Capítulo 11: Matalobos

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Estrik caminaba sin rumbo fijo, ya que solo podía esperar a ver cómo salía todo. De tanto vagar terminó llegando al gran salón donde Elh había encontrado al moribundo Caju. La sangre, aunque ya totalmente dispersa, aún era claramente apreciable.

Tal y como siempre hacía cuando disponía de tiempo, se puso a practicar con su espada, blandiéndola de igual forma que si se encontrase en una pelea. Sus movimientos eran fluidos y precisos, pero había algo que molestaba al joven. Desde hacía ya meses, no mejoraba un ápice sin importar lo mucho que entrenase. Todo lo que sabía de la espada lo había aprendido por si mismo, pero había llegado al punto donde su intuición natural y sangre Marashi no bastaban para avanzar. Con su nivel actual, bien podía despachar a cualquiera con pretensiones de espadachín. Sin embargo, la cosa cambiaría radicalmente si se enfrentase a un verdadero maestro en el arte de la espada.

Le vino a la mente el viejo Marashi con el que cruzó aceros en Isbeouth, Nanashi, quien utilizaba el apodo de León. No tuvo ni que sudar para someterle.

-Ese tío... Me pregunto qué sucedería si se enfrentase a Makenshi.

No pudo evitar enfurecerse al pensar en el objeto de su venganza, el general Fauces que exterminó a toda su raza tan solo para probar ser el espadachín más habilidoso de todo Reguian.

-Algún día voy a hundir mi katana bien profundo en tu corazón.

Se quedó mirando su reflejo en la reluciente superficie de Sylhiss antes de enfundar el arma.

-Necesitaría un buen rival con el que mejorar. Caju siempre da pelea, pero no me sirve.

Un peculiar sonido le hizo levantar la vista hacia el techo. Una bandada de palomas se había colado por el agujero del techo y posado en las vigas que todavía no habían cedido al tiempo. Todas ululaban sonoramente mientras que algunas aprovechaban para dejar caer sus excrementos sobre el salón. Habrían acertado al espadachín si este no se hubiera movido. El joven se concentró un momento antes de utilizar su intimidación sobre aquel grupo de aves, las cuales salieron volando presas del miedo. Estrik esbozó una sonrisa de satisfacción, la cual no duró mucho tiempo. Su vista se nubló mientras la cabeza comenzaba a arderle y se mareaba. No duró mucho, pero aquella sensación le dejó para el arrastre, incluso podía paladear el sabor a sangre en su boca. Fue a mirarse a un charco que la lluvia había dejado comprobó que la sangre no nacía de su boca, sino de su nariz, con tanta fluidez que ya había goteaba por su barbilla. Se limpió apresuradamente usando la manga de su abrigo.

-Joder... Tengo que preguntarle a Tsubame qué coño ha sido eso.

Con esa idea en mente, regresó a la habitación. Cuando se encontraba en el pasillo, pudo ver como la sacerdotisa salía y se apoyaba contra la pared. Al verle, esbozó una agradable sonrisa mientras que el espadachín levantaba su mano a modo de saludo.

-¿Qué tal ha salido todo?-preguntó él.

-A sido difícil, pero soy muy buena en lo mío. Ahora depende de Siranne si se cura o no.

-¿Desde cuándo tienes tanta confianza en ti misma? Aunque debo admitir que me gusta esta nueva tú.

-Bueno... ¿Puedes guardarme un secreto?

-Claro...

Estrik tenía la sensación de haberse convertido en el guardián de los secretos de todo el grupo.

-He visto a mi madre-confesó la sacerdotisa.

-¿No querrás decir recordado?-preguntó, confuso.

-No no, la he visto con la misma claridad como te veo a ti ahora mismo, y ha sido muy extraño. Estaba sentada, y de pronto todo empieza a cambiar a mi alrededor. Un segundo después, me encuentro en mi dormitorio, viéndome a mi misma ¡Como un bebé! Y luego...

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