Capítulo 1: Otro comienzo más

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El bullicio y el ruido siempre estaban presentes en aquella gran plaza, pero no se podían comparar a los días de mercado. Todos los vendedores de las comarcas vecinas se acercaban a Nilven para ganar algún dinero. Era normal que surgieran acaloradas discusiones al momento de regatear, pero aquel día había una que podría destacar del resto.

-¡¿Veinte monedas por solo dos frascos de mandrágora en polvo?! ¡Esto es un robo!

Un enano mantenía una riña con un semejante. El primero vestía un jubón de color madera y unos pantalones verdes que combinaban extrañamente con su larga y poblada barba anaranjada. Sus ojos ya rodeados de arrugas estaban coronados por densas cejas que temblaban a causa del enfado mientras daba zapatazos con sus gastadas sandalias.

-No me vengas con monsergas Borsik. Tú eres el único que me encarga estas cosas y tengo que subirte el precio.

Borsik observaba como su proveedor se atusaba su barba enana, negra como el carbón, y sus dedos jugueteaban sobre las materias primas.

-Doce monedas-dijo al final el enano

-Maldita sea matasanos, dejémoslo en quince, en agradecimiento por la medicina de la jaqueca.

-Agradecimiento dice...

El enano aceptó aquel precio a regañadientes. Una vez pagado, el mercader puso todo en una bolsa con sumo cuidado y se la entregó.

-Un placer como siempre.

-Estoy seguro. Hasta el próximo mes Gladius, no olvides tomar la medicina tras cada comida.

Borsik estuvo refunfuñando durante todo el camino de vuelta a su casa. A pesar de que el sol de media tarde brillaba con fuerza, a la sombra uno podía notar el frío beso del invierno en los huesos. El bullicio era menor conforme se acercaba a su consulta hasta llegado un punto en el que las personas por la calle no llegaban ni a la decena.

El enano suspiró mientras subía las escaleras que llevaban a su hogar y lugar de trabajo, una modesta vivienda de un piso y buhardilla. Abrió la puerta con ayuda de una gruesa llave y cerró con dos vueltas. La casa era solitaria y algo oscura en aquellos días. Borsik no pudo evitar recordar como era antes. A esas horas ya podría oler lo que Rena estuviese preparando en la cocina o escuchar los gritos de Caju cuando trataba de hacer bombas de humo en su cuarto y la mezcla le explotaba en la cara. Había vivido casi tres años con el ladrón y muchos más con la joven, y se preocupaba por ambos como si fueran hijos suyos.

-¿Qué estarán haciendo?-pensó para sí mismo.

De vez en cuando le llegaba una carta de Rena. La joven había logrado entrar en un grupo de cazarrecompensas aprovechando el apellido de su madre y viajaba con ellos por el país. No paraba de repetir que su habilidad con la lanza crecía día a día y que había rechazado ser la jefa de esa pandilla en numerosas ocasiones. En la última carta incluso contenía una pluma blanca como la nieve virgen la cual ella le aseguraba que era de Rock. Del joven ladrón, iba a cumplirse casi un año sin tener noticias suyas.

Dejó su compra sobre el mostrador y se dirigió a la cocina. Prendió el fuego del horno mientras seleccionaba qué llevarse a la boca. Ya era muy tarde como para cocinar algo muy complejo, pero no para calentar cualquier cosa. Al final se decantó por asar tres patatas, prometiéndose que debía comer algo mejor para la próxima. El enano se estaba viendo dorarse los tubérculos cuando llamaron a la puerta con insistencia.

-Por los dioses, ya podrían dejarme comer tranquilo.

Respondió al reclamo mientras refunfuñaba. Al abrir, se encontró con un guardia que caminaba ayudándose de una muleta.

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