Capítulo XV: Bebo y linda

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Narra Dylan

Llevaba tiempo sin ver a mi amigo venezolano Pablo, lo llamé para charlar y fuimos a un bar, aprovechamos de jugar billar un par de rondas y entre habladurías llegamos al tema que no podíamos saltar: Graciela.

—¿Cómo vas con Graciela? —preguntó con seriedad.

—Si vas a comenzar a darme sermones te juro que me voy a ir y vas a pagar las cervezas. —le dije antes de meter una bola.

—Te lo dije antes Dylan, Graciela es nueva de paquete, la conozco y...

—Créeme que no le haría daño nunca. —me erguí.

—¿No te has acostado con ella? —preguntó Pablo antes de tomarse su cerveza.

—No, y menos con otras, estoy esperando a que sea el momento perfecto, que ella esté cómoda... ahora no solo pienso en mí. Es extraña esa sensación, aunque es un poco complicada la abstinencia.

—¡Naguará Vladimir! —se rió de la nada. —Estás empepao' marico. De verdad te flechó. —sonrió sorprendido.

Otro día salimos al bowling con Agapy. Yo hablaba con él de un libro que había leído recientemente casualmente Agapy también lo había leído y comenzamos a comentar acerca del libro, luego me percaté de que Graciela tenía cinco historias maravillosas que aún no había llevado a ninguna editorial.

—No me presiones, Dylan. —gruñó, ya estábamos frente a los apartamentos donde ella vivía.

—Mañana voy a ir a buscarte al trabajo. Vas a pedir el turno de la mañana y quedas libre en la tarde, vas a llevar aunque sea uno, yo pago la impresión, sin excepciones, mañana vas a pasar la página. —le dije de forma regañona, para que entendiera que hablaba en serio.

Al día siguiente, me llamaron del trabajo de Graciela, no había ido, palidecí al instante y la llamé varias veces, no me respondía, así que fui a la residencia donde vivía y entré a su habitación, estaba ahí, en el piso mirando a la nada y cuando me vio se puso a llorar, esa escena me rompió por completo.

—No soy lo suficientemente buena, Dylan. —trató de limpiarse las lágrimas y yo me senté a su lado en el suelo, mirándola con toda la tristeza que había en mí.

—Claro que sí. Eres mejor que cualquier autor que haya leído y no lo digo por ser tu novio, lo digo porque lo eres. —le dije con tacto. —Ven. —me levanté y le extendí mi mano. Pero ella seguía reacia a hacerlo. —Graciela...

—No está perfecto...

—¿Cuál elegiste?

—El hijo del desaparecido...

—Ese lo leí y me encantó. —me agaché y besé su frente. —Tienes que salir de tu zona de confort, es mejor que lo intentes a que jamás lo hayas hecho, ¿No lo crees? —ladeé mi cabeza, y le sonreí como pude.

—Eres muy ladilla, Dylan... —dijo en español tratando de sonreír y pararse conmigo.

—¿Vas a ir? —a este punto hablábamos español.

—Sí... —sonrió y le besé toda la cara de la felicidad y orgullo que tenía por ella mientras reía. —Eres muy lindo.

—Y tú eres una bebé.

Descubrí que no solo tenía un gran corazón, era una persona muy sensible. Me mostraba fotos de su familia, me contaba anécdotas, chistes internos y hablábamos por videollamada con sus cinco hermanos y sus padres, cada vez que teníamos la oportunidad; mis suegros son los mejores y mis cuñados también, lástima que ella no pueda decir lo mismo, seguramente si se acercaba a mi madre ella se la comería viva, así que pensé rápido y la bloqueé en mis redes sociales, así no podría buscar a mi familia por medio de mi perfil, por lo que terminamos teniendo una discusión que acabó con ella haciéndome la ley del hielo por una semana, también fui muy meticuloso al no mencionar sus nombres, ya no tenía problemas con ella sobre ese tema, hasta que oí a Eugenia hablar sobre sus suegros que la odian por ser tal cual como es, además al escuchar lo que pensaba Graciela sobre eso, me hizo dudar en si debía asistir a la gran reunión familiar de Acción de Gracias que mi familia planeaba con meses de antelación.

Dilo otra vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora