Capítulo I

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Solo unos niños


Cuando era pequeño, mi madre solía llevarme a la oficina de correos, para enviarle a mi padre mi primitivo arte a crayón. Tengo recuerdos borrosos de mis desaliñados trazos, una anciana que vendía estampillas, de mis zapatos estropeados gracias a lo torpe de mi andar, de jardines con rosas color rosa, las lagunas de Castle Park, la muralla de piedra romana.

Nací un miércoles, en una base militar en Rinteln, Alemania. Durante los años siguientes, mi familia y yo no tuvimos hogar, solo viviendas temporales para militares. Desafortunadamente, no recuerdo ni una sola de las locaciones. Nuestros juegos transcurrían en campos de asalto. A veces cuando el tiempo era bueno, veía a los adultos conversar y fumar. Cuando jugar a las estatuas o a las atrapadas nos aburría, lanzábamos balas a la pared para hacerlas explotar. Me sentaba lejos de los demás en el momento que los pies comenzaban a dolerme por el cansancio y contemplaba a mi alrededor hasta que mi madre iba por mí.

Como todo niño, siempre quise parecerme a mi padre. Quería tener el cabello cuidadosamente cortado y los zapatos brillantes. Jamás alcancé este último deseo, siempre me tropezaba con algo cuando me compraban o lustraban los zapatos.

Tras el atentado a una banda militar en Hyde Park por parte de la IRA, mis padres tomaron la decisión de mantener a mi hermana Hayley y a mí en Inglaterra. Vivimos con mi abuelo un tiempo hasta que, cuando yo tenía nueve años, nos mudamos a Colchester, la ciudad donde esta historia comienza.

Acostado en mi cama, con las cobijas azules cubriéndome hasta la barbilla, me sentía temeroso por lo que me esperaba en mi primer día de secundaria. La idea de que los matones me vieran como presa fácil me aterraba; no quería que me hundieran la cabeza en un inodoro. Observé angustiado la dorada perilla en la puerta, deseando que la hora de alistarse jamás llegara.

— Graham, es hora de levantarse — ordenó mi madre al momento de asomarse a la habitación —. No quieres llegar tarde a tu primer día de clases, ¿verdad?

— No estoy muy seguro de querer asistir — respondí —. Soy el tipo de niño con el que los bully adoran divertirse.

— ¿Alguna vez alguien te ha hecho algo?

— No, pero nunca hay que descartar la posibilidad.

— Deja de crear estadísticas — me reprendió —. Toma una ducha, cepíllate los dientes, ponte el uniforme, desayuna y te llevaré a la escuela. Nunca hay que perderse un primer día.

Yo protesté con vehemencia y anuncié que, si me iba mal, nunca jamás regresaría a la secundaria y que huiría de casa para irme a vivir al bosque. Mi madre ganó la discusión e hice todo lo que me ordenó. Até las agujetas de mis descascarillados zapatos, metí mis cosas en la mochila, desayuné un plato de avena y subí al auto. Aturdido, miré sin entusiasmo a través de la ventanilla. Señoras tomando a sus hijos de la mano, personas solteras paseando a sus perros, hombres fumando cigarrillos rumbo al trabajo.

Las clases fueron monótonas y aburridas, no logré hacer amigos. Hallé consuelo en la clase de artes. Llenaba páginas enteras de mi bloc con desordenados garabatos hechos a grafito y lápices de colores. Curiosamente, mis compañeros y la profesora se percataron de mis dotes artísticos. Fue tras la clase de la señorita Williams que comencé a hablarme con los chicos de mi curso, sin embargo, no logré conectar con nadie. No me molestaba estar solo, así que me aislaba a la hora del almuerzo bajo la sombra de un árbol.

𝐃𝐨 𝐈 𝐌𝐚𝐤𝐞 𝐘𝐨𝐮 𝐅𝐞𝐞𝐥 𝐒𝐡𝐲? [𝐆𝐑𝐀𝐌𝐎𝐍]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora