CAPÍTULO 24

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Mi padre permanecía en España, no sé cuál era la razón para permanecer allá, pero tampoco iba a preguntárselo. Madre no sabía nada al respecto, pues al final padre jamás le ha dado explicaciones de lo que hace o de sus viajes de trabajo.

No voy a esperar a que vuelva, tampoco voy a irme de la compañía después de todo lo que me ha costado llegar hasta aquí. Si renuncie a todo no fue de gusto, voy a quedarme aquí, voy a seguir manejando este emporio y no dejare que nada ni nadie me venza.

Cuando llego a la empresa me percato que la mayoría de los empleados permanece en el primer nivel y que hay cotilleos en algunos cubículos. Es más que claro que están al tanto de lo que ocurre y que ha eso se deben todos los murmullos, pero no pienso darles importancia.

Una vez que llego al piso directivo me encuentro con todos los que conforman la directiva de la empresa.

—Buenos días —saludo a los presentes, entre ellos se encuentra Oliver.

—Buenos días —responden al unísono.

Me adentro en mi oficina, seguida de mi asistente.

—Y bien, ¿Qué hacen todos ellos ahí? —interrogo

—Quieren exigir su renuncia y la restitución de su padre al mando, de lo contrario, retiraran sus inversiones —me informa.

—Hazles pasar —ordeno.

—Llamé a su padre para informarle lo que está ocurriendo, pero no me atendió, tal vez si usted le marca podamos resolver esto y llegar a un acuerdo con ellos.

—Padre está fuera del país —le aclaro—. Lo resolveré yo. Anda, diles que pasen.

No parece muy seguro, pero termina abriendo la puerta y les informa que voy a atenderlos, así que uno a uno entran en mi despacho y se paran frente a mi escritorio. Permanezco sentada sobre mi silla, mientras una leve sonrisa tira de la comisura de mis labios y me preparo para enfrentar a esta bola de imbéciles.

—Así que están pidiendo mi renuncia —murmuro, con notable desinterés—. ¿Qué les hace pensar que tienen ese derecho? —cuestiono, a lo que todos se miran entre sí, esperando que alguno rompa el silencio, pero no lo hacen, así que continuo—: por si lo han olvidado, soy la dueña y presidente de esta compañía, en la que ustedes son poseedores de un mínimo porcentaje. Si no les gusta cómo se están manejando las cosas, pueden poner a la venta sus acciones y marcharse.

La soberbia llena todo mi ser, las ganas de mandarlos a la mierda son inmensas, pero me las ingenio para mantener la calma y mostrar profesionalismo.

—Llevara la compañía a la ruina —el maldito viejo al fin habla—. Todas sus malas decisiones nos llevaran a la quiebra, este imperio lo destruirá su mala cabeza.

—Es mío —respondo tajante—. Puedo hacer lo que se me da la gana.

—Porque así son las mujeres, no saben de negocios —asegura—. Saben de ropa, de sentimientos, de cocina, pero no de manejar una compañía. Este puesto no es para mujeres. Es una lástima que el señor Cranston no tenga un hijo varón.

Respiro profundo tratando de calmarme o de lo contrario este hombre seguro sale muerto de aquí.

—Lo que debe parecerle una lástima, señor Henry, es que usted desde este momento deja de tener acciones con nosotros.

Una satisfacción inmensa inunda todo mi ser cuando veo el gesto incrédulo de su rostro, su boca se abre en sorpresa y parece contrariado por mis palabras.

—¿Qué ha dicho? —cuestiona, como si no hubiesen sido claras mis palabras—. Es decir, ¿Qué significa eso? —corrige.

—Lo ha entendido perfectamente bien —musito, con cierto aire de arrogancia—. La compañía acaba de comprarle sus acciones. Pase a su oficina espere el cheque correspondiente y de inmediato abandona las instalaciones de mi compañía.

Enfrentando a La BestiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora