El Ascenso del Chico Estrella
Damon y yo habíamos terminado nuestra relación múltiples veces, sin embargo, esta vez fue real y fue asombroso. La noche del fin regresé a casa y dormí como nunca. Dormí por más de trece de horas y desperté renovado. Todo me pareció brillante; el sol, los colores. Algo me faltaba, pero no lo extrañaba. El constante cuestionamiento había quedado en el pasado. Quizá mis conclusiones fueron precipitadas, pero jamás me había sentido tan bien. A veces me agobiaba el recuerdo de Jane, pero ver a Damon a la cara sin deseos ni remordimientos me hacía sentir feliz. Ésos fueron los mejores momentos entre nosotros dos, fueron casi tan bellos como los ochentas, cuando todavía éramos unos niños.
La casa de los ancianos ya no existía, Stainway era cosa del pasado, el libro de Alejandro Magno se había extraviado entre las mudanzas, la foto de los viejos se había vuelto cenizas. Todos recuerdos bellos y dolorosos que amábamos ignorar en los noventas. Nuestra tierna juventud era borrosa y así estaba mejor. ¿Qué más daba? Los ochentas eran una época que todos queríamos olvidar; las modas horrendas, el cabello recubierto de laca y los aeróbicos.
Vivíamos en un glamouroso caos. Lo que llamaban britpop era un fenómeno, se propagaba como un virus y nosotros habíamos subido a la cima de la pirámide. Bueno, no todos. Algunos decidimos mantenernos ocultos, pero Damon tenía un encanto inherente que atraía absolutamente a todos. Se había convertido en un dios que todos deseábamos alabar y complacer. Eran sus ojos, su sonrisa, su expresión inocente que te hacía creer que él no rompía ni un plato. Era su mundo y todos vivíamos en él. Sin embargo, no era el único ser magnético, Brett Anderson aparecía en el cuadro con su apariencia andrógina y sus ojos más azules que el océano. Cuán parecidos y distintos eran. Se pavoneaban, se contoneaban y se sentían los «superhombres». En Glastonbury todos podíamos sentirlo. Una competencia silenciosa que nos helaba las espaldas y nos hacía voltear las miradas. Habíamos tantos semejantes, tantos guitarristas, tantos vocalistas, tantos artistas, pero el sentimiento de competencia nos doblegaba y nos tensaba. Una noche mientras fumábamos algo que no era tabaco, Damon y yo quisimos dar una vuelta entre las casas rodantes.
Como dije, nuestro sello de amor se había roto y ya no había tensión entre nosotros. Éramos un par de amigos normales que paseaban en las noches y se quedaban hasta tarde a conversar. Escuchamos una carcajada a lo lejos y vimos a Brett Anderson riéndose con Justine Frischmann. Él estaba bien alejado de ella, pero eso no ayudó para que Damon se pusiera furibundo y lo maldijera el resto de la caminata.
Dormí a eso de la medianoche, pero algo me despertó. Quizá fue un presentimiento. Me puse las zapatillas y salí del bus. Limpié mis gafas con la playera y caminé entre los recintos en busca de algo desconocido. Una sensación abrazadora que me erizaba la piel y me revolvía el estómago; creí que iba a darme una infección estomacal, sin embargo, lo que sucedió después fue mucho más desagradable. Había traído cigarros conmigo y la adicción me estaba llamando, pero eso escuché una risotada muy familiar. Me asomé con cautela.
– ¿De verdad piensas que quiero acostarme con Justine? – Brett sonreía de oreja a oreja, incrédulo –. Yo no hago ese tipo de cosas, Damon. Tengo moral. No te preocupes, Justine hace mucho tiempo que dejó de atraerme.
– ¿Qué tanto platicaban? – inquirió Damon.
– ¿Por qué no le preguntas a ella? Yo no te debo nada.
Se miraron. Uno frente al otro. Damon con el ceño fruncido y Brett con su expresión divertida. Parecía un diablillo con las cejas en arco y la sonrisa.
– ¿Te crees tan inalcanzable? Eres ridículo – dijo Damon.
