Capítulo XXI: Ritual antes de despegar

25 5 0
                                    

Al salir de la cabina pude respirar, Kathleen me dijo que lo había hecho perfecto, y los miembros de la emisora me felicitaron y se quedaron hablando conmigo mientras llegaba el uber para ir al aeropuerto, este negocio se movía rápido.

Toda vestida de negro desde el cuello hasta los tobillos y zapatos blancos, llevaba una chaqueta en mis brazos mientras esperaba a que el avión llegara, Kathleen estaba sentada en una de las sillas con sus audífonos puestos, resultaba ser que Kathleen no era muy seria como yo había creído, al principio se comportó así pero al ir pasando el tiempo fue quitándose el caparazón y quedó ella, una mujer gordita y simpática, lamentablemente mi mamá no pudo venir a despedirse, ni Ramira. Solo vinieron Pablo, Eugenia y Fabio, quien cuando me fuera, Pablo lo llevaría a casa... bueno... a su casa. Estaba emocionada por ir a Nueva York y aunque seguía triste por el engaño, debía hacer mis deberes como escritora, aunque lo único que quería hacer era esconderme bajo una cobija, escuchar canciones tristes y terminar de comer todo el helado del mundo.

Fabio quería una chuchería y Pablo lo llevó a comprar algo junto a Eugenia que quería comprarse algo también.

—¿Queréis algo para el viaje? —preguntó Eugenia.

—Si hay maní confitado me traes tres bolsitas porfa. —le supliqué y me guiñó el ojo, entonces me senté al lado de Kathleen. Estaba ansiosa. —¿Qué escuchas? —le pregunté y se quitó un audífono.

—¿Qué?

—¿Qué escuchas?

—Oh... "See you later, Alligator". Es algo que hago antes de subir a un avión, escucho esa canción antes de que llegue y sé que todo va a ser excelente, no importa donde vaya o la circunstancia.

—Eso es muy hermoso.

—¿Tú no tienes un ritual?

—Pues... —miré al frente para pensar si tenía uno, cuando vi al maldito. —mierda... —suspiré y cerré los ojos.

—¿Qué pasó?

—Voy al baño, ya vuelvo.

—Okey. —dijo sin sospechar nada y se volvió a poner su audífono.

Caminé rápido al baño, abrí el grifo y me mojé el cuello, esperaría un bien tiempo hasta que me llamaran para subir al avión, así no hablaría con el indeseable y me iría.

—Tengo tus manís. —escuché su voz y un escalofrío fuerte subió por mi espina dorsal.

—No quiero nada que venga de ti... —dije apoyando mis manos encima del lavabo.

—Linda, necesito que escuches mi parte de la historia...

—¡No! ¡No! ¡No! ¡No! ¡No me importa!

—Lo que escuchaste de John pasó hace cuatro meses...

—No voy a caer nuevamente Dylan, eres un mentiroso. Sabía que esto podía pasar y me dejé llevar.

—No hablo mucho con mis hermanos, por eso estaba desinformado.

No quería caer tan rápido en su telaraña, lo que decía tenía sentido pero también podía ser inventado, escuché sus pasos y al alzar la mirada lo miré a través del espejo detrás de mí. Sus rulos, sus ojos arrepentidos, un color oscurecido bajo sus ojos reflejado por el cansancio, ya no tenía su apenas creciente barba castaña; ahora parecía un bebé, su camisa de rayas verticales, su pantalón negro, sus zapatos negros, y cinco bolsitas de maní confitado en una bolsa de plástico.

—Dylan, tengo que irme a Nueva York, tienes diez segundos para inventarte una historia creíble. —le siseé mirándolo por el espejo. —¡Ya!

—No voy a inventar nada, Graciela. —se acercó y me tensé, solo dejó la bolsa en la encimera del baño y se alejó un poco sin quitarme los ojos de encima. —La verdad es que después de mi divorcio me acosté con muchas mujeres pero no me acosté con ninguna luego de conocerte, John no sabía que tenía novia y creía que seguía viendo a varias mujeres.

Dilo otra vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora