Capítulo XX: Filosófica

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Vuelve a narrar Graciela

Las luces de colores me alumbraban, mis lágrimas valían en el pequeño y apartado escenario, olía a papas, a mucha comida rápida, el ambiente se llenó de neblina y el micrófono era mi arma para el dolor.

Después de haber llorado durante todo el día y decirles a todos mis conocidos que Dylan era un mentiroso infiel, Manola mi hermana, me dio un consejo, ella a sus 16 años ha experimentado más corazones rotos que yo a mis 24 años, me dijo que saliera con mis amigas al karaoke al parecer el dolor se cuela por la cuerdas vocales y como iba apoyada por amigas, el autoestima se iba por los cielos. Me dijo que me pusiera "bichota" y sacara la actitud de perra que no había sacado en mucho tiempo. Me puse mi vestido negro corto de terciopelo pero como no me gusta estar muy descubierta en público, me puse un chaleco verde oscuro, tenía unos tacones negros puntiagudos y un maquillaje sutil, pero con mucho glitter y mucho rubor, me dejé mi melena suelta, y me fui al karaoke con mis amigas.

—Vamos a poner esta para Instagram. —dijo Eugenia grabando con mi celular.

Rata inmunda, animal rastrero, escoria de la vida, adefesio mal hecho, infrahumano, espectro del infierno, maldita sabandija cuánto daño me has hecho, alimaña, culebra ponzoñosa, deshecho de la vida, te odio y te desprecio... —canté con todo el sentimiento acumulado que tenía pero evité llorar mientras mis amigas me veían, imitando la voz poderosa de Paquita la del barrio.

—¡Dícelo amiga! —gritó Erika alzando un vaso de vodka.

—¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! —Nina animó con su mexicanidad.

Entonces Eugenia subió conmigo y se unió a mi canto aunque no cantara muy bien, el sentimiento era mutuo.

Rata de dos patas, te estoy hablando a ti, porque un bicho rastrero, aún siendo el más maldito, comparado contigo, se queda muy chiquito. —Eugenia y yo cantamos al unísono como si Dylan y Sylvestre estuviesen sentados frente a nosotras.

Sylvestre había terminado con Eugenia, porque sus padres le consiguieron una modelo francesa para ser su novia. Pasamos a otra canción y dejé a Eugenia sola en el pequeño escenario.

—Quién como tú, que tarde a tarde esperas que llegue. Quién como tú, que con ternura cura sus fiebres... —cantó Eugenia súper despechada mientras alzaba una botella de ron dejándose llevar por el llanto, el alcohol y el poder de Ana Gabriel.

—A ver... ¿Cuál pongo? —preguntó Nina subiendo a la mini-tarima al término de "Quién como tú".

—No sé de sus canciones de despecho...—se rió Erika ya un poco borracha.

—Pon, La gata bajo la lluvia. —le sugerí.

—Oye, sí. —buscó la canción y la puso.

La voz de Nina no era celestial pero lo intentó...

—¡Ahora las hermanitas!

—¿Qué cantamos Ramira? —le pregunté ya en la tarima ella seguía sentada comiendo papitas.

—Yo no voy a cantar.

—Ay, Ramira no seas aguafiestas, vente.

—Anda, Ramira. Cantar es como darle una patada en la pelotas a Dylan. —Eugenia la animó.

Entonces Ramira se levantó, en su cara veía que se iba a arrepentir, se puso al lado mío y elegimos la canción juntas.

—Amiga, tengo el corazón herido, el hombre que yo quiero se me va, lo estoy perdiendo, lo estoy sufriendo, llorando de impotencia no puedo retenerlo... —canté con mucho dramatismo.

—Amiga, mientras quede una esperanza, tú tienes que luchar por ese amor, si él es el hombre de tu vida, no te des nunca por vencida... —mis amigas se sorprendieron y comenzaron a aplaudir y a hacer barra, Ramira era mejor cantante que yo.

Continuamos con el diálogo cantado, yo con el poquito corazón que me quedaba, pues estaba destrozado igual que el celular de Dylan. Al final cerramos con broche de oro, cantando "En Carne Viva" de Scarlett Linares, todas en la tarima, hasta Erika se levantó e intentó leer en la pantalla.