– Gracias.
Sus silencios iban cargados de tensión. No los imaginaba en una pelea a golpes. Brett era demasiado refinado y Damon demasiado estúpido, por ende, impredecible. Apreté los labios, preguntándome si debía intervenir por mera casualidad.
– ¿Por qué me tienes tanto rencor, «chico estrella»? – preguntó Brett.
– ¿Chico estrella?
– Eres guapo, cantas bien, todos te aman, ¿por qué represento una amenaza? Tú eres la parte bella y graciosa de este circo, estás brillando y lo seguirás haciendo siempre. ¿Por qué la competencia?
No lo esperaba. No me prevenía lo que sucedió. Sentí un malestar terrible, doloroso, indescriptible. Fue tan fuerte que hasta me sentí mal por Justine. La sonrisa de Brett se perdió al tener el rostro de Damon aproximándose. Quise gritarles, hacer un escándalo. Comenzaron a besarse en serio, tomaron el dicho de hacer el amor en lugar de la guerra demasiado literal. Quizá para mis ojos era un deleite porque ambos eran bellos, pero se sentía mal. En realidad estaba mal, muy mal. Algo impuro. Aquello era lo último que me había podido imaginar. Fue muy voyerista todo porque, a pesar de que los quería separar, quería seguir viendo. No me moví. Se apartaron, mirándose en silencio.
– ¿Qué fue eso? – Brett me robó la pregunta de la boca.
– Desabróchate el cinturón – le pidió Damon.
Él obedeció con un asentimiento mientras Damon se ponía de rodillas. Cerré los ojos. ¿Cómo carajos? Qué mierda estaba sucediendo. Retrocedí, asqueado por la escena. Regresé corriendo a la cama y me acosté temblando, jadeante.
– ¿Qué tienes, Graham? – escuché a Alex al fondo, adormilado.
– Nada, nada...
Estaba agitado. Deseé no haberme levantado minutos antes. Yací inmóvil, esperando. Rato más tarde apareció Damon, tan agitado como yo. Encendió la luz y su mirada fue directamente hacia mi pálido rostro. Nos vimos en silencio. No quise hablar primero.
– ¿Qué haces, Graham? ¿No puedes dormir?
Negué.
– ¿Qué estabas haciendo, Damon?
– Estaba con Justine.
Sí, claro. Se la estaba mamando a Brett Anderson. Al mismo Brett que había sido mío, al mismo perro hipócrita que me aseguró jamás podría tocar a Damon ni con la punta del pie. Qué enojo.
– ¿Y por qué estás así de agitado, Damon?
– Porque tuvimos una pelea.
Fue a sentarse a mi lado y se desabrochó la chaqueta. Encendió un cigarrillo y me ofreció pero le dije que no, que no quería nada.
– Por ese maldito Brett Anderson, ¿sabes? Si lo vuelvo a ver te juro que lo golpearé, es un idiota. No sé porqué se cree tan especial, tiene cara de rata y es un puto raro.
No hablé, sino que tenía una expresión de repudio que disfracé con un falso malestar estomacal.
– Ése Brett Anderson es un maldito – susurré.
– Sí...
– No podrías tocarlo ni aunque te pagaran, ¿verdad?
– A menos que sea para golpearlo, ahí lo haré gratis.
Moví positivamente la cabeza, incrédulo.
– ¿Qué otras cosas le harías gratis, eh, Damon?
Frunció el ceño, sorprendido. No pude guardármelo. Se levantó de un salto y abandonó el lugar.
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𝐃𝐨 𝐈 𝐌𝐚𝐤𝐞 𝐘𝐨𝐮 𝐅𝐞𝐞𝐥 𝐒𝐡𝐲? [𝐆𝐑𝐀𝐌𝐎𝐍]
FanfictionUna historia más donde Graham Coxon y Damon Albarn forjan una especial amistad. Muchísimas gracias a @Dublinesa90 por el compilado de datos sobre Graham, sin ella jamás hubiera podido escribir este fic porque soy una caga' para buscar información.