Capítulo 17: Ciudad de ladrones

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-Los días en Nilven me parecen ya lejanos, como si hubieran pertenecido a otra vida, a pesar de haber pasado solo un año y unos pocos meses. Nada más salir, me uní a un grupo que escoltaba una caravana hacia Extornus, un viaje sencillo ya que no nos atacó nadie. Deberías viajar alguna vez a la capital del oeste, Caju. Las casas son blancas como perlas de mar, y hay un gran puerto en forma de luna creciente donde atracan enormes galeones y entrenan los jinetes del mar. Allí, me encontré con un viejo colega de mi madre, que me ayudó a encontrar trabajo con unos cazadores que debían encargarse de una mantícora. La muy puta había construido su nido demasiado cerca de las rutas comerciales y ya había atacado a algunos mercaderes, pero la liquidamos y de sus huesos hice mi primera lanza. Empecé a viajar hacia el este con ese mismo grupo, siempre aceptando encargos por donde pasábamos, aunque yo nunca conseguía ahorrar, las lanzas se me rompen con solo mirarlas.

-Menudas aventuras has tenido tú-respondió el ladrón.

-Ya ves. También está aquella vez que me enfrenté a un Fauces de alto rango. El capullo se peleó con un amigo mío y nos siguió para matarnos donde nadie pudiera vernos. Tuvo la mala suerte de que yo hubiera conseguido un arma nueva solo dos días antes y le hice entender por las malas que podía matarle de quererlo.

-Siempre has sido muy buena manejando armas de ese tipo.

-Talento natural. Y luego...

Tsuki escuchaba como Rena hablaba sin parar sobre sus vivencias, creyendo que la joven no se callaría nunca. La joven tan solo interrumpió su monólogo cuando encontraron una taberna con pocas personas y relativamente cerca del punto de reunión.

Lo primero que podía verse nada más abrir la puerta era la barra, tras la cual, un hombre se limpiaba numerosas jarras frente a él. Iba vestido con una camisa grisácea de tirantes que dejaba a la vista sus peludos hombros. Tenía una expresión de total concentración en su trabajo, del cual solo se distraía cuando alguno de sus clientes reclamaba más bebida. Aquel local se extendía hacia los lados, con mesas separadas entre sí por finas paredes decoradas con pequeños triángulos de vidrio, las cuales estaban solo para brindar algo de privacidad. Cada mesa estaba flanqueada por tres sillas a cada lado. El techo estaba formado por robustas vigas de madera ennegrecidas por el humo y sólida piedra. Las paredes estaban cubiertas de madera, al igual que el suelo, lo que ayudaba a conservar el calor en invierno. Las ventanas también estaban fabricadas en colorido vidrio, que dejaba discernir el exterior.

-¡Jefe, tres cervezas por aquí!-gritó Rena antes de dirigirse a una de las mesas.

El tabernero respondió con un energético movimiento de cabeza y una media sonrisa

-¿Sigues siendo una nenaza que no tolera el alcohol?-preguntó la aventurera.

-Si te refieres a que esa mierda continúa sabiéndome a meado de gato, entonces sí-respondió el ladrón.

Ambos jóvenes se rieron por su pequeña broma. El hombre no tardó en servir el encargo, dirigiéndole una severa mirada a Caju, dando a entender que había escuchado su comentario.

-Yo invito a esta-dijo Rena, buscando el pago por sus bolsillos-Me pagaron bien mi último trabajo.

El ladrón miró, sorprendido, como entregaba sin redaños una moneda de oro.

-¿Ahora eres rica?

-Estoy ahorrando para una nueva lanza, una buena que no se me rompa. Desde que salí de Nilven me he cargado unas treinta y tantas.

Los ojos del ladrón se desviaron entonces hacia Tsuki, quien se mantenía en silencio. La sacerdotisa había acercado una de las enormes jarras hacia ella y no apartaba la vista de su espumosa superficie mientras daba rítmicos golpecitos a la mesa con la punta de sus dedos.

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