𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐃𝐈𝐄𝐂𝐈𝐎𝐂𝐇𝐎

425 44 7
                                    



el chico de las flores


𝐄𝐍𝐀𝐌𝐎𝐑𝐀𝐑𝐒𝐄 𝐄𝐒 𝐕𝐎𝐋𝐕𝐄𝐑𝐒𝐄 𝐕𝐔𝐋𝐍𝐄𝐑𝐀𝐁𝐋𝐄. 𝐒𝐄 𝐀𝐁𝐑𝐄 𝐄𝐋 pecho, luego el corazón, como si el alma se abriera sabiendo que podría deshacerse en un segundo. El amor viene en fragancias, en las monedas de oro bajo las cejas, en las lágrimas. Me di cuenta que estaba enamorada en cuanto el azul del cielo jamás me había parecido tan espléndido por encima de su cabello cobrizo que iluminaba el vientre de su tabique afilado. Eran finales de semestre. Estaba agotada caminando por los pasillos del instituto mientras la cabeza me colgaba como un títere.

Ahora, todo esto suena demasiado lejano. No puedo creer aún que el instituto se ha convertido en algo del pasado, tan lejano que asusta. Teníamos exámenes finales, pero que no suponían demasiado estrés ya que, a esas edades, no nos hacían leer más de quince hojas. Naturalmente, siempre me ha dado miedo reprobar, y no es ningún secreto que cuando me está por agarrar algún ataque debido al estrés recurra a la soledad y a la tranquilidad que aporta la naturaleza.

El tiempo a solas que había pasado con Reiko ese día fue escaso, y recuerdo que moría por charlar con ella, porque aún teníamos demasiadas cosas que aprender de la otra. Pero el timbre sonó, y supe que las clases iban a empezar en pocos minutos. Tras pasar por algunos corredores más, me paré al costado de los dispensadores de bebidas frías, con un folio colgando de mis dedos, que se me resbalaba por el sudor de los nervios.

—¿Y qué harás el fin de semana?

—Salir a jugar a la pelota con Joe. Ya sabes... —contestó, con una mueca graciosa.

—Siempre haces lo mismo —carcajeó él.

—¡Es lo único que me entretiene!

Echo de menos esa sensación de estar flotando en una burbuja sin pensamientos que obstruyan la mente, porque cuando se es tan solo una niña de once años, se vive dentro de una constante ilusión. En una clase de mundo idílico que tan solo uno crea. ¿Cuál fue el mío? ¿Cuál fue mi creación durante todos esos años? Creo saberlo, porque... yo tan solo vivía en un mundo en donde las acuarelas y los plumones servían para expresar lo que las palabras no podían.

No me atormentaba el rechazo, porque jamás me había topado de frente con él, hasta ese momento. Fue algo nuevo. Sacudió esa ilusión como si alguien arrojase una roca en un estanque cargado de agua. Me suelo desesperar con cosas pequeñas, aunque trato de mantener la calma. Soy buena en esas cosas, pero en esos momentos, no sé qué me había ocurrido.

—¿Y la invitarás a salir?

—Qué asco, ni lo sueñes.

—Vamos. ¿Por qué no? Es linda.

—Odio a las niñas.

He sido siempre una cobarde en los temas amorosos. Tal vez me parezco demasiado a Reiko en esos sentidos. Recuerdo que hablar con él era mucho peor que verlo desde lejos en los pasillos, porque estaba demasiado cerca. Estábamos juntos, pero separados al mismo tiempo. Cerca y lejos.

Debí apartar la mano, quizás, arrugar ese pequeño papel amarillento y caminar hacia el salón en donde sabía perfectamente que mis amigos me estaban esperando. ¿Por qué no lo hice? No me arrepiento, porque ha sido una experiencia más a mi vida. Instintivamente me acerqué, y me gané demasiadas miradas curiosas de su grupo de amigos. Me temblaban las piernas, la garganta seca me dolía y mis dedos sudorosos mojaron la punta del papel.

𝐇𝐎𝐖 𝐔𝐍𝐅𝐀𝐈𝐑 | 𝗹𝗲𝘃𝗶 𝗮𝗰𝗸𝗲𝗿𝗺𝗮𝗻Donde viven las historias. Descúbrelo ahora