Capítulo XI: A Dylan se le quedó el celular y el corazón

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Después de bañarme, me acosté y me quedé dormida, no pudimos hablar de nada. Cuando desperté Dylan no estaba y olía a arepas y cafecito, el mejor aroma matutino. Me levanté y me fui a cepillar, bañar y acicalar, entonces me fui a desayunar a pasar tiempo con mi familia para luego ir a trabajar. Mis días fueron así durante toda la semana, no teníamos tiempo para hablar del tema pendiente, estábamos escasas veces solos y cuando estábamos solos estábamos cansados.

Un viernes me desperté con el tono de llamada de Dylan, tenía un recuerdo vago de él corriendo por la habitación aplicándose loción, buscando sus zapatos y poniéndose el saco, seguro se le había hecho tarde y olvidó su celular, dejé que este sonara y me fui a cepillar pero volvían a llamar, no le di mucha importancia y abrí el grifo de la bañera pero el malayo celular seguía sonando así que lo fui a ver para contestar y decir que Dylan había dejado su celular. Al ver la pantalla era un tal "John".

—¿Hola?

—Hola, Jacquelyn pásame a Dylan, por favor.

—Disculpa... no soy Jacquelyn... soy...

—¿Marcie? —preguntó nuevamente.

—No...

—¿Alisha?

—No, soy Graciela.

—Ah, otra... qué raro es tu nombre... no sabía que Dylan había cambiado el horario de las amantes...

Mi mundo se retorció en un instante al igual que mi corazón; de pronto me sentí débil y caliente, ¿Dylan me estaba engañando? ¿¡Y el muy hijo de puta tenía un horario para sus acostones!?

—Graciela, ¿Me pasas a Dylan?

—No está.... Se le olvidó el celular. —dije aguantando las lágrimas.

—Oh, bueno... cuando llegue le comunicas que es del grupo A, para la reunión de Acción de Gracias, también que hemos adelantado la fecha de la reunión, ya se reembolsaron los boletos y usaremos el jet privado del tío Cristian, él debe viajar a Washington DC para encontrarse con el grupo, este va a viajar primero, yo igual le voy a enviar un correo con la información para que la revise luego.

—¿Qué eres de Dylan? —pregunté, realmente no sabía de qué estaba hablando y como Dylan nunca me revela nada...

—Soy su hermano menor.

—¿El que lo engañó?

—No, ese es Barry, somos seis hermanos... debes ser muy especial para él para que te haya dicho eso... bueno, adiós.

—Adiós. —colgué y lancé el teléfono por la ventana, estaba temblando y por dentro sentía un infierno creciendo desde mi estómago, lo debía enfrentar.

Cerré el grifo de la bañera que se estaba desbordando, pero no me bañé quería ir a su tienda, entrar a su oficina y armarle una tan grande como su hipocresía. Terminé de acicalarme para que no se me notara mi cara de estúpida y saludé a mi familia mientras desayunaban.

—¿Para dónde vas? -—preguntó Ramira.

—A Dylan se le quedó el celular, se lo voy a llevar.

—¿Estás bien? Te ves rara. —mencionó Fabio con la boca llena de arepa.

—Sí, solo que... ya encontré otro lugar para quedarnos, esto era temporal. Así que mañana mismo nos vamos. —mentí, no sabía para donde nos íbamos a ir pero de algo estaba segura, no me iba a quedar en la casa de Dylan.

—Ayy, Graciela, pero me gusta aquí. —Fabio se quejó.

—Pues vete despidiendo de la casa, niño. Nos vamos mañana y no se diga más.

—Hija... ¿Estás segura de que estás bien? —se acercó mi mamá y me tocó la frente. —Estás caliente.

—Estoy bien... —revisé mi celular ya mi uber venía en camino. —voy a buscar algo que Dylan necesita, está remodelando...

Bajé al sótano y busqué una caja de herramientas, saqué el martillo y cuando llegó el uber me despedí de mi familia.

—Voy y luego vengo a desayunar. —dije casualmente con el martillo en la mano.

Cuando salí de la casa el uber estaba esperando, fui rápidamente a buscar el celular de Dylan, tenía la pantalla rota pero lo terminé de aplastar con los golpes que le di con el martillo, lo recogí y cuando me subí al uber, saludé con una sonrisa. El chofer me veía como si estuviera loca y no me dio conversación, menos mal, yo prefería el silencio.

Al llegar a la tienda de Dylan fui directamente a su oficina, Dylan estaba en la computadora y alzó la mirada cuando me vio,

—Linda... ¿Qué haces aquí? —preguntó extrañado pero con una sonrisa.

—Te traje tu celular... —abrí mi cartera buscando su móvil.

—Eres mi salvadora, muchas gra...

Dejé su celular destrozado en el escritorio y el martillo al lado de este. Su cara era un poema y luego me miró.

—¿Qué... coño... hiciste? —preguntó pausando las palabras pues estaba molesto pero no más que yo.

—¡Quiero que sepas que me voy a ir de tu casa con mi familia, no me busques, no me llores, esta cara no la vas a volver más nunca en tu puta vida! Maldito mentiroso, ¡Métete tus mentiras por el culo! ¡No voy a caer nunca más! —le grité sin importarme si se escuchaba afuera.

—Graciela, tranquilízate no sé de qué estás hablando. —dijo en tono serio.

—¡Me mentiste cabrón! ¡Me mentiste! ¡Y yo caí redondita! ¡No te doy un martillazo porque me meten presa pero es que me dan ganas de caerte a coñazos, maldito mentiroso de mierda! —le grité más fuerte retorciendome en mi propia arrechera.

Ya Dylan no estaba molesto ni serio, se estaba asustando, guardó el martillo en la gaveta cautelosamente, y se levantó de su silla lentamente.

—¿Pero qué pasa? ¿En qué te he mentido?

—¡Me dijiste que me amas y que yo era la única que te hacía sentir bien! ¡Que era tu vida entera...!

—¡Y lo eres! ¡No entiendo qué te pasa! —exclamó desencajado rodeando el escritorio y acercándose a mí, no comprendía de qué se trataba la discusión. Yo di varios pasos hacia atrás.

—Me pasa que no soy la única. —dije entre dientes y él juntó más el entrecejo y curvó mucho más las cejas. —¡Pasa que soy una tonta por creer que no necesitabas sexo para amarme, pero me has estado engañando con tus prostitutas con horario todos estos meses!

—¿De dónde sacas eso? ¡Te amo! ¡Nunca te haría eso! —dijo ya con los ojos aguados, ambos ya estábamos temblando, con las lágrimas a punto de salir y las voces roncas. Se acercó más a mí y trató de acorralarme contra la pared pero yo le di una cachetada y se apartó.

—No me amas, Dylan. No me amas... —dije en un hilo de voz ya agotada de gritar. —Dice John que eres del grupo A y... todo lo demás te lo envía al correo... —dije tomando la manilla de la puerta y preparándome para salir.

—No, no, no, no te vayas, tenemos que resolver esto. —trató de acercarse pero yo me abrí la puerta echandome para atrás hacia la tienda.

—Eres un monstruo, Dylan. ¿Cómo pudiste? —negué con la cabeza, caminando de espaldas y limpiandome las lágrimas, entonces me encontré a varios empleados de Dylan mirando la escena dramática que estábamos haciendo, estaban, los ignoré y corrí hacia la salida, por la tienda vi cómo los clientes me observaban como compadeciéndose de mí.

Dilo otra vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora