Capítulo X: Mi primer crush

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Dylan me convenció de ir a casa y prepararnos para ir a la primera clase de salsa casino, si no íbamos estaríamos perdidos en la segunda clase pero le advertí que hablaríamos al llegar después de la clase y él aceptó.

Al llegar a casa, guardamos las cosas que habíamos comprado, Fabio estaba jugando con con el Xbox de Dylan en la habitación secreta, Ramira estaba en su habitación y mi mamá viendo cómo jugaba Fabio, al verme con ropa de ejercicio me vio extraño.

—Voy a una clase de salsa casino con Dylan, ya vamos tarde. —le expliqué y se rió.

—¿Dylan baila?

—No, precisamente por eso es que vamos a las clases de salsa casino. —explicó Dylan detrás de mí.

—¡Que les vaya bien! —mi madre nos despidió.

—Querrás decir suerte... —murmuró Fabio.

—¡Fabio! —mi mamá lo regañó.

—Pero es que hay que desearle suerte a Graciela porque puede ser que termine con los pies como tiene Dylan las manos.

Tan honesto el muérgano. Dylan miró sus manos, estaban llenas de marcas por Vamipre, y le dirigió una sonrisa divertida a Fabio.

—Niño, respeta. —le espeté.

—Tranquila, no pasa nada. —Dylan me guiñó y luego se despidió de ellos.

Yendo en camino a la clase, observé sus manos, sí estaban muy maltratadas, me dio lástima y enfado, él siempre defendiendo a sus gatos y ellos haciéndole daño.

—Tienes razón, debo llevar a Vampire a otro lado. —exhaló. —Mi mano es horrible y con ella hago tratos.

¡Al fin se iba a deshacer de ese gato! y tenía que agradecerle a la lengua suelta de Fabio por hacerle darse cuenta que ese gato era el diablo.

El grupo de la clase de salsa casino para principiantes había comenzado hace tres clases así que estábamos perdidos pero ni tanto, habían dos parejas aparte de nosotros y Eugenia con Sylvestre. Una estadounidense llamada Julia de 21 años y un inglés llamado Silas de 26, ambos habían viajado a cuba hace unos tres meses y les encantó la cultura tan viva ¿Qué puedo decir? Son latinos, y la otra pareja eran dos mexicanas, Maribel de la misma edad que yo, 24, y Peppi un año menor que Dylan, 28. Estuvimos un tiempo hablando y estirando mientras esperábamos a los profesores. Hasta que escuché esa voz...

—¡Hola, mis salseros alumnos!

Volteé a ver y era lo que me temía... mi primer y último beso rechazado y muy pero muy incómodo: Roberto Acosta ¡Dios! ¿Será que voy a estar pasando vergüenza por toda la vida?

Roberto no me reconoció a la primera pero me volvió a mirar y noté su mirada incómoda, seguía mirándome y estuve en esa burbuja hasta que Dylan me acercó a él, creo que había notado la tensión.

—No me gusta como te mira... —susurró en mi oído. Mi bebo estaba celoso pero no tenía por qué preocuparse.

—¿Cómo están? —irrumpió nuestro contacto visual como si nada. Okey, auch. —Hoy vamos a seguir practicando las vueltas, pero primero vamos a practicar los pasos básicos para los nuevos bailarines que se integran a nuestro grupo ¿Cuales son sus nombres?

¿Que cuál era mi nombre? ¿Tiene amnesia o qué?

—Yo soy Dylan y ella Graciela.

—Excelente, yo soy Roberto, pero me pueden decir Beto, ¿Alguna vez habían practicado salsa? —preguntó haciéndose el que no sabía.

Dilo otra vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora