Capítulo XXII: Soy del norte en el sur

25 5 1
                                    

Nueva York, una ciudad demasiado caótica y bella a la vez, debía moverme con rapidez porque si no me atropellaban, no solo los vehículos, también las personas. Todo es un ambiente distinto al de Baltimore, huele mal, hay mucha más gente rara, todo es muy caro, personas en la calle jugando con el viento, magia, espectáculo, frío, metro, una adversidad y diversidad colectiva. Todo lo observé en un minuto, y en ese minuto supe que Nueva York no era para mí, había mucho bululú y amuñuñamiento, no estaba acostumbrada a ese tipo de vida.

Llegamos al hotel, nos registramos y al llegar a la habitación me tiré a la cama, estaba cansada, de caminar por la ciudad y de pensar en Dylan de pensar en si era inocente o culpable, me daba vueltas en la cabeza. Durante estas dos semanas turbias no me llamó, no me envió ni un mensaje, fax... nada... y cree que apareciendo en el aeropuerto con una bolsa llena de maní, lo iba a perdonar. ¡Será vivo!

—... iremos a desayunar luego a dos emisoras y me encantaría que te pusieras filosófica como lo hiciste la otra vez, sería maravilloso, luego de eso iríamos a almorzar y a dos emisoras más, volvemos al hotel, nos preparamos para la fiesta y al otro día a las 8:40am estaríamos en el avión hacia Baltimore... si todo sale de acuerdo al plan... te daríamos un día libre y luego te explotariamos para más entrevistas. —sonrió cínicamente.

—Vas a ver que va a ser un éxito. —le sonreí de la misma manera.

Al otro día hicimos lo mismo que había dicho Kathleen, en las entrevistas con las emisoras me fue increíble, ya solo faltaba la última entrevista y luego tendríamos que ir a la fiesta con la editorial para celebrar que mi libro ya había salido al mercado. Todo era irreal.

—¿De dónde vienes Graciela? —me preguntó la locutora del último programa.

—Soy de Venezuela.

—¿Dónde es eso? No he escuchado de él y creo que nuestra audiencia tampoco...

—Venezuela es un pequeño país que queda al norte de Suramérica... —le expliqué.

—¿Y por qué te fuiste? ¿Qué no había en Venezuela?

Bendita pregunta uno y bendita pregunta dos.

Miré a Kathleen y me hizo una mueca abriendo los ojos como platos, lo que significaba que fuera educada y dijera las cosas con tacto porque hay mucha gente en Estados Unidos que no sabe qué hay debajo de ellos.

—Venezuela actualmente está pasando una crisis económica, social, política, también hay crisis de salud, educacional y ambiental, no hay medicinas, no hay comida, no hay petróleo, no hay dinero... —entonces sentí que en mi garganta se iba formando un nudo y paré de nombrar los problemas, la locutora a cada palabra que decía iba abriendo mucho más los ojos. —creo que he dado muchas razones por las que estoy aquí y no allá... —tiré una risa floja y ella sonrió.

—Son muchos los problemas que tienen ahí. —afirmó asombrada y yo asentí. —¿No han hecho nada contra el gobierno?

Esa bendita pregunta tres, me tensé quería gritarle, pero no sabía, así que debía reprimir mi locura de gritar así que respiré profundamente y justamente mi respiración se oyó por el micrófono.

—¿No es fácil hablar de eso?

—No claro que no... hemos estado con el mismo gobierno desde 1999, solo estuve un año de mi vida fuera del socialismo pues todo el movimiento comenzó en 1998 y claramente no recuerdo nada.

—Wow...

—Sí, y recuerdo varias marchas que se hicieron: contra la censura, contra el gobierno, para protestar por comida, medicinas y libertad porque el que hablaba mal del gobierno iba preso. Marchamos demasiado, nacimos para marchar, en mi caso, yo nací para marchar, vivíamos mucho más en la calle protestando que en nuestras casas. Pero nos mataban por reclamar nuestros derechos...

—Es horrible, aquí también ha pasado, y hemos perdido muchas vidas.

Entonces cerré los ojos de impotencia, esta tipa no entiende que su país está bien o por lo menos mucho mejor que el mío, necesitaba decirle una grosería pero estaba en la radio y me la tragué.

—Sí, bueno, cada país tiene sus propios problemas, algunos más pequeños que otros, y no significa que no deben ocuparse de ellos. Solo digo que la crisis en mi país ha sido tan prolongada que los problemas se han vuelto más graves, nos ha tocado enfrentarla juntos y de protesta en protesta aunque nos mataran y nos apresaran por exigir cosas necesarias para la vida cotidiana nos ha llevado a decir: No me importa que no te conozca, tu eres mi hermano, tu eres mi hermana y vamos a superar esto.

Miré a Kathleen y estaba saltando de la alegría, había estado muy nerviosa de que sacara mi venezolana loca interior, pero pude controlarme.

—Ese fue un precioso pensamiento, Graciela. ¿Se pronuncia así?

—Sí, hay gente que lo pronuncia peor. —reí amablemente.

—Entonces no estoy dentro ese porcentaje; sabes, Graciela estuve leyendo las primeras páginas y describes al hijo del desaparecido, Jackson Roman, como si fuera casi un dios griego, es decir son como ocho páginas adentrándonos en su modo de vida y su persona se siente tan genuina...

—Sí, es un chico que... es complicado y a la vez tan simple... A veces me costaba escribir su forma de ser porque hay que estar muy atento a lo que hacia porque podía hacer algo totalmente contrario a su ética.

—Sí. Aquí el libro se lo dedicaste a...

—No lo nombres, por favor... ya no estoy con él... —le dije por piedad.

—Uy como, lo siento. ¿Entonces Jackson no te cae bien?

—Mis personajes son mis bebés, no importa qué tan descarados sean unos o qué tan crueles lleguen a ser, los voy a seguir amando. Además, Jackson con todo y sus contrariedades no hubiese actuado de esa manera como lo hizo... —me bloqueé horrible.

—Bueno audiencia... —dijo al notar mi silencio. — "El hijo del desaparecido" se encuentra en las librerías más cercanas a ti, también pueden comprarlo por Amazon y descargarlo. Muchas gracias por venir a la entrevista y darnos una parte de ti Graciela.

—Muchas gracias a ustedes por darme la oportunidad y el espacio. —murmuré.

La locutora se despidió de la audiencia con publicidad y luego hubo una cortina que llevó a la música, tomé un poco de agua y me levanté despidiendome de la locutora. Entonces ella me pidió autografiar su libro, le caí muy bien y se disculpó si me había sentido incómoda en cualquier momento de la entrevista, ganó mi amistad y admiración en ese momento. Luego de autografiar su libro y hablar un poco más, Kathleen me llamó, teníamos que ir a prepararnos para la fiesta. Kathleen estuvo felicitándome y elogiandome en el ascensor y yo no podía sentirme más orgullosa de mí de lo que estaba. Salimos del edificio y escuché un ritmo sabroso, había mucha gente acumulada en una parte del Central Park, me dio curiosidad y le dije a Kathleen que me acompañara para ver el espectáculo por un rato pequeño, ella me dijo que no pero le rogué mucho y asintió. Al acercarme y alzar mi cabeza por arriba de la gente, pude ver un poco, por la música era obvio que era gente bailando salsa, pude ver un poco del baile, eran dos parejas bailando "Trucutu" de Tommy Olivencia y su Orquesta, Kathleen me decía que no había caso de poder verlo bien y yo le di la razón, entonces caminamos fuera de la multitud y ya cuando me iba las personas comenzaron a darnos espacio... muy extraño, pero considerado, Kathleen y yo volvimos a ver la coreografía de primeras hacían muchos "Dile que no", "El 70", "Enchufla" y "La croqueta complicada", me tenían maravillada. 

Dilo otra vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora