Alejandro y Hefestión
A cinco días de haber cumplido los trece años, regresé a casa un poco alterado. Blackwell's tenía un libro de poesía que resultó de mi interés. Desde el año pasado, Damon y yo comenzamos a adentrarnos en el maravilloso mundo de la música y anhelábamos escribir nuestras propias canciones. Había sacado el libro de su frágil recubrimiento de celofán y me lo había metido en la pretina trasera del pantalón. Robar me era una aberración, pero perpetuar una acción tan deplorable por afección al arte me pareció un acto muy romántico. Yo no era de los que robaban, estaba claro; carecía de valentía. Ser amigo de Damon influyó algo en mí, supongo. Lo hice de forma impulsiva, por mi amor al arte. Me cuesta rememorar el autor del compilado o el nombre de la obra, lo cual es una tristeza, pero lo que sí recuerdo es lo que hice para disimular mi fechoría. Imaginando que sospecharían de mí, me dirigí a la sección de libros usados — para la que sí tenía el dinero suficiente — y tomé el que me pareció más complaciente a la vista. Ni siquiera leí el título, lo tomé, pagué la miseria que valía y me fui con las piernas temblorosas. Había caminado con la mirada gacha y sin percatarme de la señal peatonal, choqué con esta. Era un pésimo ladrón. No emití ningún sonido a pesar del caliente líquido que comenzaba a emanar de mi frente y del dolor que se acrecentaba.Mi madre me miró desde la cocina. Su confusión enseguida se transformó en preocupación cuando se percató del corte que me había hecho. Yo no quería que se me acercara porque era muy malo mintiendo y no podría sostener una mentira con el remordimiento que ahora me aquejaba. Quise subir las escaleras para refugiarme en el baño, pero ella fue más rápida y me tomó del brazo para poder examinarme. Limpió la herida y me colocó una gasa, reprochándome lo distraído que era. Me asombró su conclusión tan repentina.
Fui a recluirme en mi habitación. Arrojé el libro de segunda mano sobre la cama y el de poesía lo posicioné cuidadosamente sobre el escritorio, como si se tratase de una delicada joya. Me miré las manos, eran las manos de un caco. Invertí la siguiente media hora leyendo las primeras páginas pero, por más que lo intentaba, parecía no comprender ni un maldito verso. Frustrado, me tumbé en la cama. Quizá mi cerebro de adolescente no estaba preparado para tal belleza. Cerré los ojos. Había robado para nada, bueno, al menos el karma se presentó en forma de seña peatonal, pensé.
Entonces lágrimas comenzaron a brotar. Era un idiota, ¿y si acusaban de hurto a uno de los empleados y lo despedían por mi culpa? Me tapé el rostro con la almohada, odiándome por el mal que debí desatar.
De pronto alguien golpeó la ventana. Me descubrí, incorporándome y encontrándome con Damon, que colgaba desde el marco.
«¡Apresúrate, Grah! — exclamó —. No creo aguantar por mucho tiempo. No me dejes morir, te lo suplico».
Me apresuré en su ayuda. Una enorme sonrisa se dibujó en su rostro, pero se vio opacada por la sangre que bajaba de su cabeza. Imaginé que mi karma también le había afectado.
— ¿Qué te pasó? — pregunté, preocupado.
Se manchó los dedos de escarlata, hizo una mueca y se dirigió a mi cama, acomodándose entre las sábanas y ensuciando la funda de mi almohada.
— Me atropellaron cuando venía para acá — contestó —, gracias al cielo que estoy vivo.
Permanecimos en silencio. Poco a poco el miedo se concibió en mi interior. Perderlo provocaba un horror indescriptible, le imaginaba eterno. Con desesperada intensidad me abalancé para revisarle la lesión. Inmediatamente pensé en avisar a mi madre para llevarlo al doctor.
Alcé la mirada, encontrándome con su serena sonrisa.
— ¿Y si es grave? — solté, ansioso.
