Capítulo VII

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Cuando Damon se presentó en mi puerta, parecía a la vez triunfante y preocupado. Nos miramos en silencio por un largo rato. Parecía brillar, casi el mismo chico que conocí bajo la sombra de aquel árbol, y estaba más sonriente conmigo que nunca. Me extrañó un poco su semblante tan radiante, pues algo ya comenzaba a romperse en nuestra relación desde mi noviazgo con Minnie, sin embargo logramos remediar el daño, bueno... Hasta que fingió no acordarse de las palabras tan hermosas que intercambiamos la noche en que me besó la mejilla. Era un sentimiento de traición aunque, en realidad, yo también le había traicionado. Supongo que me lo merecía por intentar cambiarle, por no estar consciente de la afinidad que teníamos.

— Ya tengo novia — declaró con gozo.

— ¿Novia..? — balbucí.

Algo se quebró en mí, como también algo se debió romper en él cuando estuve con la pelirroja maleducada. En ese momento descubrí que los dos estábamos atestados de contradicciones. Puede que haya sido el frío de esa tarde, el resentimiento entre nosotros o mis celos, pero le cerré la puerta en la cara.

Damon ni siquiera se había hecho novio de su vecina Janice, sino de la chica más linda del club de teatro. Anne era amigable y bonita, con el pelo castaño ondulado. En los ensayos intercambiaban miradas de complicidad. Yo sentía que la sangre me hervía, era la envidia. Damon me estaba otorgando el dolor que yo le di la primavera pasada. Me había dejado solo durante los ratos libros — cosa que yo jamás le hice — y cuando nos encontrábamos en la salida; alardeaba sobre los secretos que compartían, de lo mucho que se querían, de lo bien que se besaban. Me irritaba tanto el cursi tono de su voz que más de una vez pensé en empujarlo a la calle para que un auto se lo llevara de corbata.

Un martes en la tarde me vio totalmente hundido en la miseria, así que se calló, me sujetó de la mano y me llevó a la casa abandonada donde compartimos tantos preciosos momentos. Apenas saltamos la cerca sentí sus manos sostener mi rostro, obligándome a mirarle.

«No importa cuánto hable de ella — susurró —, siempre te tengo en el pensamiento».

Y me guiñó un ojo.

Aprendí que queríamos demasiadas cosas, pero que no las comprendíamos. Sus palabras no apaciguaron el malestar en mi interior. Me prometía que podíamos regresar a nuestra antigua vida, a ser los amigos que éramos, me prometía lo que fuera con tal de no verme tan triste, pero yo sabía que él disfrutaba el verme sufrir; era su venganza. En un arranque de furia quemé la fotografía de Kate Bush y tiré las cenizas por el váter. Estaba deseando llevar por el mismo camino el libro de Alejandro Magno, pero no tuve el temple para hacerlo.

Esa misma noche anduve en bicicleta hasta la casa de Damon. Ya era tarde, pero no había lugar para la cordura. Golpeé con desesperación la puerta de su hogar, encontrándomelo frente a frente.

— ¿Estás haciendo esto a propósito? — pregunté.

Damon apoyó la espalda en el marco de la puerta.

— ¿De qué hablas, Grah?

— Te estás vengando de mí, ¿verdad?

— ¿Hablas de..?

— Tú bien sabes de lo que hablo, Damon — dije, interrumpiéndolo y retrocediendo un paso —. Me estás atormentando con Anne de la misma manera que yo te hice con Minnie.

— ... Puede que sí.

Dijo lo que quería escuchar y entonces me fui. A la mañana del día siguiente se presentó en mi puerta a primera hora para ir juntos a Stanway. El principio del camino fue silencioso e incómodo hasta que él me sujetó por los hombros y me dijo:

— Hoy terminaré con Anne.

Yo lo miré, un poco azorado. Me limité a negar con la cabeza.

— Entonces dime qué es lo que quieres — espetó.

— No lo sé... ¿Tú qué quieres?

— Te quiero a ti — calló por un buen rato para luego añadir —: amigo mío.

Los días siguientes transcurrieron con una calma desconcertante. La amistad entre Damon y yo tomaba caminos más y más enredados. Él no se entendía y yo tampoco. Nos alejábamos, regresábamos. Nos ignorábamos, nos volvíamos a buscar para pasar el máximo tiempo juntos. Damon solía tenderse en mi cama y, cuando se hartaba de la voz de Roger Daltrey, me pedía que le leyera fragmentos de «nuestro» libro, en especial donde se ahondaba en la amistad de Alejandro y Hefestión. Pensaba que mi falta de convicción le había herido. «Quizá él quería que le aplaudiese el plan de botar a Anne» me dije.

Reconocí sus silencios como señales. Ya habíamos pasado por eso, 1982 era el año de las crisis. Aunque las cosas parecían ir bien, me iba preparando para los cambios que se acercaban. Con todo y silencio, Damon parecía querer estar más cerca de mí. Estábamos físicamente juntos, pero nuestras almas yacían temporalmente desconectadas.

Sábado, por la tarde. Damon se apareció en la entrada de mi casa, se rehusó a pasar. Estaba despeinado, tenía las mejillas sonrojadas y sus ojos estaban hinchados; había estado llorando. Me miró durante mucho tiempo. Quise saber si estaba bien. Él asintió con la cabeza. Me tendió una carta. La tomé sin decir nada. «No quiero hablar del tema mañana ni nunca» esclareció antes de irse. Esperé hasta después de la cena para leer la misteriosa correspondencia de mi amigo.

Cuando rompí el sello, extraje la fotografía de los hombres con las memorables palabras:

«Bendito sea el día en que me besaste por primera vez. Bendita sea la noche en que me tocaste por primera vez, amigo mío»

Comenzaba a cansarme de aquella frase, no obstante, la imagen tenía un pequeño trozo de papel que decía:

«No es justo hacer sufrir a la persona que amas, yo te amo» y «alejarme de ti ha sido lo peor que pude haber hecho, quiero que las cosas regresen a la normalidad, pero no puedo actuar muy bien cuando estoy frente a ti. Lo cierto es que siento algo que con ningún amigo había experimentado y me pregunto si es normal o no. ¿Cuándo? ¿Hasta cuándo podremos ser los mismos de antes?»

El corazón casi me iba a saltar fuera del pecho. No pude dormir en toda la noche, quería hablarlo, quería confesarle que yo también era víctima de unos sentimientos inexplicables. Cuando por fin llegó el domingo, fui lo antes posible en su búsqueda. Toqué el timbre de la casa de los Albarn y él atendió, como si hubiera estado esperándome. Fuimos a la sala de estar, no nos enfrentamos. Él estaba tan avergonzado como yo. Apoyé mi cabeza en su hombro. Permanecimos callados por un buen rato. Más tarde revelaría que había terminado con Anne solo por mí. Así la crisis del 82 llegó a su fin.

Otra vez las fracturas habían sido reparadas. Nos hacíamos regalos con frecuencia, pero jamás hablábamos de nuestros sentimientos. Damon tenía vergüenza de estar enamorado de un chico y ¿yo? Yo no lo veía malo, pero por la época, he llegado a la conclusión de que los dos estábamos asustados. Nunca nadie te dice que podrías enamorarte de alguien de tu mismo sexo, simplemente lo ignoran y esperan que no lo hagas.

Nos hacíamos regalos. Objetos que nadie más quería y que rescatábamos de la basura. Notas. Pastelitos. Cosas. Pasábamos la fotografía y el libro de mano en mano cuando alguien declaraba necesitarlo.

Una vez, a la hora del almuerzo, me atreví a preguntar:

— ¿Algún día podremos hablar de esto?

Damon esbozó una pequeña sonrisa, moviendo negativamente la cabeza.

— No quiero que las cosas cambien entre nosotros, Graham. 

Y apretó mi hombro con suavidad.

𝐃𝐨 𝐈 𝐌𝐚𝐤𝐞 𝐘𝐨𝐮 𝐅𝐞𝐞𝐥 𝐒𝐡𝐲? [𝐆𝐑𝐀𝐌𝐎𝐍]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora