Capítulo XIII: Prefiero el caribe

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Narra Dylan

En la noche cuando Pablo se fue a su casa, me fui a duchar, necesitaba procesar lo de Jacquelyn y lo de Pablo, ambos estaban desamparados y solos buscando que alguien los tomara en cuenta, yo no era muy diferente a ellos en ese aspecto, tenía mis propios problemas, tal vez más pequeños que los suyos pero igual eran problemas. Al salir de la ducha me quité la bolsa que tenía alrededor de la mano para que el agua no dañara la gasa, me apliqué crema en la cara y me puse algo cómodo para seguir trabajando en los muebles, una inspiración divina me absorbió la noche y me estaba quedando dormido cuando mi celular comenzó a vibrar, contesté sin ver quién era.

—¿Hola...? —arrastré el hola y luego bostecé.

—Micah, ¿Te desperté?

—Ah, hola mamá, no... ya iba a ir a la cama... ¿Por qué llamas a estas horas? —pregunté tratando de mantener los ojos abiertos.

—Hijo, te llamaba para saber si vas a comprar tú, tu boleto o si te agendamos el vuelo a Las Vegas...

—Agendenlo ustedes... —dije automáticamente antes de que siguiera hablando. —¿Es en la casa de la tía Susan o en la tuya?

—En la de tu tía, la mía fue el año pasado. —dijo con obviedad.

—Sí, cierto. Oye mamá...

—Dime, hijo...

—¿Cómo está, Mitchell? —pregunté por mi primo.

—No lo sé, no he sabido nada de él desde que se largó de mi casa el año pasado con su prostituta barata adicta al crack.

—Mamá... —suspiré frustrado. —que Elena haya nacido en Colombia y sea morena, no la hace una prostituta barata adicta al crack, si alguno de ustedes hubiese hablado con ella en vez de insultarla, ignorarla y tratarla mal, se hubiesen dado cuenta de que era una buena persona.

—No, Micah. Todas esas personas quieren que creamos que tienen mala vida para que luego cuando bajemos la cabeza nos roben nuestro país, no podemos estar de su lado, son inferiores. ¿Entiendes, verdad?

—Sí, mamá... —le seguí el juego, no deseaba iniciar una guerra en medio de la noche.

Antes solía pensar así, pero la novia de mi primo Mitchell cambió mi mentalidad en una sola sentada explicando su condición de vida en Colombia, al principio no le creía pero poco a poco fui abriendo mi mente.

Llegó el sábado y Pablo me había invitado a una piscinada, fui obligado porque ese día tenía planeado seguir creando pero Pablo se me interpuso.

—Señor Willis ¿Puede traer unas cervezas? —preguntó mi amigo con tono refinado.

—Claro que sí, señor Tejada ¿En dónde están las cervezas? —le respondí del mismo modo.

—Deberían estar en la cocina, señor.

—Enseguida busco las cervezas, señor... —hice una reverencia y fui a buscar las cervezas a la cocina.

Al entrar vi a una mujer de espaldas, su figura iluminada por la luz que provenía de la ventana me distrajó de lo que tenía que hacer, me quedé unos segundos maravillado, tenía un simple traje de baño negro de una pieza y aún así se veía espectacular, no le vería por siempre desde atrás, así que llamé su atención preguntando por la cava de las cervezas, ella se volteó, me miró y lo siguiente que supe fue que era perfecta, no tenía ni la más mínima idea de cómo llegué a esa

conclusión pero algo dentro de mí me lo decía.

Le agradecí y me llevé la cava a donde estaban todos los amigos de Pablo, todos eran de Latinoamérica, el único nativo era yo. Ese día hablé con Graciela hasta que la boca se me secara, era una chica muy creativa, alegre, graciosa, inteligente y elocuente, su lado caribeño brillaba como el sol y me encantaba, era menor que yo pero tenía una mente abierta y madura al hablar de cualquier tema; ese día cuando llegué a casa, guardé mi anillo, ya no lo necesitaba.

Pasé una maravillosa tarde con Graciela en un café, le gusta el café americano muy fuerte y me dio a probar un poco de este, aunque suene sorprendente nunca lo había probado, arrugué mi gesto al sentir el amargo sabor en mi boca, ella río por mi expresión y yo tomé desesperado de mi refresco, no me gustaba el café, al final no tuve más remedio que reírme. Estaba preciosa y no dejaba de decírselo, notaba que esas palabras la ponían incómoda y ansiosa, pero lo seguía diciendo porque lo era y se lo tenía que creer.

Dilo otra vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora