Capítulo VIII

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Un húmedo sueño de la adolescencia


Su nombre era Zoran y, desgraciadamente, no hay rastro de su apellido en mi memoria. Físicamente se parecía a Damon, aunque su cabello era más claro, casi blanco. Era alto y esbelto con el pelo lacio y corto, la piel ligeramente bronceada por el sol y los ojos increíblemente azules. Era rumano, hablaba muy bien el inglés y era nuestro guía. En 1984, la situación de las novias, las oprobiosas declaraciones de amor, el intercambio de objetos basura y alejamientos inexplicables yacían arrinconados en el olvido, como si eso jamás hubiese existido. Damon y yo quedamos como antes, cuando todo era más feliz; como mejores amigos y nada más.

Mi familia invitó a Damon a pasar las vacaciones de verano con nosotros, en Rumania. Él y yo metimos lo imprescindible en una sola maleta, nos gustaba compartir y queríamos viajar ligeros de equipaje. En mi mochila personal metí un cuaderno, una cámara fotográfica que mi hermana me había obsequiado por mi cumpleaños, unas gafas de sol, lápices y el libro de Alejandro Magno que — queriendo convencerme de que aquel valor sentimental que poseía se esfumó — quise llevar solo para entretenerme en el transcurso del vuelo.

Damon y yo estábamos emocionados por lo que nos deparaba en el misterioso país pintado por la televisión y la literatura como el sombrío hogar de los vampiros y los comunistas. Fue un viaje arduo, pese a que eran solo unas pocas horas desde Londres hasta Bucarest. Damon mantuvo su cabeza apoyada en mi hombre durante todo el viaje. Poco tiempo antes del descenso, saqué el libro y cuando lo abrí, tuve sentimientos encontrados por los bonitos y tristes recuerdos. Apilamos nuestras cosas en el sofá de la habitación de hotel y nos tumbamos cada uno en su respectiva cama.

Regresando a Zoran, lo conocí en el vestíbulo. Damon no pareció congeniar muy bien con él; yo digo que porque eran muy parecidos tanto de cara como de carácter. Mis padres, mi hermana Hayley y yo estábamos más que maravillados con él. Caminaba con seguridad, a veces me apretaba suavemente el hombro cuando me explicaba algo. Nos encontramos en el Museo Nacional de Arte y nos pasamos horas allí, examinando las obras. Mientras admiraba una muestra de arte oriental, Zoran se me acercó aprovechando que Damon estaba lejos.

— Tu amigo me odia — dijo con una sonrisa.

Yo me encogí de hombros, sin saber qué decir. No quería verme estúpido.

— Ah... — entrecerró los ojos —. ¿A ti tampoco te agrado?

El corazón me dio un vuelco, se me encendió el rostro y desvié la mirada. No estaba seguro de lo que pasaba, pero el tono de su voz me decía algo en particular, algo más allá de las palabras. Miré por encima de mi hombro, como cuidándome de no ser visto por mi amigo.

— Claro que me agradas — tartamudeé —, ¿cómo no podrías hacerlo?

Su sonrisa se amplió, palmeó mi espalda y antes de irse de regreso con mis padres, acarició mi cabello. Permanecí estático frente a una pintura hasta que Damon llegó e imitó a Zoran con sus manos.

— Parece que eres la sensación en Europa del Este — mencionó.

— No, creo que solo son más cálidos que nosotros — dije, disimulando el rubor en mis mejillas.

Estábamos contentísimos de encontrarnos en el país de Drácula. Alojados en un hotel ni tan malo ni tan bueno y con mi familia recorrimos castillos e iglesias medievales, sin embargo mi amigo y yo — más él — deseábamos encontrar un lugar un poco más "divertido". Dimos las buenas noches a mi familia al acabar la cena y justo después de que ellos se metieron a su cuarto, Damon y yo nos escabullimos por el hotel. En recepción nos topamos frente a frente con el guía.

— Mejor regresemos — solté, angustiado.

— No.

— Si mis padres se enteran, estaremos en problemas. ¿Cuál será la excusa?

— Aún no hemos hecho nada malo, Graham — contestó —. No seas tan catastrófico.

Cuando iba a pegar la media vuelta, Damon me sujetó por la muñeca.

— Le gustas al rubiecito ese — dijo él, secamente —. Deberíamos aprovecharnos de eso.

La brusquedad de sus palabras me dejaron mudo. Discutimos por unos segundos hasta que Zoran se nos acercó.

— ¿No se supone que ustedes ya deberían estar dormidos?

Abrí la boca, pero ningún sonido salió de ella. Mi timidez agradaba a Zoran, porque me sonrió. Escuché a Damon soltar un pesado suspiro.

— Creo que sé lo que buscan — mencionó el rumano.

— Ah, ¿sí? — interrogó Damon.

En ese entonces no me agradaba mucho el sabor de la cerveza. La música estaba muy fuerte, había mucha gente bailando y yo no sabía hacerlo, Damon tampoco. No fue difícil entrar al club, Zoran había hablado con el guardia, aunque no es como que a éste de verdad le hubiera importado, parecía lidiar siempre con ese tipo de situaciones. El alcohol era barato y Damon era la verdadera sensación. Aún cuando no entendía nada de rumano, hallaba la forma de llevarse bien con las chicas. Lo observaba desde una esquina y él de vez en cuando me dirigía miradas llenas de significado que creo no hace falta explicarlo, se sobreentiende.

— ¿No te gusta el ambiente?

El guía se puso a un lado mío, apoyándose contra la pared. Tenía un ligero aliento alcohólico y el sudor resplandecía en su despejada frente. Se llevó un cigarrillo a los labios, me ofreció uno, pero lo decliné.

— ¿Crees que ya le agrade a tu amigo? — preguntó y rápidamente añadió —: no es como que me importe lo que piense de mí, pero no encuentro otra forma de empezar conversación contigo.

Apreté los labios, reprimiendo una sonrisa. Jamás había pensado que algún desconocido se fijaría en mí de esa manera. «Me gustan las chicas» dijo la vocecita de la razón.

— Eh... — balbucí.

— No me digas que tú no... — empezó Zoran.

— No lo sé — respondí con voz bala.

— Oh — apuntó con la barbilla a mi amigo —. ¿Y él?

— ¿Para qué quieres saberlo?

Zoran llevó su mano hacia mi cintura y lentamente fue ascendiendo por mi espalda hasta llegar a mi nuca. Me estremecí sin quitarle a Damon la mirada de encima. Sentía que lo estaba traicionando. Una parte malvada de mí quería que volteara y que viera la cercanía con el guía. Quería que viera lo que yo sentía cuando coqueteaba con las chicas. Dije que los sentimientos de hacía unos años estaban en un rincón, pero no, seguían latentes. Inmediatamente me invadió la culpa, pero la ignoré.

— Aquí no quiero limitarme — solté impulsivamente —. Nadie me conoce, no hablo el idioma, ¿qué importa?

— ¿Entonces..?

Mientras me conducía a un lugar más privado, Damon y yo cruzamos miradas. Tenía una chica pegada al cuello, me divirtió la idea de que se tratase de una vampira y le estuviese bebiendo la sangre. Él tensó los músculos del rostro, mas no se movió.

Esa noche, por primera vez sentí la boca de un hombre sobre la mía. Sentí que sería devorado, que me asfixiaría. Zoran me tomaba por las mejillas, no queriendo que me alejara. Yo correspondía con torpeza y un sonido de sorpresa escapó de mi boca al sentir su mano en un lugar que nunca nadie — mas que yo — me había tocado. Abrí los ojos como platos y retrocedí. No me excusé, no me cuestionó, solo me fui de aquel lugar.

Damon se presentó ante mí, enterado o al menos imaginándose lo que había sucedido. Sus ojos fueron hasta mi pantalón. Yo apenado, me cubrí con la chaqueta. Noté los chupetones en su piel, él se alzó el cuello de la camisa. Nos fuimos del club, nos perdimos por un rato pero finalmente regresamos al hotel.

Ingresamos a la habitación y fue allí donde me preguntó:

— ¿Quieres que hablemos de esto?

— No.

𝐃𝐨 𝐈 𝐌𝐚𝐤𝐞 𝐘𝐨𝐮 𝐅𝐞𝐞𝐥 𝐒𝐡𝐲? [𝐆𝐑𝐀𝐌𝐎𝐍]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora