𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐂𝐈𝐍𝐂𝐔𝐄𝐍𝐓𝐀 𝐘 𝐓𝐑𝐄𝐒

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❝un adiós precipitado❞ 



𝐓𝐎𝐃𝐎 𝐓𝐄𝐑𝐑𝐎𝐑 𝐐𝐔𝐄𝐃𝐀 condensado en la rigidez de mis huesos. Late con fervor, aunque el sueño esté ganando esta batalla. A cada momento caemos al suelo al no saber cómo aguantar más minutos despiertos, y me enfrento con extrañez a la sensación de temerle más a la oscuridad dentro de mis párpados que a la propia de la noche. Recae la razón en la vacilante acción de quedar a la merced de los recuerdos más funestos. En la pantalla de mis párpados se abaten imágenes de muerte. Sueño con nuestra muerte. Un rostro inconcluso se agita en la bruma.

Pego un respingo y me levanto de un brinco.

—Hay que buscar un lugar seguro, Eren —murmuro. Está tirado sobre una rama, moribundo del cansancio, respirando ruidosamente por la boca. Elegimos quedarnos en este sitio por la cantidad de árboles a nuestro alrededor, pero aquí o allá, dentro de Aokigahara, es lo mismo.

—Tenemos que dormir un poco —replica—. No aguantaremos mucho si nos desmayamos cada dos o tres minutos.

Bebo un poco de agua. Junté un poco del lago en la botella que traía en la mochila. Se la paso; toma un sorbo, pues sabemos que debemos racionarla con tal de no morir deshidratados. Hago una mueca cuando se pone de pie. Se tambalea de un lado a otro a pesar de estar menos herido. Una vez arriba, observa su alrededor.

La oscuridad se disipa. Una luz débil revela las oscuras formas de los troncos húmedos, y el bosque se sume en una neblina azulada. Este sitio hubiese sido utópico de no ser por la realidad macabra que esconde. De pronto, la luminosidad evoca en un oleaje de imágenes nefastas.

—¿Y si volvemos por ellos? —le digo lentamente.

—Ni se te ocurra —advierte—. Ya no tiene sentido, Reiko.

—Son nuestros amigos...

—Pero ya están muertos —responde, dejándome sin palabras. El silencio otorga todo. Eren no necesita respuestas ante esa afirmación. En el bosque se celebra el festín de la muerte. Nosotros somos el espectáculo que todos vienen a consumir. Pero, ante ese pensamiento que concluiría en lo temeroso, algo de esperanza crece como los intereses en una cuenta de ahorros. Una luz en la oscuridad que se hace más fuerte a medida que trato de enfocar mis ojos. Me digo que esta vez no se repetirá lo mismo de anoche.

—¡Jean! ¡Mikasa! —exclamo. Sus figuras aparecen igual que pálidas manchas blancas moviéndose entre los árboles. Reconozco sus rostros de espanto, pero son ellos. ¡Son ellos!

Eren demuestra una precipitada mueca de susto debido a mi exclamación, aunque pronto gira la cabeza de inmediato hacia la dirección que ven mis ojos. Confirmo que no se trata de una alucinación al ver una deslumbrante sonrisa en su rostro. ¡Son reales! Jean le dice algo a Mikasa. Debido a la distancia no puedo escucharlos. Luego, ambos se acercan corriendo hacia nosotros. Así es la manera más eficaz para soslayar el agudo dolor en mi cuerpo. Quiero decir que este abrazo que nos damos se siente como cortar la distancia de un par décadas sin vernos. Se sintió así. Tenerlos vivos es todo lo que quiero. 

—¡Oh, Dios! —chilla Eren, abrazando fuertemente a Jean. Deja palmadas en su espalda a medida que la esquina de sus ojos se torna roja, pero ninguna lágrima sale de su sello. Mikasa, a diferencia de dar un abrazo tan brusco, lo hace con una suavidad deslumbrante.

𝐇𝐎𝐖 𝐔𝐍𝐅𝐀𝐈𝐑 | 𝗹𝗲𝘃𝗶 𝗮𝗰𝗸𝗲𝗿𝗺𝗮𝗻Donde viven las historias. Descúbrelo ahora