, estaba cansada". "No fue tu culpa, estaba cansado". Dormí más de lo normal. Despertaba y no sabía si seguía teniendo alma o cuerpo, pero mis ojos extrañamente funcionaban y lograban detenerse en el techo de mi habitación.

Luego de varios minutos inerte sobre las sábanas me paraba y abría las ventanas para que entrara el aire fresco, y me llevaba la mano al corazón para ver si todavía seguía latiendo. Salía del cuarto sin peinarme, bajaba las escaleras y pensaba que si tenía que fallarle al peldaño entonces era muchísimo mejor.

Suena mi teléfono en el aquí y ahora. Lo saco de mala gana y mi pantalla se humedece. Un sinfín de gotas caen sobre el resplandeciente cuadrado negro. Es Hinami. Me dice: "He besado a Suzuki... ¡No puedo creerlo! Estoy viviendo un sueño". ¿Un sueño? Debe ser que yo estoy dentro de una pesadilla... ¿Cuánto faltará para que termine? Estoy exhausta físicamente y abrumada mentalmente. Salgo del mensaje de Hinami y bloqueo el teléfono. Tengo de fondo de pantalla la foto grupal que Levi Ackerman tomó con su cámara instantánea en la habitación de Mel. Sobre él, sé que hoy salió con Kaori. Quién sabe dónde.

Un dolor lacerante del que difícilmente voy a poder escapar toma completa posesión de mi cuerpo vacío. Rellena sus cavidades con sufrimiento activo, y se me sale una pequeña risa de mis labios cerrados. Un cuerpo muerto se sentiría mucho más cálido que el mío. Estoy seca por dentro y acuno hierbas podridas entre las costillas. Estoy cansada de estar desesperada y cansada de estar cansada. Uno no puede evitar el dolor durmiendo o caminando cuando la ciudad se deshace bajo la lluvia. La fatiga del desconsuelo es una enfermedad incurable. Supongo que no soy la única que lo ve así, pues dentro de Tokio existen un par de personas similares, incluyéndolo. Sí, Miyazaki... A mí también me gustaría morir. 

𝐇𝐎𝐖 𝐔𝐍𝐅𝐀𝐈𝐑 | 𝗹𝗲𝘃𝗶 𝗮𝗰𝗸𝗲𝗿𝗺𝗮𝗻Donde viven las historias. Descúbrelo ahora