— Hay que limpiar la herida, anda — dijo —. No queremos que se infecte, ¿verdad?
Corrí en busca de algodón, alcohol y gasas. Hice su rubio cabello hacia atrás para limpiarlo, pero no hallé de dónde provenía la sangre. Entonces caí en cuenta de que era una broma.
— No te atropellaron, ¿verdad?
— No — se rió.
— ¡Eres un idiota! — espeté, desatando en llanto.
Mi reacción le agarró por sorpresa, mas actuó con rapidez. Rodeó mi cuerpo con sus brazos, obsequiándome su calidez. La respuesta a esto fue mucho más intensa de lo que esperaba porque mi lloriqueo creció. Mientras se disculpaba, una de sus manos acarició mi cabello. Su tacto incitó electricidad en las profundidades de mi corazón, enterneciéndome de sobremanera. Finalmente correspondí a su abrazo, aspirando su fragancia y mis lágrimas cayendo sobre el hombro de su camisa.
«Perdóname, perdóname, perdóname...» le escuché susurrar.
— No vuelvas a hacer eso, por favor — me enjugué los ojos —. La simple idea de perderte rompe mi corazón.
Nos apartamos y Damon revolvió mi cabello, apenado.
— Tu mamá me contó que te habías hecho daño y que te había escuchado llorar y no sé, pensé que esto podría animarte, pero... Ahora que lo analizo, ¿qué estaba pensando?
Sonreí por su ingenuidad.
— Suena a algo que yo haría — declaré.
No demoré mucho en contarle lo que había hecho y lo arrepentido que me sentía. Me escuchó, incrédulo de que yo haya perpetrado un crimen. «No importa si es por amor al arte, Graham» dijo. Nuestras miradas se quedaron fijas, todo a nuestro alrededor pareció detenerse. Los sonidos de la calle desaparecieron. Los sonidos de la televisión en la planta de abajo desaparecieron. Solo podía escuchar el violento sonido de los latidos de mi corazón.
Nos miramos las manos, que teníamos sujetadas. Respiramos hondo, aceptando nuestra complicidad.
— No te sientas tan mal — dijo —. Al menos les compraste algo.
Tomó el librito que reposaba bajo mi rodilla. Leyó el título en voz alta: Alejandro Magno. Era un simple compilado de datos sobre el legendario conquistador. «Magno» repetimos una y otra y otra vez, descomponiendo el significado de la palabra. Nos tumbamos sobre la cama, turnándonos para leer las interesantes páginas y, mientras Damon relataba sobre la apasionada y amorosa amistad entre Alejandro y su mejor amigo Hefestión, le vi como al rey macedonio y a mí como su fiel compinche.
Damon era líder, radiante, inteligente, hermoso, bello, sublime, fantástico como Alejandro y yo... Yo era el afortunado Hefestión.
Le contemplé por un largo tiempo hasta que mis ojos le llamaron y su azul mirada se cruzó con la mía. El libro cayó de sus manos, sus mofletes se enrojecieron y en un parpadeo sentí sus labios chocar contra mi mejilla. La piel ardió bajo la fina piel de su boca y mi mano volvió a tocar la suya.
— Bendito sea el día en que me besaste por primera vez — musité.
— Bendita sea la noche en que me tocaste por primera vez, amigo mío — respondió.
Sigo creyendo que éramos muy niños para comprender el peso de aquellas palabras, pero las sentíamos.
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𝐃𝐨 𝐈 𝐌𝐚𝐤𝐞 𝐘𝐨𝐮 𝐅𝐞𝐞𝐥 𝐒𝐡𝐲? [𝐆𝐑𝐀𝐌𝐎𝐍]
FanfictionUna historia más donde Graham Coxon y Damon Albarn forjan una especial amistad. Muchísimas gracias a @Dublinesa90 por el compilado de datos sobre Graham, sin ella jamás hubiera podido escribir este fic porque soy una caga' para buscar información.