Capítulo 38: La noche más larga del gremio (parte 2)

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Bruld bostezó con tanta fuerza que su ancha mandíbula crujió. El orco se masajeó la cara mientras miraba, aburrido, a las estrellas.

-¿Por qué tengo que ser de los que más hacen guardia? Debería estar con Nazá, seguro que soy útil allí.

Al orco le gustaba pensar que le ponían en la puerta con tanta frecuencia porque su aguerrido aspecto mantenía alejados a los curiosos, pero se cansaba rápidamente de esa tarea, más aún cuando le tocaba llevarla a cabo durante la noche.

-Ni siquiera pude ver el duelo-dijo con resignación-Me hubiera encantado ver fuego de color az...

Justo en ese momento, pudo notar un enorme peso en sus hombros, como si alguien acabara de caer encima de él. Casi al instante, esa sensación fue sustituida por un agudo dolor en el cuello. Intentó quitarse de encima a su atacante mientras rugía, pero este seguía apuñalándole una y otra vez. Desde las sombras de su derecha, surgió una segunda figura que, con un preciso corte de espada, le rebanó una pierna, haciéndole caer al suelo. El primer asesino se apresuró en cortarle la garganta para evitar que gritara o pudiera dar la alarma. Bruld todavía intentó levantarse, pero había perdido demasiada sangre, pues le seccionaron la carótida. No pudo siquiera distinguir a sus atacantes antes de que su vista se oscureciera para siempre.

Una vez se hubieron asegurado de que estaba muerto, hicieron señas a los tejados. Otras siete figuras bajaron ayudándose de cuerdas para rapelar por las fachadas. Todos ellos llevaban bolsas abultadas El que apuñaló a Bruld se quitó la capucha, dejando ver que se trataba de una mujer de pelo negro y liso, con ojos ocres y astutos, cercana a los treinta y cinco.

-Daos prisa en colocarlo todo, debe estar listo para cuando Ull de la señal.

Sin decir un comentario, todos arrojaron las bolsas al suelo y empezaron a sacar extraños cilindros negros de ellas. Sabían exactamente donde colocarlos para hacer el máximo daño, pues habían pasado semanas estudiando los planos del gremio que su líder dibujó para ellos. La mujer se centró en rebuscar entre las ropas de Bruld hasta dar con la llave que abría los portones. Una vez dentro, desenvainó su fina espada, casi más parecida a un estoque, y comenzó a cortar las cuerdas de los contrapesos de los elevadores, asegurándose de que nadie podría salir por allí.

-Todo listo, Marsila-dijo uno de aquellos tipos-Nos han sobrado alrededor de treinta cilindros.

-Déjalos por aquí-dijo la mujer-Serán una bienvenida para los desesperados que lleguen.

Siguiendo sus órdenes, le trajeron aquellos extraños objetos dentro de una de las bolsas. Después, esperaron pacientemente la señal acordada, sin decir una sola palabra entre ellos. Por fin, uno dio la voz de alarma al divisar, en el cielo nocturno, una mortecina luz blanca.

-Si que ha tardado-comentó el que había divisado primero la señal.

-Vamos, prended las mechas.

Con ayuda de pedernales, lograron que las chispas empezaran a consumir las finas y largas mechas que unían todos los cilindros.

-Al jefe le encanta la pólvora-dijo uno mientras se alejaban a una distancia segura.

-Es justicia poética-respondió Marsila, cargando la bolsa con los cilindros sobrantes-A él le dieron por muerto por una explosión, es justo que avise su vuelta con otra.

Tal y como habían cronometrado, tuvieron el tiempo justo para recorrer un par de manzanas antes de que se produjera la primera explosión, la cual más parecía un trueno que partiera el cielo en dos. Esperaron a cubierto hasta que se sucedieran la segunda y tercera. A pesar de taparse los oídos, el ruido era tal que los cristales de toda la zona se rompieron violentamente, al igual que las casas cerca de los almacenes.

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