𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐕𝐄𝐈𝐍𝐓𝐈𝐍𝐔𝐄𝐕𝐄

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corazón ultrajado❞





𝐇𝐄 𝐕𝐈𝐒𝐓𝐎 𝐀 𝐀𝐋𝐆𝐔𝐈𝐄𝐍 𝐌𝐄𝐑𝐎𝐃𝐄𝐀𝐍𝐃𝐎 𝐌𝐈 𝐂𝐀𝐒𝐀. Una vez llegué a mi habitación tras haber corrido alrededor de una hora, lavé y desinfecté mis manos. A la ropa ensangrentada la metí en bolsas de consorcio y despojé todas las telas rasgadas en el contenedor. Levi me llamó múltiples veces; llegó a amenazarme diciendo que si no le contestaba rápido iba a llamar a la policía y también a mis padres. Dije, con la máxima claridad posible en mi estado de bruma mental, que iba a contárselo todo una vez nos viéramos en el campus. Insistió en que llegáramos treinta minutos más temprano de lo normal por lo que, antes de salir de casa, me despedí de mis padres sin mirarlos demasiado, pues las heridas en mi cara no habían sanado del todo.

"He ido a la casa de Miyazaki ayer por la tarde", le escribí. Tardó varios minutos en responderme; al final tecleó: "tú y yo hablaremos seriamente. Apresúrate, que estoy a punto de llegar a la rotonda". ¡Maldita sea! Hubiese pensado las cosas mejor y, quizá, me habría saltado esta irremediable crisis de nervios. Moverme con el estómago repleto de moretones es un suplicio. ¿A qué otro se le ocurriría? Me oscurezco del miedo. No tan solo por nuestra próxima conversación, sino por el hecho de hubo alguien veleidoso deambulando por la calle. Fue imposible pegar un ojo si todo el tiempo me sobrepasaba la idea de imaginar a alguien rompiendo a patadas la puerta de casa para subir las escaleras apresuradamente y acribillarme sin compasión. Incontables veces me asomé por la ventana corriendo poco a poco las cortinas para encontrarme con la misma visión: un hombre envuelto en las sombras más oscuras varado como un poste de bruma sin hacer absolutamente nada. Miraba a las puertas, en silencio, hasta desaparecer.

No existen formas de poder tranquilizarme. Racionalmente, la forma de seguir averiguando más sobre el suceso protagonista del alba —sin levantar más sospechas— es permanecer en vigilia durante un par de días más. Si nadie vuelve, entonces, procuraría pensar que el inopinado forastero solo fue un muchacho esperando a que su novia baje por una ventana en silencio para escaparse a una fiesta. Con ello, finalmente podría hacer una vida normal. Pese a ello, mi suposición carece de racionalidad. Nunca vi que sacara teléfonos o esperara cerca de alguna motocicleta aparcada en un cordón. Simplemente existía, como una extensión de la propia noche, sin hacer algo con sensatez.

Todavía, más allá de tener que saldar cuentas con otro misterio inopinado, Levi Ackerman seguramente esté enojado conmigo, y uno de los peores miedos que puedo tener es el hecho de perderle. Otro día tristísimo. Su ausencia marcaría el final total de mi felicidad y, al pensarlo, me oprimo la mochila al pecho. La nariz nunca dejó de arderme desde que olfateé el contenido repulsivo de esa caja enigmática. ¿Qué llevaba ahí dentro? ¿Qué estuvo descomponiéndose durante tanto tiempo como para generar tal nivel de repulsión?

Fugazmente le mando un mensaje a Eren. Algunos albergamos en algún rincón, de forma instintiva y profundamente arraigada, la llama de la intuición. Surge espontáneamente, en instantes precisos, como una herida o una astilla que intenta penetrar la piel. Nada más que eso. Poseo, de vez en cuando, intuiciones muy siniestras a las que no les doy la atención que se merecen.

Dentro del campus, específicamente en el Pabellón Sur, las zonas más aireadas cuentan con mesas y bancos de cemento pintado. Pegado a la entrada de la cátedra A, se encuentra Levi Ackerman moviendo el pie derecho zambullido en su gesto más impaciente. Posee la mirada más perdida que nunca, pues es un muchacho que, en silencio, suele estar muy atento a los detalles.

Alzo cuidadosamente la mano al acercarme. Al verme su expresión no muta. Cuento un par de segundos. Llego a seis. Seguidamente su rostro se vuelve un amargor arbitrario, haciéndome sentir algo oneroso y repugnante. Detengo la mirada en su nariz pequeña, sus labios rectos, su cabello fundiéndose con la oscuridad que destila. Fuerzo una mueca abatida. Mi rostro no se mueve.

𝐇𝐎𝐖 𝐔𝐍𝐅𝐀𝐈𝐑 | 𝗹𝗲𝘃𝗶 𝗮𝗰𝗸𝗲𝗿𝗺𝗮𝗻Donde viven las historias. Descúbrelo ahora