Capítulo X

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«Bendita sea la noche en que me besaste por primera vez, Graham — susurró en mi oído —. Te quiero tanto».

Damon y yo escapamos del hotel para disfrutar de la sombría Bucarest. Lo miré mientras corríamos por un callejón. Con él, todas las salidas eran aventuras mágicas. Nos metimos en una taberna, tomamos una cerveza señalando la bebida de un comensal porque todo estaba en rumano. El hombre detrás de la barra no nos dijo nada por ser menores de edad o simplemente nosotros no le entendimos. Me gustaba ver a Damon interactuar con desconocidos. Un viejo con olor a tabaco y de aspecto venerable se acercó a relatarnos los eventos más memorables de su vida, guiándonos por la Segunda Guerra Mundial y hablándonos de cómo combatió en contra del ejército rojo. Yo me pregunté el porqué hablaba tan bien el inglés y, como si me hubiese leído la mente, mencionó que había huido a Inglaterra poco después de la toma del país por parte de la Unión Soviética. Y después caminamos perdiéndonos entre los laberintos de la ciudad.

No había nadie a nuestro alrededor, las farolas de gas iluminaban muy poco, así que aprovechábamos para besarnos bajo la protección de las sombras. Dábamos vueltas agarrados de la mano y cantábamos canciones de los Smiths.

Esa noche no hicimos nada más que vagar y besarnos, esa noche fue la más especial de toda mi vida.

Los días restantes fueron tan alegres, hermosos, llenos de cariño. Yo trabajaba en mis dibujos mientras contemplaba a Damon, él hacía fotografías. Nos fugábamos al ocultarse el sol. Bebíamos cerveza y uno que otro vodka. Nos besábamos por las callejuelas y nos susurrábamos miles de cosas que me hacían sonrojar.

Otro de los momentos más memorables de nuestra estancia en Rumania eran las largas caminatas que dábamos para perder a mis padres y a mi hermana. Nos ocultábamos entre las exhibiciones de los museos, en los jardines de los palacios, en donde fuera para poder unir nuestras bocas. Y siempre, a la hora de comer, Damon dibujaba divertidas caritas en las servilletas y me acariciaba cariñosamente la mano y la rodilla.

La última noche en Bucarest fue muy melancólica. Sentado en la cama, dibujando con una pierna cruzada y la otra colgando, tracé el rostro de Damon. Él tarareaba al lado mío, queriéndome dar la impresión de que no teníamos nada de que preocuparnos, pero me daba la idea de que se estaba hundiendo cada vez más en la desolación.

— ¿Estás bien? — pregunté, estirando la mano para acariciarle la mejilla.

— No lo sé — respondió.

— Dime qué sientes, tal vez pueda ayudarte a descifrar lo que te pasa — dije, sonriéndole con amabilidad.

Mis palabras le calaron hondo, ya que se rompió a llorar.

— Extrañaré aquí, extrañaré lo que tuvimos en este país — confesó.

— ¿Tuvimos?

Damon se inclinó sobre los codos y me sonrió aún con lágrimas en los ojos.

— Te seguiré queriendo como siempre, Graham. No te preocupes.

Cuando regresamos a Colchester, las cosas dejaron de ser color de rosa. En el aeropuerto, justo antes de abordar, Damon me aclaró que no podíamos seguir con nuestro amorío. Yo acepté con mucha desilusión. Una parte de mí, la que se sentía atraída por la violencia, quería romperle la nariz. Fui muy tonto al confiar que las cosas seguirían tan amorosas apenas pisáramos suelo inglés, ¿cómo no pensé que su amor en Colchester sería imposible? Yo nunca le serviría como inspiración como él me servía a mí, pensé. Creo que la desesperanza me hizo mejorar como escritor de canciones, sin embargo, todas las letras que redacté para él estaban llenas de amargura y despecho, así que las quemaba.

Damon y yo tuvimos algunos momentos muy felices en Rumania, pero eso ya formaba parte del pasado. Lo único que apaciguó mis emociones fue que él no se rehusó a seguir encontrándose conmigo, aunque era evasivo.

«Damon Albarn es un idiota, evasivo, estúpido, pero también es amable, inteligente, hermoso, adorable, talentoso, sabe tocar un montón de instrumentos, tiene buen gusto en música y besa muy bien» escribí al reverso de mi libro de cálculo. Pensé que con el tiempo lo superaría, pero no. Todas las noches soñaba con él, tenía esos sueños húmedos de la adolescencia. Y todas las mañanas me despertaba con su sonrisa en mente.

Un martes, poco antes de empezar la clase de cálculo, mi ex novia Minnie me preguntó si podía copiarme la tarea, yo acepté. Seguí dibujando en mi bloc hasta que, de pronto, la escuché leer las palabras que le dediqué a mi amigo.

— ¡Iugh! ¡Graham es marica! — exclamó, haciendo una mueca de asco.

Mis compañeros de clase soltaron a reír a carcajadas y yo salí huyendo de aquel lugar. Me refugié en el auditorio, deseando que todo aquello fuera solo un mal sueño. Le había fallado a Damon, él era el que más quería que no se supiera lo que había pasado entre nosotros. Yo era más como Judas y menos como Hefestión.

Cuando sonó la campana del almuerzo, no hubo nada que me diera el valor para salir. No quería encontrarme con nadie de mi clase y mucho menos con Damon.

— Grah — lo escuché hablar a mis espaldas.

Me puse a temblar del miedo.

— ¿Sí?

— ¿Qué pasó? — se acercó y se sentó a mi lado.

— ¿No te has enterado?

Él permaneció en silencio por un segundo.

— Sí...

— Lo siento, de verdad que lo siento. Soy el peor amigo del mundo.

— ¿Por qué tuviste que usar mi nombre? — me miró, inquisitivo —. ¿Por qué no usaste un seudónimo o algo?

— Es que es tan bonito — respondí.

— Mira — me tomó de la mano —. Lo qué pasó entre nosotros en Rumania fue algo muy bonito y no hay nada porqué avergonzarse, pero esas cosas no se escriben ni se dicen, solo se guardan bien en la memoria.

Dio una palmadita en mi espalda y me ayudó a ponerme en pie.

— Llamaron a nuestros padres, así que tenemos un asunto en la dirección — informó, tratando se ocultar el enojo que le invadía. Lo entendía, yo era un idiota.

𝐃𝐨 𝐈 𝐌𝐚𝐤𝐞 𝐘𝐨𝐮 𝐅𝐞𝐞𝐥 𝐒𝐡𝐲? [𝐆𝐑𝐀𝐌𝐎𝐍]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora