𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐂𝐔𝐀𝐑𝐄𝐍𝐓𝐀 𝐘 𝐎𝐂𝐇𝐎

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❝demasiado tarde❞





𝐈𝐍𝐂𝐎𝐌𝐎𝐃𝐎. 𝐇𝐀𝐁𝐋𝐎 𝐃𝐄 𝐋𝐀 sensación de tener las manos sudadas, y mojar la bolsa de papel; la paso hacia mi mano izquierda, un poco más seca, y a la libre me la arrastro por el pantalón. Luego, considero que es inútil: dejo la bolsa sobre un par de mochilas. Nos libramos de los exámenes integradores y nadie reprobó. Acabamos y no supimos qué hacer. Proseguía en la lista... Sí, algo que queríamos dejar en la caja del olvido.

Lanzo un suspiro de cansancio, dejando caer la mirada sobre un cadáver. Faltan emociones en mi cabeza. Horror, impresión, asco, ya no queda nada. Escucho el tictac del reloj; a veces lo miro y temo que me diga: ya es muy tarde. Voy contando cada uno de los segundos que marca y, al final, intento calmarme concentrándome en mantener una respiración lenta y profunda. Llegamos a la mitad del año, y con suerte conozco los nombres de cuatro o cinco compañeros de clase. Tuve suerte de que hoy me tocó formar grupo con Fermín. Además, como un plus, Miyazaki también está con nosotros. Se lo ve intrigado tocándole la cara al muerto.

Palpa su garganta con movimientos lerdos. Junta los dedos; índice y pulgar. Luego retrocede, y sigue anotando más cosas en su libreta abierta. Al principio pensaba que era un sádico. Es decir, en cierta manera sigo conservando el mismo pensamiento. Sin embargo, es algún sádico que no quiere matar a nuestro grupo en específico.

—Tienes cara de estreñida —me dice—. Como si hubieras tomado meado de cerdo.

Blanqueo los ojos.

—Conozco a una persona que diría exactamente lo mismo.

—¿Sí? ¿Tu noviecito?

—Es mi mejor amigo —refunfuño.

Miyazaki se ríe.

—Estoy cansado de ver la misma mentira barata en todas las películas que dan por televisión.

—¿Y a ti qué demonios te interesa? —Pero al decirlo, se encoge de hombros, restándole importancia. De todos modos, hablamos de esta trivialidad en frente de un cadáver libre de marcas. La camilla es fría, y la piel de este hombre también.

—Ten cuidado, Reiko.

—No empieces con lo mismo de antes —le digo en voz baja—. ¿Volverás con tus amenazas?

—Hablo en serio, idiota —masculla, con el ceño fruncido—. ¿Acaso no te diste cuenta de que ya no pasaron cosas raras? ¿Llegaron cartas o algo? No. ¿Desapareció más carne barata? No.

—¿Eso no sería algo bueno? —pregunta Fermín mirándolo de reojo. Aparenta distracción dibujando garabatos al costado de sus anotaciones. Cambió la tinta azul por una negra.

—Quien sea que haya estado jodiendo durante estos meses, ya no dio señales de vida. Ninguna de esas mierdas deja en paz a sus objetivos. No es la primera vez que paso por esto...

Aquello último, en realidad, solo lo murmuró para sí mismo, pero lo escuché con claridad. En sus ojos hay un resplandor vacío, pero letal. Tiene la piel mal cuidada, los labios agrietados, acné, y ojos estirados. Resulta que describirlo es extraño, pues debo mirarlo, y eso se siente ilícito. ¿Qué tanta razón tiene? A lo mejor, quien sea que está detrás de todo esto, sabe que nosotros estamos con ojos por doquier, y eso dificultó su trabajo.

—Dios, ¿alguna vez dejarás de darnos miedo? Carajo.

—Digo la verdad y las cosas como son. Además, son los menos indicados para decirme estas cosas.

𝐇𝐎𝐖 𝐔𝐍𝐅𝐀𝐈𝐑 | 𝗹𝗲𝘃𝗶 𝗮𝗰𝗸𝗲𝗿𝗺𝗮𝗻Donde viven las historias. Descúbrelo ahora