Capítulo 54: La sacerdotisa y el ladrón

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Era una noche despejada y helada de invierno. Caju, ya de vuelta a su ropa habitual, esperaba a la entrada del castillo, en el patio de armas. De vez en cuando, podía ver a alguna persona del servicio, pero lo hacía a toda velocidad. Tan solo los soldados de guardia, que deambulaban en parejas, charlando para hacer más llevadera la tarea, estaban presentes allí con él.

-¡Ya estoy aquí!

El ladrón giró su cabeza hacia la voz. Tsuki bajaba casi a la carrera por las escaleras de la entrada a palacio, también con sus ropas habituales. Puede que fueran infinitamente menos lujosas y estuvieran sucias, pero al joven le gustaba mucho más verla con ese aspecto mucho más natural.

-¿A dónde vamos?-preguntó ella, una vez estuvo al lado del ladrón.

Al tenerla más cerca, el joven pudo ver, con agrado, que ya no había señales de lloro en el rostro de su amiga.

-Había pensado en acercarnos a las zonas de la primera muralla, por donde la gente no duerme con almohadones de plumas.

Tsuki aceptó el plan con una sonrisa y ambos empezaron a caminar. En la zona próxima apenas había ambiente, dado que todos los nobles y ricos estaban festejando en palacio. No fue hasta que atravesaron la segunda muralla que empezaron a escuchar el jolgorio de las celebraciones. A pesar del frío, los tiranisios festejaban en la calle. Cada hogar sacaba algo de comer y beber, como si fuera una gigantesca cena comunal ocupando las calles. Los niños correteaban mientras reían, los bardos cantaban en cada esquina que no estuviera ocupada por alguna mesa o por meretrices, procurando hacerse oír sobre la multitud. De tanto en tanto podía verse algún puesto de juegos, en los que los niños se dejaban los pocos ahorros que habían logrado juntar en intentar ganar dulces o pequeños juguetes.

-Es la ciudad más animada en la que hemos estado-comentó Caju.

-Y que lo digas.

No tardaron en ser envueltos por la multitud. Antes de que pudieran darse cuenta, ya tenían jarras de bebida en la mano, cedidas por cualquiera que los hubiera visto sin una. Decididos a pasar un buen rato, ambos hicieron un esfuerzo en beber e integrarse.

-Sabe fatal-dijo Tsuki, sin poder dejar de sonreír.

-Peor que el meado de burro-añadió el ladrón, también riendo-Debe ser algo que alguien ha destilado por su cuenta. Mejor buscamos una taberna y cenamos en condiciones antes de seguir la marcha.

En mitad de la búsqueda, un puesto llamó la atención de la sacerdotisa. Se trataba de un pequeño desafía de tiro al blanco en el que se debía utilizar una cerbatana para disparar a una diana. A pesar de que el ladrón le aconsejó muchas veces que ni lo intentase, la joven insistió en probar. La sacerdotisa tuvo que rebuscar un buen rato en sus bolsillos para encontrar su única moneda, con la que pagó cuatro intentos.

-Tómate tu tiempo-le aconsejó el joven.

-Si, si-respondió con rapidez ella, deseando empezar.

A pesar de todo, Tsuki se apresuró en tirar los tres primeros proyectiles, no estando ni cerca de acertar en ninguna ocasión.

-Que mala eres-bromeó Caju.

-¿Tú lo harías mejor?-contestó ella, siguiendo con la broma.

El ladrón le dedicó una mirada al feriante, como si le preguntase si podía él lanzar el último. El tipo respondió con un vago cabeceo, por lo que la sacerdotisa cedió la cerbatana. Casi al instante de cogerla, el ladrón disparó, acertando sobradamente en el centro de la diana ante la atónita mirada de su amiga.

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