Capítulo 20: La advertencia

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A pesar de que el sigilo no era su mayor punto fuerte, Seska se las arregló para abandonar el ala de celdas sin que ninguno de los ladrones que patrullaban la viera. Solo se atrevió a relajarse cuando se encontró en las zonas comunes, momento en el que Ikki soltó un sutil graznido desde lo más profundo de su garganta.

-Si, yo tampoco creo que debamos dejarle sin más-contestó la pequeña.

Continuó andando por los oscuros pasillos, pero no se dirigía a su habitación, sino al ala de ladrones ya graduados. No era algo raro ver a los aprendices por esa zona, pidiendo consejo a los recién convertidos en ladrones de pleno derecho o visitando a sus viejos amigos. Lo extraño de la situación radicaba en la hora. Aunque no hubiera nada parecido a un toque de queda, muchos se extrañarían de ver a una niña pequeña despierta a esas horas.

Seska caminaba deprisa y con la cabeza baja, esperando no llamar la atención de alguna de las pocas personas que trasnochaban. Una de las primeras cosas que había aprendido allí era que el gremio era su familia, que no debía traicionarles ni a ellos ni al código bajo ningún concepto. Esa era la razón de que una parte de su conciencia le gritase que volviera a su habitación, ya que ayudar a Caju significaba darle la espalda a su nueva familia. La pequeña aceleró sus pasos temiendo que, cuanto más tardase en llegar, mayores serían sus dudas.

Finalmente, después de mucho caminar y casi ser descubierta en un par de ocasiones, llegó a los dormitorios de los graduados. Una vez en esa zona, dejó de preocuparse por el sigilo y empezó a correr seguida por Ikki, que volaba sobre su hombro derecho. No se detuvo hasta llegar a la puerta del que había sido su primer amigo en el gremio.

-Henri, ¿estás despierto?-dijo mientras llamaba a la puerta.

Henri formaba parte del grupo con el que Seska abandonó Isbeouth. Durante el viaje de regreso, el joven fue el que más tiempo pasó hablando con ella de las costumbres del gremio o de sus posibles responsabilidades una vez se convirtiera en aprendiza. De hecho, junto a Ar-Engwar, Henri la había ayudado a integrarse con los demás jóvenes del gremio.

A pesar de seguir golpeando la puerta con los nudillos, la pequeña no obtenía ninguna respuesta.

-Voy a entrar, ¿vale?

Trató de abrir, pero la puerta estaba cerrada con llave. En cualquier otra situación, habría supuesto que su amigo no quería ser molestado y se iría, pero necesitaba hablar con él. Seska miró a ambos lados del pasillo antes de sacar sus ganzúas y empezar a forzar la cerradura, una de sus especialidades. Un característico crujido le indicó que acababa de romper dos reglas, nunca forzar la puerta de un miembro del gremio y nunca colarse en la habitación de un superior.

Aquella estancia era extremadamente austera, mucho más que cualquier otra allí abajo. Tan solo contaba con una cama y un armario, ni siquiera tenía una silla o alguna pequeña mesa. Tampoco había rastro de Henri en ese lugar, pero la aprendiza sabía perfectamente dónde buscar. Primero, abrió el armario, el cual estaba completamente vacío, sin siquiera una prenda.

-Entonces en el otro lado-pensó la pequeña.

Se dirigió a la cama y se agachó. Empezó a palpar a ciegas por debajo hasta encontrar lo que buscaba. Con una media sonrisa, arrastró el objeto que, efectivamente, se trataba del enlazador de Henri. A primera vista podría parecer una bolsa de viaje antigua y casi rota. Nada más lejos de la realidad, ya que su poder la hacía ser más grande por dentro que por fuera.

Sin dudarlo un segundo, Seska la abrió e introdujo sus brazos. Trató de hacer la entrada lo más grande posible antes de meter la cabeza. Cualquiera que hubiera visto la escena habría encontrado antinatural, incluso algo macabro, el hecho de que medio cuerpo de Seska ya se encontrara dentro del enlazador.

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