Al terminar la noche nos quedamos en la casa de Erika, donde nos quitamos la faceta de chicas malas a chicas cursis viendo "Notting Hill", y cuando me di cuenta todas estaban dormidas, apagué el televisor y fui a servirme un poco de agua desbloqueé mi celular y puse la galería, solo tenía cuatro fotos con Dylan pues no le gustaba que le tomaran fotos.

La primera: la tomé yo en la clase de salsa casino frente al espejo, Dylan estaba al fondo y se tapaba la cara.

La segunda: Una selfie de su parte con su muñeco de Wolverine y yo sonriendo a su lado.

La tercera: Creo que Pablo la había tomado, era Dylan dibujando un mueble y yo viendo el dibujo apoyando mi barbilla sobre su cabeza. Esa era tierna...

La cuarta: Él en su ropa de tenis con su raqueta todo distraído y yo posando con la pelota.

Suspiré viendo y repitiendo las fotos una y otra vez, Dylan era un sueño que se había convertido en una pesadilla, no quisiera perdonarlo, quisiera que viviera con la culpa por siempre. Me atreví a borrar esas fotos de mi celular y con esa última acción me fui a dormir.

Llegó la semana del tour de mi libro, el mismo sería lanzado el 3 de agosto como una novela de crimen y misterio. A este paso, Ramira estaba haciendo prácticas finales para obtener el permiso para tener su propio consultorio terapéutico, Ramira estudió psicología y se especializó en terapia antes de llegar a Estados Unidos y mi mamá apenas tuviera su permiso trabajaría como gerente de un hotel tres estrellas, tenía experiencia en gerencia; no toda su vida vendió frutas.

El tour se basaba en Baltimore y Nueva York, si llegaba a ser algo grande añadían cinco ciudades más; recordé mis prácticas con un guion de radio, el solo hecho de leer el guion que había hecho frente al operador y mis compañeros me ponía nerviosa, en esa prueba no pude evitar tartamudear a lo grande. Era una mala experiencia pero por lo menos la viví y ahora iba a hablar de verdad por medio de un micrófono que enviaba las ondas a todo Baltimore, saludé al locutor con amabilidad y me centré en que ya no tenía un guion, eran mi voz y mis palabras, todas espontáneas.

El locutor fue muy curioso y educado, era mi primera vez hablando en la radio y era divertido, el locutor me preguntaba la trama, los personajes y entonces me preguntó por mi inspiración.

Quedé paralizada, mi inspiración para "El hijo del desaparecido" comenzaba con una narración sobre Dylan, se me había olvidado, el libro se trataba de un chico que quedó huérfano, él desarrolla una habilidad para resolver acertijos y crímenes extraños pero luego en uno de los crímenes se da cuenta que hay un involucrado común en otro crimen, luego va tanteando y resultaba ser que era el hijo de un criminal casi fantasma. La primera línea describe la apariencia de Dylan: "Veía el cielo, y el cielo se zambulló en sus ojos como un espejo; el viento y el movimiento deshacían su peinado arrebatando cada pelo de oro fuera de su lugar, la piel blanca abriéndose con vidrios rotos y sudando sangre... cayendo en el asfalto, escuchando el destrozo de los carros..." . Fue la primera línea que escribí al ver a Dylan, su rostro era perfecto para destrozarlo, pero muy hermoso como para dejarlo así.

—Ah... mi inspiración... eh... me la trajo el cielo, estaba en una piscinada y la sensación de cuando estás bajo el agua y crees que vas a morir pero tienes la decisión de ir hacia arriba y salvarte o seguir nadando hacia abajo y ahogarte me hizo pensar mucho y cuando vi el cielo me planteé ese pensamiento para el libro... —mentí, a veces no sabía de dónde sacaba tanta labia, pero me funcionó.—-incluso esta historia se basa en ello, tomar decisiones que sabes que te van a hacer mal y otras que sabes que te van a hacer bien... —eso sí era cierto.

—Wow, ¡Eres muy filosófica! —se impresionó el locutor.

—Pues, tengo una amiga estudiando filosofía, por cierto, saludos a mi amiga Erika, me imparte todo lo que sé de filosofía, lo cual es poco pero importante. —reí, estaba muy elocuente y relajada.

—Asombroso, bueno ya saben todos mañana "El hijo del desaparecido" por Graciela Rodríguez, estará en tu librería más cercana y también podrás descargarlo por Amazon, no vayan a perder la oportunidad de llevarse un libro autografiado aquí en su emisora favorita... 

Dilo otra vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora