𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐒𝐄𝐒𝐄𝐍𝐓𝐀 𝐘 𝐃𝐎𝐒

117 20 35
                                    



❝el reencuentro❞




"¿𝐃𝐎𝐂𝐓𝐎𝐑 𝐃𝐀𝐍? 𝐍𝐎 𝐇𝐀𝐘 𝐍𝐀𝐃𝐈𝐄 en esta clínica que se llame así, Reiko. Tampoco hay registros de que tu profesor haya dejado internada a su madre en la sucursal", contestó Jude en el mail. Asombrosamente mi teléfono sigue funcionando, aunque la pantalla poco a poco vaya quedando negra en las puntas debido al agua. Leer la respuesta me arranca una risa. De haber visto el mail quizá pudimos haberle avisado a la policía mucho antes sabiendo de quién se trataba el culpable. O uno de ellos. ¿Eso habría cambiado el destino? ¿Eren hubiese seguido vivo?

Civilización, carreteras y una ciudad conocida; es ver a mi alrededor las construcciones y saludar a un viejo amigo que creí perdido. Sé poco y nada de la zona en la que nos encontramos. Nuestro salvador, el hombre de la camioneta, nos acerca a la primera comisaría cerca de la ruta que tomamos. Fue un viaje de aproximadamente hora y media, hasta que las montañas quedaron cada vez más lejos. Escondí el rostro en el cuello de Levi durante todo ese tiempo, pues los retazos del bosque aún se percibían en el perímetro. Más allá de que es difícil huir de las montañas, por lo menos el hecho de verlas lejos es más reconfortante.

Escucho la voz suave de Levi y el vehículo se detiene. Abro los ojos, me encandila la luz, y al separarme de su cuerpo el dolor es como ningún otro.

—La policía llamará a una ambulancia si lo necesitan, pero yo...

—Les diremos que no estuviste involucrado en nada —dice Levi con calma—. Hiciste suficiente trayéndonos aquí. Muchas gracias...

Veo rastros de lástima en su rostro. Las palabras de Eren, sus últimas, se repiten en mi cabeza en bucle. Ya no tengo fuerzas, cordura o palabras de aliento. Tomamos nuestro tiempo en bajar de la camioneta sin hacernos más daño. Mover los trozos de huesos rotos es un infierno apartado. El hombre cerró la puerta del vehículo sin hacer tanto ruido y se nos quedó viento apoyado en el capó. Sacó una gorra del espejo retrovisor y se la colocó respirando ruidosamente. Le caía sudor por el cuello.

—Te llevaré a un hospital, Reiko —masculla en mi oído—. Aguanta un poco más, por favor.

Entramos a la comisaría y, al instante de meter un pie, recibimos miradas estupefactas. Los oficiales que hablan por teléfono dejan sus conversaciones a medias. Antes de que nos viesen se veían demasiado serios, como si estuviesen en medio de un trabajo importante. No estamos armados, pero nuestros cuerpos cubiertos de sangre dejan abierta una gran suposición. Pasan minutos cortos que se sienten igual que una eternidad; nadie se mueve. Mirándonos no harán nada. Luego, para cuando el dolor y la paciencia llegan a su límite, un oficial de aspecto joven se acerca a nosotros y nos ayuda a tomar asiento cerca de la puerta.

—¡¿Qué pasó con ustedes?! ¡¿Acaso también vienen del bosque?!

¿Cómo...?

—¿Cómo lo sabe? —pregunta Levi con lentitud y desconfianza.

El oficial mira a sus compañeros.

—¿Erwin Smith? ¿Fermín Dubois? —nos cuestiona—. ¿Son amigos de ellos? Están aquí, pero siendo interrogados.

Están vivos... ¡Están vivos! Lagrimeo al instante de escuchar sus nombres, y Levi aprieta mi mano. Miro a todos lados con esperanza, específicamente al interior de la comisaría, esperando ver sus rostros. ¿En dónde los tienen? ¿Cuáles son las salas que utilizan para interrogar a los sospechosos? Desde afuera advertí que, al ser una comisaría de carretera o al paso, era demasiado pequeña a diferencia de las del centro de la ciudad.

𝐇𝐎𝐖 𝐔𝐍𝐅𝐀𝐈𝐑 | 𝗹𝗲𝘃𝗶 𝗮𝗰𝗸𝗲𝗿𝗺𝗮𝗻Donde viven las historias. Descúbrelo ahora