Capítulo 19: La vida en el gremio

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Lo primero que pudo sentir Caju al recobrar el conocimiento fue el intenso ardor que nacía desde su cabeza, producto de una herida aún abierta. El joven intentó abrir los ojos, tan solo para comprobar como un saco tapaba su cabeza y le impedía ver nada que no fueran luces y sombras difusas. Dos personas tiraban de él, cogiéndole cada uno de un brazo. Trató de zafarse para intentar escapar, pero solo sirvió para que volvieran a golpearle en el estómago, remarcando que su única opción era obedecer.

Al principio, el ladrón podía escuchar voces mezclarse con los pitidos de su cabeza, pero no era capaz de distinguir nada de lo que decían. El ruido a su alrededor fue haciéndose cada vez más lejano, hasta llegar a un punto en que solo podía oír las pisadas de sus captores, los cuales se mantenían en un escrupuloso silencio.

Finalmente, se detuvieron. El joven pudo distinguir el característico repiqueteo de un juego de llaves. A continuación, un chirriar metálico le indicó que una puerta acababa de ser abierta. Sin decir absolutamente nada, aquellos tipos le lanzaron al interior de aquella sala. Solo cuando rodó por el suelo pudo comprobar lo verdaderamente herido que estaba. Sus costillas y extremidades chillaban de dolor, la boca le sabía a sangre y su cabeza le dolía como si fuera a abrirse en cualquier momento.

-Gracias, yo me ocupo del resto-dijo uno de los captores.

La puerta se cerró con un golpe seco, dejándolo todo en un silencio sepulcral. Caju solo podía escuchar el sonido de su propia respiración y sus latidos, retumbando en sus oídos como un tambor de guerra. De pronto, alguien le arrancó aquel saco de la cabeza. La única luz en aquella estancia era la que provenía de un diminuto hueco en la puerta, justo a la altura de los ojos. Era temblorosa y poco intensa, por lo que sospechó que se trataban de antorchas. A parte de eso, todo se mantenía en la más absoluta oscuridad. Aunque sus ojos no lograran acostumbrarse a aquella negrura, podía intuir que no estaba solo.

-¿Hola?-se atrevió a preguntar al rato.

Como si hubiera estado esperando a que hablase, aquella persona encendió una cerilla. La diminuta luz solo le permitía ver la felina boca de un Melnix y el brillo en los ojos de este, dándole un aspecto sobrenatural.

-Te he recolocado el brazo-dijo, como si se tratara de una anécdota sin importancia-El codo estaba presionando las arterias, impidiendo la correcta circulación de la sangre.

Aquel tipo alcanzó una lámpara de aceite de algún lugar de la oscuridad y la encendió. El aumento de luz le permitió comprobar a Caju que aquel era el mismo Melnix que le había atacado en el callejón. Este le miraba sin pestañear con sus ojos de un profundo tono ámbar. El pelaje atigrado oscuro que cubría su rostro estaba despeinado en las zonas donde se podían apreciar viejas cicatrices, en especial una que cruzaba su nariz en diagonal. Su oreja derecha estaba partida por la mitad, haciendo que no pudiera moverse al unísono con su pareja. La vestimenta del Melnix estaba compuesta por ropas de cuero negro, flexible y resistente, capaz de parar buena parte de una puñalada sin perder movilidad. Sus manos estaban enfundadas en gruesos guantes del ismo material.

-Ni siquiera despertaste cuando te lo recoloqué-continuó-Mi compañero te dio un buen golpe en la cabeza.

Caju se mantuvo en silencio, observando como ese tipo dejaba la lámpara en el suelo y se inclinaba para poder mirarle justo a los ojos.

-No pareces recordarlo, pero tu y yo nos hemos visto antes. Fue en Isbeouth, hace más de un año. Entonces te dije que, si me volvías a gritar, te rompería un brazo.

-Menudo rencoroso...

-contestó el joven.

-No es rencor-contestó el Melnix, con suma tranquilidad-Yo nunca olvido mis promesas, así como las recompensas.

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