Capítulo IV

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El 4 de octubre de 1980 iba a estrenarse la primer obra teatral del año. Damon y yo compartimos café de un termo mientras observábamos la marea de estudiantes. Yo me había desentendido de la producción desde el principio y no fui echado solo porque Damon intervino con la excusa de que podría ser su sustituto. A la profesora Sevigny no le alegró mucho la idea de que alguien con ninguna experiencia en la actuación le supliera, pero tampoco estaba dispuesta a perder a su actor estrella por un niño tan insípido como yo. Vestuaristas desesperados en busca de hilo y aguja. El equipo de escenografía en una acalorada discusión. Anne, la más linda entre las chicas del club de teatro se ajustaba los zapatos. Todo el mundo convivía en aquella eufonía constante de gritos, disfraces y sudor adolescente.

— ¿Estás emocionado? — preguntó Damon, limpiándose la comisura de los labios con el dorso de la mano.

— ¿Cómo no voy a estarlo? Esta noche brillarás — respondí —. Sabes que me encanta verte actuar.

No me importaba ser el chico invisible con tal de ver feliz a Damon. Me sentía afortunado por estar vinculado a un chico tan talentoso. Sonreímos y mi mirada se perdió entre los matices de rosa, amarillo cadmín y verde musgo que componían el vestuario de mi amigo. Rara vez me aburría durante los ensayos y, cuando me impacientaba, era porque Damon se encontraba fuera de escena, así que lo garabateaba en el reverso de mi libro de geometría.

— Tengo que ir al baño — avisó Damon, poniéndose en pie de un salto.

Le seguí con la mirada, centrándome en sus delgadas piernas cubiertas por las mallas verdes. Advertí que le temblaban las manos mientras caminaba. Imaginé su sensación de excitación y triunfo al presentarse como el estelar en una de las elaboradas obras de Stanway. Mi sonrisa creció todavía más. Pasaron los minutos y las personas comenzaban a aglomerarse en el auditorio. La señorita Sevigny me preguntó por Damon, pero no escuchó mi respuesta, ya que se adelantó a desplegar un grupito en su búsqueda. Todos cuestionaban dónde estaba mi amigo, sin embargo, nadie era capaz de cerrar la boca y escucharme. Yo estaba cada vez más abatido.

Me dirigí al baño y comencé a golpear la puerta de cada uno de los cubículos.

— Graham — me llamó asomándose desde el interior de uno y me hizo una seña para que me acercara.

Fui hasta él e ingresé al apartado. Fue allí que me di cuenta de que solo llevaba los calzoncillos puestos. Lo miré, confundido.

— Vamos, ponte el disfraz — ordenó —. Si gustas, puedo girarme.

Le supliqué que se dejara de juegos y cumpliera con su deber artístico. Yo no merecía tal sacrificio. Tras una breve discusión, accedí a regañadientes. Me cubrí con su hermoso vestuario y él con mi horrible ropa.

—Bien — tomó mi rostro entre sus manos —. ¿Te memorizaste las líneas?

Asentí, siendo presa del pánico. Mis mejillas se enrojecieron, no estaba preparado para actuar frente a tanta gente y lo poco que Damon me enseñó de interpretación no me resultaba suficiente. Sería un desastre, la señorita Sevigny iba a odiarme.

— No te preocupes, Graham — se  aproximó mucho a mi rostro —. Creo en ti.

— No, no, no... — miré frenético a mi alrededor.

Sostuvo su mirada con la mía. El sentimiento indescriptible surgió desde el interior de mi pecho.

— Graham — dijo muy serio —. Hazlo por mí. Te lo ruego.

Con sus ojos tremendamente azules mirándome de esa manera, no pude negarme.

— ¿Y si lo hago mal?

— Yo haré todo lo posible para que no te echen.

Nos encontraron segundos después. La señorita Sevigny ni siquiera nos preguntó el porqué estábamos encerrados en los baños, solo quería que el show iniciara. Damon al verla se metió el dedo anular a la boca y fingió sentirse mal del estómago. No puedo decir que ella estaba feliz por tenerme a mí como el nuevo protagonista, pero funcioné arriba del escenario. Participar en la obra — cuyo nombre ya no recuerdo — me demostró que actuar se me daba bien. El miedo escénico se había evaporado cuando divisé a mi amigo entre el público.

Interpretar al personaje principal determinó que la gente me percibiera más allá del "amigo raro" de Damon. La noche fue un éxito, el público me aplaudió, pero quien lo hacía con más ahínco y devoción era mi querido amigo. La profesora me felicitó y juró tenerme en cuenta para la próxima. Tristemente, yo no me sentí con la madera suficiente para ser actor. Es posible que yo fuera bueno, pero carecía de simpatía y glamour.

Mis padres no asistieron porque yo no les había dicho nada y la familia Albarn quedó con la responsabilidad de felicitarme. El señor Keith me dio un apretón de manos, la señora Hazel me guiñó un ojo y Jessica — la hermana menor de Damon — me sonrió. Pregunté dónde se hallaba él, pero nadie supo qué contestarme.

En su camerino encontré su mochila y a falta de mi ropa, decidí ponerme la suya. Cuando deslicé su playera por encima de mi cabeza, su fragancia me hizo sonrojar. Presioné la tela contra mi nariz, aspirando con vehemencia.

Triste por su desaparición, caminé hasta la salida y fue que me lo encontré de pie en la parada del bus. Examinamos nuestros conjuntos en silencio. Él hacía lucir la ropa más fea como lo más bello, pensé.

— Felicidades — dio un aplauso —. Muchas felicidades.

— Te sientan bien las rayas — dije.

Damon sonrió de una manera que nunca voy a olvidar y que hasta día de hoy me conmueve.

— Ahora yo soy tú y tú eres yo — señaló.

— Gracias por brindarme esta oportunidad.

Dio un salto en mi dirección, aterrizando a un paso de mí.

— Gracias a ti por enternecerme tanto estando allá arriba.

La luz de la farola nos cobijaba con su amarillenta luz. Las sombras que se dibujan en su faz y el brillante cabello rubio lo convertían en una obra de Caravaggio. Yo era más parecido a los santos aquejados de la Edad Media.

— Damon.

Él me miró.

— ¿Por qué uniste mi dibujo a la foto? — no hacía falta especificar a qué fotografía me refería. Ambos lo sabíamos, lo recordábamos muy bien.

Desvió la mirada y por primera vez me pareció avergonzado.

— ¿Puedes decírmelo? — insistí.

— No — contestó.

Ya no quise calentarle más la cabeza, así que caminamos adonde su familia y me llevaron a casa. Apenas llegué, mis padres me preguntaron el porqué de mi cambio de ropa y yo les conté todo lo que había sucedido. Se vieron algo heridos, sin embargo, prometí que les invitaría a la siguiente presentación. Cenamos todos juntos aún cuando casi no pude comer debido a una cosquilleante sensación en el estómago.

Llevé a cabo mis preparativos para dormir; cepillé mis dientes y lavé mi cara. Finalmente, me tumbé en la cama todavía usando la ropa de Damon y dormí con ella. Fue una noche muy bonita acompañada de su aroma. 

𝐃𝐨 𝐈 𝐌𝐚𝐤𝐞 𝐘𝐨𝐮 𝐅𝐞𝐞𝐥 𝐒𝐡𝐲? [𝐆𝐑𝐀𝐌𝐎𝐍]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora