𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐂𝐈𝐍𝐂𝐔𝐄𝐍𝐓𝐀 𝐘 𝐔𝐍𝐎

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❝el escape❞





𝐂𝐎𝐍 𝐔𝐍 𝐑𝐄𝐏𝐄𝐍𝐓𝐈𝐍𝐎 𝐆𝐄𝐒𝐓𝐎 𝐃𝐄 𝐃𝐎𝐋𝐎𝐑 logro sacarme la mano de la boca. Baja considerablemente la temperatura en los perímetros del bosque, y nadie deja de temblar indiferentemente de si nuestra sangre por dentro hierve con pavor. Auruo cargó a Petra en su espalda queriendo avanzar pasos que quedaron en deseos irrealizables, pues sus pies se iban hundiendo en la tierra húmeda a medida que los demás salían del shock murmurando maldiciones.

Todos lloran menos Eren y Levi. Es decir, quieren sacar fuerzas de donde no las hay para cuidar del grupo. Verlos así me obliga a secarme las lágrimas bruscamente con el dorso de la mano. Mi propia piel congelada raspa. Me pongo de pie, mareada, aguantándome las náuseas. Aprovecho para caminar hacia adelante bajo la mirada de un par de ojos.

—¿Para qué entraremos? Ya no tiene sentido —gimotea Jean de rodillas en el piso. Hay un punto lógico en lo que dijo. Lógica que no ejerce efecto en mi convicción de sacar a nuestra compañera de ese pozo. Sasha ya no regresará a la vida, pero podría estar en brazos de sus padres. Podría volver a la ciudad y ser velada. Todo menos aquí.

—No dejaré su cuerpo en ese gancho —le digo fríamente—. Llevaré a Sasha a casa sea como sea. Me importa una mierda que vengan conmigo o no.

Pronto, Hange deja de gimotear. Limpia los lentes con su camiseta húmeda y toma el impulso de seguirme. Mi cabello enmarañado obstaculiza mi visión y lo aparto de un manotazo.

—Auruo, quédate con Petra en la camioneta —dice Erwin.

—¡No! —exclama ella—. Iré... Iré a buscar a mi amiga... No puedo dejarla... Simplemente no puedo...

Descaradamente nos traga el silencio en frente del bosque. Desde ahí la innumerable fila de árboles oscurecen el perímetro y nublan el interior de Aokigahara. Forman un muro de penumbras impenetrables. Son copas largas, cuyas hojas azotadas por el viento nos gritan que huyamos antes de que sea demasiado tarde. «Pero ya es tarde», pienso parándome en medio del camino de hierba húmeda. Algunos caminan detrás de mí, y otros tantos se recomponen en el suelo. Husmeo la posibilidad de pedirles que se queden a salvo. Nadie merece morir; si alguien tiene que hacerlo seré yo, pues me siento responsable por la desaparición de nuestra amiga.

Llorar es tan natural y humano, y ante estos actos despiadados las lágrimas deberían diferenciarnos de lo que se esconde en este bosque. Pero no hay tiempo, y el viento es un reloj que empuja las manecillas de un reloj imaginario. Tengo miedo y convierto el sentimiento en una palabra profunda que me invita a encender la linterna del teléfono. Tengo treinta por ciento de batería.

—No nos separemos —exclama Levi—. Si alguien ve algo raro, lo que sea, lo dice.

—Si están muy asustados solo griten la dirección en la que hay que correr —dice Mikasa—. Será útil para no perder tiempo dando explicaciones. Caminaremos en la misma dirección para no perdernos.

—Pongan sus teléfonos en modo ahorro de batería —pronuncia Naoko con la voz temblorosa—. No trajimos linternas por salir rápido de la ciudad y seguramente nuestros teléfonos tienen poca batería. Hay que cuidar los porcentajes como oro.

¿Habitarán animales peligrosos? Por las pendientes, pozos y grandes alturas los guardias forestales recomendaban no cruzar el bosque de noche. Generalmente solo decían que era mejor ni siquiera pensar en la posibilidad de acercarse más allá del perímetro. Cualquier tipo de peligro quedaba en una suposición. Con las linternas vemos, a duras penas, más allá de diez metros. Estamos en silencio, obviando la rudeza del viento, y atravesamos el paraje hundidos en las sombras.

𝐇𝐎𝐖 𝐔𝐍𝐅𝐀𝐈𝐑 | 𝗹𝗲𝘃𝗶 𝗮𝗰𝗸𝗲𝗿𝗺𝗮𝗻Donde viven las historias. Descúbrelo ahora