Capítulo XXV

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– ¿Qué tanto hablabas con ése? – preguntó Damon, celoso.

– ¿Qué tanto haces con Justine? – contesté yo.

Nos miramos con odio.

– Más te vale que no le hayas dicho nada, Graham – ya oía los lamentos de Damon, reiterando una y otra vez cuánto me amaba y lamentándose porque los estándares de la época no nos permitirían estar juntos. Lo comparé al motor de un avión; como un estruendo que me llena los oídos y la mente y que me desgarra, me ensordece.

– ¿Más me vale, Damon? – quise echármele encima y golpearlo –. ¿Qué me vas a hacer?

Me cerré la chamarra y me largué victorioso, temblando pero aliviado.

Una risita se me escapó al acordarme que Damon temía mucho más que abriera la boca sobre lo de él y Justine y no que yo haya encontrado a mi nuevo interés romántico, pues ni siquiera lo mencionó. Sonreí.

Por el asfalto mojado vi cucarachas deslizarse rodeando mis pies. Eran todas tan pequeñas que me sorprendí de no haberlas pisoteado. Pensé en hacerlo, me imaginé a una con la cara de Damon. Me subí el cuello de la chamarra para cubrirme la nuca y caí en cuenta. El triunfo se disipó entre la fría brisa con aroma a caño. Damon no me había advertido que yo no me metiera con Brett, sino que no dijera nada de su idilio con Justine. Me tembló el labio inferior y me acurruqué en el suelo, en la esquina donde estaba la parada del bus. Me castañearon los dientes. Lo de Damon cucaracha me pareció muy bien.

– Levántate – me dijo Brett tendiéndome la mano. Estaba serio, le quedaba bien. Su temple me hizo estremecer. Lo sujeté con fuerza y me puse de pie.

– Gracias...

– ¿Qué clase de amigo tienes? – el tono en su voz me hizo entender que me tenía pena. Brett me tenía pena.

Si la pregunta hubiese sido hecha hacía tan sólo una semana, yo habría defendido a mi amigo con capa y espada. Habría soltado un verborreo, le habría dicho quién carajos se creía él. Ahora no. Brett me soltó la mano y la metió al bolsillo de su chaqueta. ¿Por qué habría ido detrás mío? ¿Acaso quería vengarse? ¿Lo del terceto o lo mío? ¿Quería él tal cosa? Se me encogió el corazón.

– No tienes porqué responder, a mí qué me importa – con un ademán le restó importancia y añadió la casual pregunta –: ¿Compartimos un taxi?

Asentí con la cabeza.

Metidos en el automóvil negro, cada uno en cada esquina, ni siquiera me atreví a mirarle las manos o a mirarle cuando él se asomaba por la ventanilla. Al instante que habíamos subido al taxi había comenzado a llover. Fue como si el destino nos tuviese reservado aquel momento. A pesar de la amabilidad de Brett, siempre había una frialdad intrínseca. Se veía como el tipo de hombre que ni siquiera perdería el tiempo en una discusión telefónica y que cortaría inmediatamente apenas una pequeña turbación en el ambiente.

– No quiero obsesionarme con ese tema, Graham – fue la primera vez que me llamó por mi nombre –. ¿Está claro?

El olor a vómito y a alcohol era como la peste de un animal muerto entre la basura. Yo sudaba alcohol, él apestaba a comida a medio digerir y ácido gástrico. Me pregunté si había alcanzado a mancharse los zapatos.

– Está bien.

Fui el primero en bajar. Brett, antes de cerrar la puerta del taxi vaciló un poco antes de decir:

– Aunque quizá debería probar un poco, ¿no crees? Debería idearme algo pequeño para que mi orgullo y mi vanidad queden intactos. No soy el novio patético que se hace el ciego. Una buena lección, eso es todo.

𝐃𝐨 𝐈 𝐌𝐚𝐤𝐞 𝐘𝐨𝐮 𝐅𝐞𝐞𝐥 𝐒𝐡𝐲? [𝐆𝐑𝐀𝐌𝐎𝐍]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora