Capítulo 59:La guerra del norte (parte 2)

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A pesar de que Mortis hubiera caído y su barrera empezaba a colapsar, esta era aún lo bastante poderosa como para aguantar unos minutos más. Al ver las numerosas grietas que empezaban a surgir en la superficie del cristal, los Fauces se animaron a atacar con sus arcos y ballestas.

Por su parte, el cuélebre seguía golpeando, pero ya sin la defensa de Gueist. El general sobrevolaba a la sierpe, esperando a que esta hiciera un agujero lo bastante grande como para pasar él. Cuando sucedió, su grifo se lanzó en picado hacia el sin siquiera recibir una orden, deslizándose a través como si fuera un gato pasando por un hueco estrecho.

Una vez dentro de la ciudad, dirigió a su montura hacia donde estaba Drosper. Al verle de rodillas, apretándose en pecho con fuerza y luchando por respirar sintió el impulso de ordenarle a su grifo que le embistiera con toda su fuerza y así matarlo.

A pesar de todo, el general se contuvo. Incluso en ese estado, no estaba seguro de poder acabar con el mago de un solo golpe, y las consecuencias que tendría un intento de asesinato frustrado le daban escalofríos.

-¿¡Por qué no desaparece la barrera?!-le preguntó a Drosper, una vez estuvo lo bastante cerca.

-¡Mortis almacenó tanto maná que su hechizo es capaz de sobrevivirle, pero no durará eternamente! ¡Limpia las murallas para que puedan acercarse los arietes!

Gueist no estaba acostumbrado a recibir órdenes tan directas de Drosper. Incluso cansado y herido, el mago aún era capaz de imponerle el respeto necesario como para que obedeciera.

-¡No necesitas decírmelo dos veces!

Un tirón de plumas fue suficiente para que el grifo se apartase del mago. El general volaba rápido y bajo, rozando las azoteas. Las flechas no tardaron en comenzar a silbar a su alrededor, pero pocas eran las que lograban clavarse en la dura piel del grifo y ninguna le lograba producir una herida seria. El fuego fue intensificándose a medida que se acercaba a su objetivo, pero nada podía detenerle.

La primera embestida fue la más brutal. El grifo se lanzó hacia los soldados casi en picado, lanzando por los aires a los primeros cinco soldados como si fueran muñecos de trapo. Las largas y afiladas garras de la bestia atravesaban las armaduras tiranisias como si fueran de tela y repartían muerte a su paso. Su pico, mucho más mortífero, aplastaba los cascos y las cabezas dentro de ellos de los desafortunados soldados que no recibían un zarpazo. Si alguno tenía la fortuna de sobrevivir al embate de la bestia se encontraba de bruces con Gueist, quien avanzaba detrás de su querida mascota. El general usaba su enlazador como escudo frente a las espadas y lanzas, que no podían hacer mella en el mágico artefacto, y contraatacaba lanzando finas láminas metálicas que explotaban al alcanzar a algún soldado o invocando pequeños animales como tarántulas y cobras de medianoche que no hacían sino aumentar el caos a su paso.

Los Fauces en el exterior fueron acercándose al ver como el fuego de artillería era cada vez menos numeroso. Sus arietes, equipados con tejados de madera para detener las flechas, fueron llegando a la barrera poco a poco. Sus golpes parecían estar haciendo mella en la magia, pero antes de que nadie pudiera asegurar que la estaban rompiendo, un segundo y agudo chillido inundó el campo de batalla.

El cuélebre por fin había atravesado la barrera y lo anunció con aquel chillido de triunfo. Sin embargo, ya estaba demasiado herido por culpa de las balistas. Sabiendo que no viviría mucho más, el gran depredador se dio prisa en entrar y hacer el mayor daño posible. La sangre chorreaba con ganas por todas sus heridas. Sus colmillos todavía producían su espantoso veneno, el cual desbordaba de sus mandíbulas y se derramaba en los soldados a los que sobrevolaba, hiriéndolos si caía sobre sus armaduras o envenenándolos si llegaba a tocarles la piel.

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