Capítulo 23: El golpe

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Todo estaba oscuro. Lo único que Seska podía escuchar era el sonido de su respiración, lenta y pesada. El estómago le dolía profundamente, tanto que no podía mantenerse en pie y debía tumbarse.

-Ikki... ¿Dónde estás?

Su propia voz le parecía lejana. Unos pasos se acercaron a ella por la espalda, deteniéndose justo antes de pisarla.

-Pobrecita. Pobre, pobre Seska. No te preocupes, yo sé lo que necesitas.

La pequeña empezó a temblar. Conocía demasiado bien aquella afilada voz, tan fría como en hielo. Aquella persona la rodeó, momento en el que Seska pudo confirmar, con horror, sus sospechas.

Se trataba de un semielfo de pelo ocre y ojos maliciosos de color almendrado. Iba vestido con ropas elegantes, en las que predominaba el morado. En lo que más se fijaba la pequeña era en su sonrisa, tan siniestra como la de un lobo vestido de oveja.

-No... Tú estás muerto...-logró decir la pequeña, con los ojos empezando a humedecerse.

Sin perder su sonrisa, aquel semi elfo extendió su mano hacia ella. Cuando Seska la miró, pudo ver un gran puñado de pequeñas esferas cristalinas.

-Siempre serás mi ratera favorita. Adelante, coge tu recompensa.

Lentamente, la pequeña se arrastró hacia el Murko, que parecía alejarse cada vez más. Su mente chillaba y suplicaba que lo dejase, que nunca volvería a someterse a una droga como aquella, pero su cuerpo no obedecía, ansioso por volver a experimentar de nuevo todas las sensaciones que traía esa sustancia.

Un fuerte golpe la hizo abrir los ojos y escapar de aquella horrible pesadilla. La completa oscuridad fue sustituida por el brillante sol de la mañana.

Al no querer volver, Seska buscó un refugio donde pasar la noche. Tras descartar un par de lugares, se decantó por un estrecho callejón junto a una forja. Estuvo rodeando el edificio hasta dar con la pared que albergaba el horno, la cual todavía estaba caliente y se durmió, procurando apretar el cuerpo contra ella. El ruido encargado de despertarla era el de un trabajador cargando pesadas cajas en un carro gracias a la ayuda de uno de esos trajes a vapor.

Al notar que se movía, Ikki asomó la cabeza por el cuello de la camisa de la pequeña, ya que había dormido bajo su ropa. Al verle, Seska lo abrazó con fuerza.

-Hacía meses que no soñaba con Morrison-le dijo a su amigo con voz baja-Me he llevado un susto de muerte, parecía tan real...

El fénix alargó el cuello y frotó su cabeza por la mejilla de su amiga.

-Ya se nos ha hecho muy tarde como para desayunar, espero que no nos metamos en problemas.

Se levantó bostezando y salió a la calle. La sensación de urgencia se hizo mayor cuando pudo ver a todas las personas que ya estaban trabajando, señal de que era más tarde de lo que la pequeña creía. Empezó a correr, confiando en que sería capaz de volver antes de que alguien la echara en falta. Sabiendo que no lo conseguiría si usaba alguna de las entradas principales, se desvió de vuelta a las callejuelas. Estuvo corriendo hasta que llegó un punto en el que estaba completamente sola en aquellos oscuros y estrechos caminos, tanto que incluso alguien tan pequeño como ella tendría problemas al avanzar.

Finalmente, llegó a un punto en el que el callejón se ensanchaba, formando un cuadrado en cuyo centro permanecía cerrada la boca de un pozo ya en desuso. Seska empezó a palpar en las paredes, en busca de una señal del gremio. El polvo y la suciedad de las paredes se habían encargado de que el símbolo resultara casi imposible de encontrar con la vista, siendo únicamente encontrado si alguien lo tocaba. La pequeña presionó suavemente el ladrillo marcado, el cual cedió sin ningún esfuerzo. Cuando dejó de apretar, el ladrillo salió de su lugar en la pared, revelando que estaba hueco y que contenía la llave encargada de abrir el candado que mantenía cerrado ese pozo. Una vez abrió la entrada y se hubo asegurado de que todo estaba tal y como lo encontró, se deslizó por el agujero, cerrándolo de nuevo desde dentro.

The Last Guardian IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora