𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐂𝐔𝐀𝐓𝐑𝐎

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Louise y Franklyn




𝐋𝐀 𝐀𝐓𝐌𝐎𝐒𝐅𝐄𝐑𝐀 𝐄𝐑𝐀 𝐓𝐎𝐃𝐀𝐕𝐈𝐀 𝐅𝐑𝐄𝐒𝐂𝐀. 𝐄𝐑𝐖𝐈𝐍, 𝐓𝐑𝐀𝐒 𝐄𝐒𝐓𝐀𝐑 varios segundos parado a la espera de un habla por parte de nosotros, se sienta por el gesto cortés de Fermín, sacando a la luz su notable y forzado acento extranjero que surge ocasionalmente cuando conocemos a gente nueva en contextos diferentes. Todavía sofocada por la pronta imaginación de las partes íntimas de un cadáver, me corro un asiento hacia la izquierda para que él pueda sentarse con tranquilidad. Las rodillas de Erwin tocan la parte baja del pupitre en cuanto toma asiento, por lo que decide estirarlas con las piernas flexionadas como una rana. Ahora, nos está sonriendo de vuelta.

—¿Eres francés? —le pregunta a Fermín. Aquí, el muchacho de los rizos, debería estar sintiéndose orgulloso por haber logrado su objetivo: presumir las raíces extranjeras que tiene gracias a su padre, aunque no sepa ni cómo decir un: «Hola», en su idioma paterno. Aunque le he escuchado decir varias veces que le gustaría irse de visita a Francia en algún momento, se siente cómodo plantando su vida jovial aquí.

—Por supu...

—Solo su padre lo es, pero él ha nacido en Japón. No sé qué pensabas, Fermín, ¿de verdad creías que se iba a tragar esa mentira? —le dice Levi, encorvado sobre el asiento a pesar de sus cortos diecinueve años. Entre los que restan, observamos cómo la energía infatigable de Dubois se apaga lentamente. Los rizos se le mueven hacia atrás cuando se encoge de hombros, mientras son iluminados por una raya de luz mantecosa que se cuela del ventanal entreabierto.

—Carajo, Levi, déjame sentirme especial tan solo un momento.

Dejo soltar todas las carcajadas como un hilo interminable de petardos ensordecedores. Levi se exalta en su lugar y tiene que cubrirse con una mano su oído. Al terminar, da un suspiro cansado que para mí anuncia la terminación de la etapa bufona. En cuanto el profesor entre, la broma con la que la estamos pasando a pleno, se desintegrará para dar lugar al silencio tenso propio de la universidad.

—¡Oops! —exclamo—. Lo siento, Levi. —Y cierro la boca otra vez.

Su respuesta es calmada y reservada al ver a un adulto —que suponemos que es nuestro profesor— entrar por la puerta del salón. Vuelvo a apretar los dientes con fuerza; se me ponen los brazos con carne de gallina y se me agitan las aletas de la nariz. No hemos entrado jamás en detalles, pero la conversación con Fermín se reproduce una y otra vez en el fondo de mi cabeza, negada a salir.

—Hashimoto, es todo lo que tienen que saber de mí por el momento —comienza a decir al ras del escritorio—. Sé que como futuros médicos y como personas que han elegido esta carrera por decisión propia, saben bien qué tipo de cosas y situaciones se pueden llegar a enfrentar.

Lo único que puedo advertir es el sonido calmado de la respiración de Levi a mi costado. Sé que al terminar esta pequeña introducción probablemente se me vendrá el mundo encima. Todo es posible, pero, sé que no vale la pena ponerme a lloriquear porque me aterre el mundo adulto. No tengo que asustarme, ya que al fin y al cabo he decidido estudiar la carrera por una razón en concreto, y no voy a quedar satisfecha hasta no cumplirlo, porque soy testaruda y me gusta cumplir las cosas que me prometo.

Y, en cuanto a él, Hashimoto se inclina sobre el escritorio que yace en frente de la pizarra, animado por el momento de un buen inicio de año para él, pero ya es dudable para nosotros. La mayoría de los profesores son así, siempre parecen estar animados por una fuerza insostenible que se va quebrando a medida que pasan los meses del año. Al final, los más cansados terminan siendo ellos. 

𝐇𝐎𝐖 𝐔𝐍𝐅𝐀𝐈𝐑 | 𝗹𝗲𝘃𝗶 𝗮𝗰𝗸𝗲𝗿𝗺𝗮𝗻Donde viven las historias. Descúbrelo ahora