Capítulo XXXI

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Vi un poco de decepción en su expresión. Tenía las pupilas dilatadas cuando abrí la puerta. Mi estado era anímico, como si nada hubiera sucedido, como si Jane jamás hubiese estado en mi vida. Pensé que Damon quería verme devastado, pensé que quería abrazarme y decirme que todo estaría bien, pensé que quería limpiarme las lágrimas y besarme la mejilla, pensé que quería que nos quedáramos dormidos arrullados por mi llanto. Qué crueles éramos, que deseábamos vernos sufrir para después consolarnos. Qué complejo era el ser humano y su deseo de sufrimiento. Qué complejos éramos nosotros, nuestras mentes eran un laberinto. 

– Pensé que estabas triste – dijo Damon y yo me hice a un lado para que entrara –. Te veo demasiado feliz, ¿por qué no estás llorando? 

– Me animó el que hayas atendido a mi llamado – cerré la puerta muy lentamente, queriendo prolongar un momento que podría tornarse oscuro. 

Damon no habló. Una sensación de incomodidad me recorrió el cuerpo y comencé a sudar. Aguardé, expectante. 

– Graham... – odié el tono de voz que comenzó a usar. Sabía que algo devastador venía cuando pronunciaba mi nombre de esa manera. Cómo deseé haberlo odiado cuando criticó mis zapatos, desde el principio. Pegué la frente a la puerta, ahora no me atrevía a mirarlo –. Estoy en mi mejor momento con Justine. 

Quise convertirme en un homicida. Cuán atractiva sería la nota de su asesinato en el periódico. Me di unos golpecitos contra la madera blanca y tomé un respiro. Fue en aquel instante que me puse a llorar; lo hice porque fue allí donde comprendí mi soledad. No tenía a nadie, no tenía a Jane, no tenía a mi mejor amigo, no tenía amor. Qué ganas de cometer un crimen, pensé. 

– Yo no te pregunté sobre tu relación con Justine – sorpresivamente soné tranquilo, tan tranquilo que casi me convencí de que cada palabra de mierda que salía de su boca no me hería –. No todo se centra alrededor de tu pene, Damon Albarn. Además, dejamos eso tiempo atrás, ¿no? Digo, me besaste en el baño de Jamie, pero no fue nada. 

– Estaba confundido – respondió.

– Tú siempre estás confundido – murmuré –, pero no importa, esto no es sobre ti. Terminé con Jane. 

Me observó con los ojos muy abiertos, quizá viéndose venir mi derrumbe. No lo hice. 

– Lo lamento, Graham – dijo en voz baja –. ¿Qué puedo hacer por ti? 

– No lo sé... – se me quebró la voz –. Nuestra amistad está tan corrompida, ni siquiera sabemos lo que deben hacer los amigos en situaciones como estas. 

Me abrazó, me acarició el cabello, me hizo sentir seguro. Aspiré su aroma, noté que debajo de la chaqueta llevaba la playera de rayas que le había dejado cuando se mudó a Debden a estudiar teatro. Me pregunté si todavía recordaba la noche de mi primer visita. Sentí su mano dirigiéndose hacia mi rostro, acariciándome la mejilla, la yema de sus dedos contorneando mi boca. Quiso besarme, pero yo ya no quería un amante. Me aparté.

– ¿Cuándo podremos ser amigos otra vez? – quise saber. 

– ¿Qué quieres que haga? – se revolvió el cabello, confundido. 

Descolgué el suéter del gancho de la entrada y abrí la puerta. Alcé los brazos al aire y di vueltas, como para que él se percatara de nuestro alrededor infinito de posibilidades.

– Podríamos ir a bailar – mencioné.

– No sabemos bailar – dio un paso hacia delante. Retrocedí. Dejamos la casa y en los escalones se escuchó el portazo.

– Podemos ir de compras.

– Es demasiado tarde. 

– Podemos ir a beber.

𝐃𝐨 𝐈 𝐌𝐚𝐤𝐞 𝐘𝐨𝐮 𝐅𝐞𝐞𝐥 𝐒𝐡𝐲? [𝐆𝐑𝐀𝐌𝐎𝐍]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora